Sola Scriptura y Magisterio Infalible
Ensayo
La interpretación del principio de Sola Scriptura ha sido motivo de controversia teológica entre católicos y protestantes desde la Reforma del siglo XVI. Este principio protestante proclama la primacía de la Escritura como autoridad en materia de fe, pero a lo largo del tiempo ha sido entendido y aplicado de diversas formas. En debates contemporáneos —como el sostenido recientemente entre el apologista protestante Edgar Pacheco y representantes católicos— han salido a la luz importantes errores y confusiones en la definición de Sola Scriptura.
En particular, se observa una tendencia a confundir o equiparar este concepto con nociones afines pero distintas, tales como Prima Scriptura y Suprema Scriptura. Esta imprecisión terminológica y conceptual dificulta un diálogo claro y riguroso sobre la cuestión de la autoridad de la Biblia frente a otras instancias de autoridad doctrinal. Ante esta problemática, el presente ensayo se propone clarificar el verdadero significado y alcance del principio de Sola Scriptura, distinguiéndolo cuidadosamente de otras ideas relacionadas.
Para ello, se identificarán y corregirán los errores propios de su formulación protestante, ejemplificados en las posturas de Edgar Pacheco y, en general, del protestantismo clásico. El objetivo central es establecer con precisión en qué consiste Sola Scriptura según sus proponentes originales y cómo difiere de Prima Scriptura y Suprema Scriptura. De este modo, se busca sentar bases conceptuales más sólidas para la discusión, evitando equívocos y facilitando una comprensión rigurosa de las implicaciones de cada concepto. Como primer paso, a continuación se definen una serie de términos filosóficos, teológicos e históricos fundamentales cuyo entendimiento es indispensable para el análisis posterior.
Edgar Pacheco, desde su postura protestante, rechaza la autoridad del papado al sostener que la única regla infalible de fe y práctica es la Sagrada Escritura (Sola Scriptura). Bajo este principio, argumenta que ningún magisterio eclesiástico puede tener autoridad sobre la interpretación de la Biblia, pues esta, al ser inspirada por Dios, se autorregula y se explica por sí misma sin necesidad de una instancia interpretativa oficial. Para Pacheco y quienes defienden esta postura, la Escritura posee una autoridad intrínseca, absoluta e independiente de cualquier otra estructura eclesiástica, lo que implica que la Iglesia no tiene jurisdicción sobre su interpretación ni sobre la doctrina derivada de ella. Desde esta perspectiva, Pacheco niega que el Romano Pontífice posea una autoridad doctrinal infalible, ya que, según su postura, toda autoridad debe derivarse exclusivamente de la Escritura sin intervención de la Tradición o del Magisterio. En consecuencia, rechaza la doctrina católica de la infalibilidad papal y la primacía de Pedro, argumentando que no existe un respaldo bíblico suficiente para sostener que Cristo haya instituido un liderazgo único en la figura de Pedro y sus sucesores. Para sostener su argumento, hace uso de pasajes bíblicos interpretados desde la óptica protestante, omitiendo el desarrollo histórico y eclesiológico de la Iglesia primitiva, que atestigua el reconocimiento de la autoridad de Pedro y su sede en Roma.
Este rechazo a la autoridad del papado lo lleva a cuestionar el papel de la Iglesia Católica como garante de la fe, sosteniendo que cada creyente tiene el derecho y la capacidad de interpretar la Escritura sin necesidad de un cuerpo magisterial que determine su sentido auténtico. Sin embargo, esta postura lo enfrenta a problemas teológicos y hermenéuticos, ya que la negación de un principio de autoridad visible ha dado lugar a múltiples interpretaciones dentro del protestantismo, generando una fragmentación doctrinal que contrasta con la unidad y continuidad de la enseñanza católica. La doctrina católica, en cambio, establece que la Sagrada Escritura, si bien es inspirada por Dios y por ello posee autoridad divina, no es el único medio a través del cual Dios se comunica con su Iglesia. La Tradición Apostólica y el Magisterio son pilares inseparables que garantizan la correcta transmisión y comprensión de la Revelación. Esto se fundamenta en el hecho de que la propia Escritura no se autodefine como única norma de fe ni establece que deba ser interpretada de manera privada, sino que señala el papel de la Iglesia como "columna y fundamento de la verdad" (1 Timoteo 3,15).
