Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo

 Reflexión

No hay unidad real sin la Iglesia que Cristo fundó. No hay ecumenismo verdadero que contradiga la fe recibida de los Apóstoles, profesada por los mártires, custodiada por los concilios y proclamada infaliblemente por la Cátedra de Pedro. Toda forma de comunión que pretenda abrazar la diversidad a costa de la verdad es una caricatura de la unidad; y todo gesto que relativiza los sacramentos instituidos por Cristo es un escándalo para la fe.

Rebautizar a un católico ya bautizado válida y trinitariamente no es un gesto de acogida: es una negación implícita de la eficacia del Bautismo católico, un desprecio de la gracia objetiva que actúa en los sacramentos independientemente de la santidad del ministro. Confirmar de nuevo a quien ya ha recibido la Confirmación —aunque no lo sienta, aunque no lo entienda— es desconocer la plenitud del Espíritu Santo donado una vez para siempre con sello indeleble.

Los ortodoxos que insisten en tales repeticiones pecan objetivamente contra la unidad sacramental, aunque subjetivamente puedan estar convencidos de que obran con recta intención. Los protestantes, por su parte, muchas veces ni siquiera reconocen la existencia de los sacramentos como tales, lo cual no los hace más culpables, sino más necesitados de luz y de gracia.

Pero esto no lo digo por orgullo. Lo digo con dolor. Lo digo porque me duele ver la división, y porque yo mismo, en mi fragilidad, me he sentido separado —de Dios, de mí mismo, de la Iglesia— y quisiera que nadie más tuviera que caminar con ese desgarramiento. No los rechazo: los amo. No los juzgo: tiemblo por ellos como tiemblo por mí. Porque yo también soy pecador. Porque yo también he dudado. Porque yo también he sido tibio. Y aun así, creo que solo hay un camino: la unidad plena con la Iglesia Católica, apostólica y romana, la única en la que subsiste la totalidad de los medios de salvación.

No busco condenar. Busco suplicar por la santidad de todos. Yo, que siento que no puedo alcanzarla, clamo a Dios por ellos: por los hermanos separados, por los bautistas y los calvinistas, por los ortodoxos que aman la liturgia pero rechazan a Pedro. Quiero que sean santos. Quiero que estén con Cristo. Porque Él no es múltiple. Es uno. Su Cuerpo no está dividido. Su sangre no se reparte en porciones discordes. Y su Esposa es Una, no muchas.

Unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam: no es un eslogan. Es un dogma.

Y solo en esa Iglesia hay salvación, no porque lo merezcamos, sino porque Él así lo ha querido.

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