Pacheco, al seguir la lógica de Sola Scriptura, se enfrenta al problema de determinar quién tiene la autoridad última para interpretar la Biblia. Si bien admite que la razón, la tradición y los concilios pueden ofrecer aportes, mantiene que no son normativos ni infalibles. No obstante, este argumento entra en contradicción con la propia historia del canon bíblico, que fue definido por la Iglesia mediante su Magisterio, particularmente bajo el pontificado del papa Dámaso I en el siglo IV. Sin la autoridad eclesiástica, no habría forma de determinar qué libros forman parte de la Escritura inspirada y cuáles no, lo que socava la coherencia interna del principio de Sola Scriptura. Además, su postura ignora que la Escritura, aunque inspirada, no tiene la misma naturaleza infalible del Logos o Verbum Divino, que es Cristo mismo. La Palabra de Dios en su plenitud no es un conjunto de textos, sino la Persona de Cristo, quien instituyó su Iglesia con autoridad para enseñar y preservar la doctrina sin error (Mateo 16:18-19). Es por ello que el Magisterio de la Iglesia no es una institución humana que impone su interpretación arbitrariamente, sino el medio dispuesto por Dios para la correcta comprensión y aplicación de su Palabra. La postura de Pacheco se basa en una premisa que no encuentra respaldo ni en la Escritura misma ni en la historia de la Iglesia. Su rechazo a la autoridad del papado se sustenta en una interpretación particular que ignora el testimonio de los primeros siglos del cristianismo, la función del Magisterio y el papel esencial de la Tradición. Frente a ello, la Iglesia Católica sostiene que la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio conforman un único depósito de la fe, garantizando la transmisión íntegra y fiel del Evangelio a lo largo de los siglos.
El ensayo se propone demostrar, mediante un razonamiento filosófico y crítico, que la doctrina de la infalibilidad papal presenta una coherencia interna que la distingue de la idea protestante de “sola scriptura”, la cual, en el argumento de Pacheco, no resulta infalible por carecer de la mediación autoritativa que caracteriza a la Tradición eclesiástica. En la argumentación de Edgar Pacheco parece haber una confusión entre la inmutabilidad y perfección de Dios y la Sagrada Escritura como texto inspirado pero sujeto a la transmisión humana. En su defensa de Sola Scriptura, Pacheco parece atribuir a la Biblia características que teológicamente pertenecen exclusivamente a Cristo, el Logos o Verbum Divino. La doctrina católica reconoce que la Sagrada Escritura es inspirada por Dios (2 Timoteo 3,16), pero también entiende que su preservación y correcta interpretación dependen de la Tradición Apostólica y del Magisterio de la Iglesia. La Escritura, aunque divina en su origen, ha sido transmitida por medios humanos, lo que la hace vulnerable a errores de copia, traducción o interpretación si no es resguardada por una autoridad competente. De hecho, la misma existencia de múltiples versiones y traducciones de la Biblia a lo largo de la historia es testimonio de esta necesidad de custodia eclesiástica.
Pacheco, al sostener que la Biblia es la única norma infalible de fe y práctica, parece deslizarse hacia una identificación indebida entre la Escritura y Cristo mismo. Sin embargo, Cristo no se encarnó en un libro, sino en una Persona divina con naturaleza humana. La Palabra de Dios (Verbum Dei) no es simplemente un texto escrito, sino una realidad viva que se manifiesta en Cristo y en su Iglesia. La Escritura da testimonio de Cristo, pero no es Cristo en sí misma. Esto es claro en Juan 5,39-40, donde Jesús dice a los fariseos:
"Escudriñáis las Escrituras, porque os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. Pero no queréis venir a mí para que tengáis vida"
Aquí, Cristo deja claro que la Escritura es un medio para conocerlo a Él, pero que no es la fuente última de vida eterna. La Biblia es sagrada e inspirada, pero su interpretación y preservación requieren de una autoridad que garantice su autenticidad doctrinal, autoridad que Cristo mismo confirió a su Iglesia cuando dijo:
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16,18).
Además, si la Escritura fuera completamente autosuficiente sin necesidad de la Iglesia, ¿cómo explicar que Cristo haya dado autoridad a sus apóstoles para enseñar y definir doctrinas (Mateo 28,19-20)? Si la Escritura fuera perfecta en el sentido en que Dios es perfecto, no habría necesidad de interpretaciones, copias, ni traducciones. Sin embargo, la realidad histórica demuestra que la Iglesia fue la que recopiló, discernió y preservó los textos sagrados, lo que contradice la idea de que la Biblia es la única regla de fe sin necesidad de un Magisterio que la interprete. El error en la argumentación de Pacheco radica en atribuir a la Sagrada Escritura una inmutabilidad y una autosuficiencia que solo pertenecen a Dios. La Biblia es inspirada, pero necesita una autoridad que garantice su correcta comprensión, de lo contrario, cada persona se convertiría en su propio magisterio, dando lugar a interpretaciones contradictorias, como ha ocurrido en el protestantismo con su multiplicidad de denominaciones.
GENERALIDADES
Para entablar este análisis es necesario primero asentar las definiciones de varios conceptos fundamentales. A continuación se presentan, de manera ordenada, los términos filosóficos, teológicos e históricos esenciales que servirán de base conceptual para la discusión:
- Epistemología: rama de la filosofía que estudia la naturaleza, el origen y la validez del conocimiento. En el contexto teológico, la epistemología examina cómo conocemos las verdades de fe y qué fuentes de autoridad (razón, Escritura, Tradición, etc.) son confiables para adquirir dicho conocimiento.
- Etimología: disciplina que investiga el origen y la evolución histórica de las palabras. Conocer la etimología de términos teológicos (por ejemplo, Sola Scriptura, del latín “sólo Escritura”) ayuda a comprender su significado literal y su contexto original.
- Autoridad: potestad o legitimidad para mandar, enseñar o definir. En teología, el término se refiere a la fuente reconocida de verdad doctrinal, aunque su jerarquía varía según la confesión cristiana. Para el protestantismo clásico, la Escritura (Biblia) es la autoridad suprema, mientras que el catolicismo reconoce además la autoridad de la Tradición apostólica y del Magisterio de la Iglesia.
- Apologética: disciplina teológica dedicada a la defensa y explicación racional de la fe. Un apologista (sea protestante o católico) emplea argumentos históricos, bíblicos y filosóficos para demostrar la veracidad y coherencia de las doctrinas religiosas frente a objeciones.
- Argumento: en lógica y retórica, un argumento es un razonamiento compuesto por premisas y una conclusión, que busca respaldar o refutar una posición. En el debate teológico, construir un buen argumento implica utilizar evidencias (bíblicas, históricas o racionales) de manera coherente para sustentar una afirmación doctrinal.
- Doctrina: enseñanza o conjunto de enseñanzas que una comunidad religiosa propone como verdades de fe y moral. Las doctrinas varían en su nivel de autoridad: algunas son simples opiniones teológicas o interpretaciones abiertas, mientras que otras han sido definidas oficialmente y se consideran obligatorias para los creyentes.
- Dogma: en el cristianismo (especialmente en la Iglesia Católica), es una doctrina que ha sido declarada como verdad revelada de manera solemne e infalible por la autoridad máxima (por ejemplo, mediante un concilio ecuménico o una definición ex cathedra del Papa). Los dogmas son inmutables y obligatorios para la fe: negarlos supone apartarse de la ortodoxia (incurrir en herejía).
- Magisterio: término (del latín magister, “maestro”) que designa la autoridad docente de la Iglesia. En el catolicismo, el Magisterio es ejercido por el Papa y los obispos en comunión con él, quienes tienen la responsabilidad de interpretar auténticamente la Escritura y la Tradición, y de enseñar con autoridad a los fieles en materia de fe y moral.
- Infalibilidad: atributo de ciertas autoridades o textos de no errar en sus enseñanzas oficiales. En teología católica se refiere a la garantía divina de veracidad otorgada al Magisterio cuando define, bajo condiciones estrictas (por ejemplo, cuando el Papa habla ex cathedra), una doctrina de fe o moral, asegurando que dicha definición esté libre de error. Esta infalibilidad doctrinal no debe confundirse con la impecabilidad (ausencia de pecado) en la vida personal de quienes enseñan.
- Impecabilidad: cualidad de no cometer pecado alguno. Se distingue de la infalibilidad, ya que un individuo puede estar preservado de error doctrinal en sus enseñanzas (infalible) sin dejar de ser moralmente falible en su conducta (no impecable). En la doctrina cristiana, sólo Jesús es considerado absolutamente impecable; incluso el Papa u otros líderes, a pesar de cualquier asistencia divina que les evite error al enseñar, siguen siendo pecadores en su vida personal.
- Atributo: característica o cualidad esencial de un ser o entidad. En teología, suele hablarse de los atributos de Dios (por ejemplo, omnipotencia, justicia, misericordia) o de las notas esenciales de la Iglesia (unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad). Precisar los atributos de un sujeto —sea divino o institucional— permite describir su naturaleza de manera adecuada y distinguir lo que le es propio de lo accesorio.
- Gracia: en teología cristiana, es el favor gratuito e inmerecido de Dios otorgado al ser humano para su salvación y santificación. La gracia divina se manifiesta de múltiples formas, como la gracia santificante que transforma interiormente al creyente, o las gracias actuales que son auxilios puntuales de Dios para obrar el bien. Este concepto es fundamental para entender la iniciativa de Dios en la salvación, en contraste con cualquier mérito humano.
- Carisma: del griego chárisma (“don gratuito”), designa un don espiritual otorgado por el Espíritu Santo a una persona para el bien y edificación de la Iglesia. Puede tratarse de un don extraordinario (por ejemplo, hacer milagros, profecía, hablar en lenguas) o de una gracia ligada a un ministerio (por ejemplo, el carisma de enseñanza o de liderazgo pastoral). En el contexto católico, la infalibilidad magisterial se entiende como un carisma especial que permite a la Iglesia mantener la verdad revelada sin error en sus definiciones de fe y moral.
- Sola Scriptura: expresión latina que significa “sólo la Escritura”. Es el principio doctrinal clave de la Reforma Protestante y sostiene que la Sagrada Escritura es la única autoridad suprema e infalible en materia de fe y práctica cristiana. En esta perspectiva, la Biblia contiene toda la revelación necesaria para la salvación; por ende, ninguna otra fuente (como la Tradición o el Magisterio eclesial) tiene una autoridad equiparable. Esto no implica desechar las enseñanzas de la Tradición o de la Iglesia, sino que estas quedan siempre subordinadas al testimonio escrito de la Palabra de Dios.
- Prima Scriptura: expresión latina que significa “primero la Escritura”. Denota la posición teológica que reconoce a la Sagrada Escritura como la fuente principal de autoridad doctrinal, pero sin excluir otras fuentes secundarias (por ejemplo, la Tradición). Según este concepto, la Biblia tiene primacía en la formación de la doctrina, aunque se valora la contribución de la tradición eclesial histórica siempre que no contradiga el mensaje bíblico.
- Suprema Scriptura: expresión empleada para enfatizar que la Escritura es la autoridad más elevada en materia de fe, aun reconociendo la existencia de otras autoridades subordinadas. En esta visión, se acepta que pueden existir tradiciones, confesiones de fe o líderes con cierta autoridad, pero todos ellos deben supeditarse a la autoridad suprema de la Biblia.
- Magisterio infalible: se refiere a la facultad del Magisterio de la Iglesia de proclamar una enseñanza definitiva en fe o moral sin posibilidad de error, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Esta noción, formalizada en la doctrina católica (por ejemplo, en el dogma de la infalibilidad papal definido en 1870), implica que ciertas definiciones solemnes —ya sea pronunciadas por el Papa ex cathedra o decretadas en un concilio ecuménico— gozan de una garantía divina de verdad. Cabe señalar que la infalibilidad sólo se aplica en circunstancias muy precisas; no todas las enseñanzas del Magisterio son infalibles, sino únicamente aquellas que cumplen los criterios establecidos para una declaración irreformable.
Estas generalidades conceptuales proporcionan el fundamento necesario para abordar, en las siguientes secciones, el análisis crítico de la definición protestante de Sola Scriptura y su contraste con los conceptos de Prima Scriptura y Suprema Scriptura.
ARGUMENTOS PROTESTANTES
Desde la perspectiva protestante, se sostiene que la autoridad última en asuntos de fe y moral reside en la Sagrada Escritura, lo que implica que la Biblia es la única fuente infalible y completa de revelación divina. Los defensores de la sola scriptura, como Edgar Pacheco, argumentan que la Palabra de Dios, plasmada en los textos sagrados, contiene en sí misma todo lo necesario para guiar la vida espiritual, la moral y la doctrina de los creyentes. Según esta posición, la Escritura posee una autoridad intrínseca que no necesita ser confirmada por ninguna institución eclesiástica ni por la tradición, ya que es theopneustos (inspirada y soplada por Dios). En este marco, se rechaza la idea de que una institución humana, como la Iglesia o su Magisterio, pueda ostentar una infalibilidad que trascienda la revelación escrita.
Pacheco insiste en que la Escritura, por ser la voz misma de Dios, no requiere de una instancia humana que la valide o interprete de manera vinculante. Argumenta que los profetas del Antiguo Testamento recibieron revelaciones directas sin necesidad de una autoridad eclesial que las autentificara y que Cristo mismo, siendo superior a Moisés y a los profetas (Hebreos 1,1-2), estableció su enseñanza como la única norma infalible de fe y vida. Desde esta óptica, los concilios y la tradición pueden tener valor, pero solo en la medida en que se sometan a la Escritura y no la contradigan.
Un punto clave en la argumentación protestante es que la Escritura misma no delega su interpretación en una estructura jerárquica, sino que posee una claridad intrínseca (perspicuitas Scripturae) que permite a cualquier creyente acceder a la verdad sin necesidad de intermediarios infalibles. Pacheco enfatiza que la acción del Espíritu Santo en el creyente es suficiente para iluminar la comprensión de la Biblia y que el estudio diligente, con humildad y oración, permite alcanzar la verdad.
Según esta perspectiva, la infalibilidad magisterial representa un obstáculo para la libertad del creyente y la correcta interpretación de la Escritura. Pacheco sostiene que toda autoridad humana es susceptible al error, y que conferir infalibilidad a un grupo de hombres equivale a asumir que su interpretación de la Biblia es incuestionable, lo que a su juicio atenta contra la autoridad suprema de la Palabra de Dios. Así, argumenta que la historia de la Iglesia demuestra que las doctrinas han evolucionado con el tiempo, y que la pretensión de una interpretación infalible solo ha conducido a abusos de poder y al silenciamiento de voces disidentes.
Pacheco también plantea que la Escritura nunca se atribuye a sí misma la necesidad de ser interpretada por un Magisterio infalible. En su lectura de los textos sagrados, sostiene que no encuentra ningún pasaje donde la Escritura se arroga el concepto de infalibilidad dogmática. En cambio, considera que la Escritura se autoafirma como suficiente y clara, capaz de ser comprendida por cualquier creyente sincero (2 Timoteo 3,16-17).
A esta defensa de la sola scriptura se suma la crítica de que la infalibilidad magisterial, al pretender ser la garantía última de la verdad, podría instaurar un poder centralizado que oprima la libertad individual de interpretar las Escrituras. Los protestantes sostienen que este sistema no solo limita la capacidad de cada persona de acercarse a Dios de manera personal, sino que también ha generado, a lo largo de la historia, divisiones y conflictos internos en la Iglesia al imponer una única interpretación oficial que no necesariamente refleja la riqueza y la pluralidad de la experiencia espiritual. De esta manera, se argumenta que la dependencia exclusiva de un Magisterio infalible conduce a una especie de "monopolio" interpretativo, en el que las dudas y las discrepancias se descalifican sin dar cabida a un debate abierto y constructivo en torno al mensaje de la Biblia.
Desde la visión de Pacheco, la confianza en la Sagrada Escritura no implica un relativismo interpretativo, sino que se apoya en la convicción de que el propio Dios, al inspirar las Escrituras, dotó a sus palabras de una coherencia interna que permite distinguir lo esencial de lo accesorio. Este enfoque propone que la verdadera sabiduría radica en la capacidad de discernir el mensaje central del Evangelio, accesible a todos los que se aproximan a él con humildad y sinceridad. La fe, entonces, se convierte en un camino personal de encuentro con lo divino, en el que cada creyente es llamado a examinar la Escritura a la luz de su experiencia, su razón y su comunidad de fe, sin depender exclusivamente de una autoridad externa que pretenda imponer una única interpretación.
En síntesis, los argumentos en contra de la infalibilidad magisterial y a favor de la sola scriptura parten de la convicción de que la Biblia, como palabra inspirada por Dios, posee una integridad y una suficiencia que no requieren de intermediarios humanos para ser comprendidas en su totalidad. Esta postura rechaza la idea de que una institución humana pueda alcanzar un estado de infalibilidad en la transmisión de la verdad divina, argumentando que tal pretensión niega la capacidad de cada creyente de acceder directamente al mensaje de Dios. Además, se advierte sobre el peligro de centralizar la interpretación doctrinal en manos de un Magisterio infalible, lo que podría limitar la libertad interpretativa y generar divisiones en la comunidad de fe. En contraste, la sola scriptura se fundamenta en la idea de que la Escritura es suficiente y clara, y que el Espíritu Santo actúa en cada lector para iluminar su entendimiento, permitiendo así un diálogo plural y enriquecedor que respeta la diversidad y la libertad inherentes a la experiencia cristiana.
De este modo, Pacheco sostiene que, al confiar exclusivamente en la Escritura como la única norma infalible de fe y vida, se preserva la pureza del mensaje divino y se evita que doctrinas humanas sean impuestas como verdades absolutas. Según su perspectiva, la interpretación de la Biblia debe ser un ejercicio individual guiado por el Espíritu Santo, y cualquier intento de establecer una autoridad externa infalible representa una distorsión del evangelio original.
Estos argumentos constituyen el núcleo de la postura protestante frente al catolicismo, en un debate que, lejos de ser meramente académico, tiene profundas implicaciones teológicas y prácticas para la comprensión de la fe cristiana.
SOLA SCRIPTURA
La doctrina de la Sola Scriptura afirma que la Sagrada Escritura es la única regla infalible de fe y moral, prescindiendo de toda autoridad eclesial o tradición. Sin embargo, desde perspectivas teológicas y filosóficas, este principio adolece de contradicciones internas, errores hermenéuticos y lagunas epistemológicas que lo hacen insostenible.
En términos epistemológicos, toda norma que pretenda ser criterio último de verdad debe poder validar su propia autoridad. Pero la Sola Scriptura carece de un fundamento interno: en ningún pasaje bíblico se afirma explícitamente que “solo la Escritura” es norma de fe. El protestantismo proclama: “¡Sólo hay que creer lo que dice la Biblia!”, pero la Biblia no contiene tal mandato. Si una norma no puede probarse a sí misma, se autorefuta: exigir que todo se confirme en la Escritura excluye incluso el propio principio de Sola Scriptura, puesto que éste no proviene de la Escritura misma.
Desde la filosofía de la ciencia y la lógica, este es un caso de petición de principio (circulus in probando): se asume como verdadero lo que debería demostrarse. Una teoría que no ofrece criterios externos de validación se torna arbitraria. En el ámbito religioso, la tradición apostólica y el Magisterio ofrecen el marco epistémico necesario para distinguir la Escritura inspirada de otros escritos (p. ej., apócrifos o pseudepígrafos).
En griego clásico, λόγος (lógos) posee un rango semántico muy amplio: puede significar “palabra” o “discurso”, pero también “razón”, “principio” u “orden” (como en la filosofía de Heráclito o de los estoicos, donde el lógos es la razón cósmica que gobierna el universo). En el prólogo del Evangelio de San Juan, esta riqueza conceptual se pone de manifiesto: el «Lógos» no es solo un texto o enunciado, sino la Persona divina (el Verbo) que preexiste, razona y da sentido a toda la creación (Jn 1,1).
Por su parte, en latín verbum remite principalmente a “palabra”, “vocablo” o “expresión hablada/escrita”. Carece del matiz filosófico de “principio racional” inherente al lógos griego. Cuando la Vulgata (la traducción latina de la Biblia hecha por San Jerónimo) vierte Juan 1,1 como «In principio erat Verbum», está trasladando la riqueza teológica del lógos al término latino más cercano, pero a costa de perder su trasfondo filosófico original.
En la teología patrística y escolástica, los autores latinos se esforzaron por recuperar ese matiz: hablaban del Verbum como la Vera Ratio (la “verdadera razón”) encarnada en Cristo. Sin embargo, el lector latino —menos familiarizado con la polisemia de lógos— debía apoyarse en la tradición interpretativa de la Iglesia para captar que ese “Verbo” no era meramente un enunciado, sino la Sabiduría y Razón divinas personificadas.
En síntesis:
- λόγος (griego) = palabra/discurso y principio racional, lógica, orden cósmico.
- verbum (latín) = palabra/discurso, sin implicar por sí solo la dimensión filosófica de “razón universal”.
La distinción es crucial: en Juan el “Lógos” es el sujeto activo de la creación y la revelación, mientras que el “Verbum” latino, por sí mismo, requiere de la tradición y el Magisterio para transmitir plenamente esa riqueza ontológica y teológica.
La teología católica subraya la diferencia esencial entre el Verbo encarnado y los textos bíblicos. En Juan 1,1–2 y 1,14, se nos revela que el Logos es “Dios hecho carne”, Persona divina cuya naturaleza es ontológicamente distinta de cualquier libro. La Escritura, aunque theopneustos (“inspirada por Dios”, 2 Tim 3,16), conserva una dimensión humana: es “testimonio escrito” de la revelación, no la Revelación misma.
Filósofos de la religión como Hans Urs von Balthasar han señalado que confundir la Escritura con el Logos conduce a un fetichismo textual: se venera un libro como si fuese Dios. Sin embargo, la Escritura nos conduce a Cristo, la Palabra viva, y no debe reemplazarlo. Reconocer la Escritura como mediación, no como sustitutivo, exige un intérprete autorizado que garantice que los lectores no eleven el texto a un estatus que le es propio sólo al Verbo encarnado.
La Iglesia primitiva no dispuso Biblias impresas, sino que escuchó la predicación apostólica y recibió la Escritura en el contexto de una tradición viva. San Juan advierte al final de su Evangelio: “Hay, además de estas, otras muchas cosas que hizo Jesús… que si se escribiesen una por una… no cabrían en el mundo los libros” (Jn 21,25). San Juan y San Pablo reconocen que la transmisión oral y apostólica precede y complementa la Escritura (3 Jn 13–14; 2 Tim 2,2).
San Pedro advierte contra la interpretación privada: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pe 1,20) y denuncia cómo los “indoctos e inestables” tuercen las Escrituras para su propia perdición (2 Pe 3,16). Este dato exegético demuestra que la interpretación bíblica no puede reducirse a un ejercicio individual guiado por una supuesta perspicuidad de la Escritura, sino que requiere un órgano que preserve la unidad y la fidelidad al depósito de la fe.
La fijación del canon bíblico —proceso iniciado en el Concilio de Roma (382 d.C.) bajo el pontificado de Dámaso I— no fue obra de la Escritura misma, sino del Magisterio. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, discernió cuáles de los numerosos escritos circulantes eran auténticamente inspirados. Sin una autoridad eclesial infalible, no existiría criterio histórico para excluir los evangelios gnósticos, los apócrifos del Antiguo Testamento o las cartas espurias del siglo II.
La filosofía de la historia de la religión enseña que toda tradición viva necesita instancias de custodia y discernimiento. El Magisterio, sucesor del oficio apostólico, garantiza que la colección de libros que hoy llamamos “Biblia” responda al depósito original de la revelación.
Cristo confirió a Pedro y a sus sucesores autoridad para enseñar sin error: “Tú eres Pedro… y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). El Concilio Vaticano I (1870) definió que, cuando el Papa habla ex cathedra en materias de fe y moral, goza de infalibilidad por promesa de Cristo y asistencia del Espíritu Santo.
Esta infalibilidad no es un privilegio arbitrario, sino un don necesario para que la interpretación auténtica de la Escritura y de la Tradición permanezca libre de error. Desde un punto de vista filosófico, la infalibilidad magisterial resuelve el problema del criterio de verdad: ofrece un punto de referencia estable que impide la fragmentación doctrinal y el relativismo hermenéutico.
MAGISTERIUM
El Magisterium —del latín magister, “maestro”— es la autoridad docente de la Iglesia Católica, ejercida por el Papa y los obispos en comunión con él. A diferencia de toda instancia humana sujeta a error, el Magisterio goza de un carisma de infalibilidad en las definiciones solemnes de fe y moral, garantizando que la transmisión de la Revelación divina permanezca íntegra y unificada desde los apóstoles hasta nuestros días.
1. Fundamento bíblico y patristico
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Mateo 16,18–19Jesús declara a Pedro:“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos…”Este mandato confiere a Pedro y a sus sucesores la autoridad para vincular y desligar, señal inequívoca de poder infalible en materia de fe y disciplina.
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Juan 14,16–17Cristo promete el Paráclito:“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad…”La asistencia permanente del Espíritu Santo a la Iglesia asegura que, en sus definiciones doctrinales, el Magisterio permanezca libre de error.
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Hechos 15En el Concilio de Jerusalén, los apóstoles y ancianos, guiados por el Espíritu Santo, resolvieron la controversia sobre la ley mosaica sin fractura doctrinal, demostrando que la comunidad apostólica posee la potestad de discernir la verdad y aplicarla a nuevas situaciones.
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1 Timoteo 3,15Pablo describe a la Iglesia como “columna y fundamento de la verdad”, subrayando que la comunidad de creyentes —no el individuo aislado— es guardiana de la doctrina revelada.
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Patristica
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San Ignacio de Antioquía (c. 35–107) insistió en la unidad con el obispo local como garantía de fidelidad a la fe apostólica.
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San Ireneo de Lyon (c. 130–202) destacó la sucesión episcopal como “prueba” de la continuidad de la doctrina de los apóstoles.
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San Agustín (354–430) enseñó que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu, “no puede enseñar error” cuando profesa la fe de los apóstoles.
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2. Perspectiva filosófica y teológica
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Objetividad de la verdadEn filosofía, la verdad es objetiva y trasciende la subjetividad individual. Para custodiarla frente a la falibilidad humana, es necesaria una instancia que garantice la coherencia y continuidad del mensaje.
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Santo Tomás de Aquino (1225–1274)En su Summa Theologiae, Tomás aclara que la infalibilidad no reside en la persona del Papa o del obispo, sino en la acción colegial del Magisterio, asistida por el Espíritu Santo. Cuando el Papa define ex cathedra —“desde la cátedra” de Pedro—, su enseñanza es “irreformable por sí misma” (Pastor Aeternus, Vatican I).
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Concilio Vaticano I (1870)En la constitución Pastor Aeternus, la Iglesia definió que el Papa, cuando habla ex cathedra sobre fe o moral, goza de infalibilidad divina. Este dogma no añade nueva revelación, sino que protege del error la interpretación oficial del depósito de la fe.
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Teólogos contemporáneos
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Hans Urs von Balthasar enfatiza que el Magisterio encarna la “tradición viva” y evita el fetichismo textual que surge de la Sola Scriptura.
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Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) subraya que la infalibilidad es un don para la unidad de la fe, no un privilegio autoritario.
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3. Sucesión apostólica y unidad doctrinal
La sucesión apostólica garantiza la transmisión ininterrumpida del ministerio de Cristo a los obispos. En cada ordenación episcopal, se actualiza el carisma apostólico recibido en Pentecostés, asegurando que:
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La interpretación de la Escritura y la aplicación de la Tradición permanezcan fieles al depósito original.
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La unidad de fe se preserve frente a las divisiones que resultan de interpretaciones privadas.
Al negar la necesidad de un Magisterio infalible, la Sola Scriptura expone a la comunidad cristiana al relativismo hermenéutico y al caos doctrinal. Como observó San Pedro, “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pe 1,20), y los “poco asentados” tuercen la Palabra para su propia perdición (2 Pe 3,16).
4. Crítica a la Sola Scriptura
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Fragmentación doctrinalLa ausencia de un árbitro infalible ha dado lugar a miles de denominaciones protestantes, cada una afirmando que su lectura de la Escritura es la correcta.
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Carencia de criterio de autenticidadSin Magisterio, no hay norma para distinguir los escritos inspirados de los apócrifos o las herejías tempranas. El canon bíblico fue definido por la autoridad apostólica, no por autoafirmación de los textos.
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Relativismo hermenéuticoLa perspicuidad de la Escritura (perspicuitas Scripturae) es un ideal inalcanzable sin la guía del Espíritu Santo en el Magisterio. La lectura individual, aun con buena voluntad, corre el riesgo de imponer la propia subjetividad sobre el texto.
La Sucesión Apostólica y la Crítica a la Sola Scriptura
La infalibilidad del Magisterio encuentra su fundamento en la sucesión apostólica, es decir, en la transmisión ininterrumpida del ministerio y la autoridad que Cristo confirió a los apóstoles y que, a través de la imposición de manos, llega hasta sus sucesores. Los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, son depositarios de este carisma: su enseñanza colegial —guiada por el Espíritu Santo— garantiza que la interpretación de la fe no dependa de subjetividades individuales.
El Concilio de Jerusalén (Hechos 15) ilustra paradigmas de esta dinámica: los apóstoles y ancianos, bajo la asistencia del Espíritu, resolvieron la controversia sobre la circuncisión sin fracturar la unidad doctrinal, estableciendo normas que trascendieron meras opiniones personales. Así, la autoridad magisterial se configura como elemento unificador capaz de preservar la integridad del mensaje evangélico a lo largo de la historia.
Sin embargo, la doctrina de la Sola Scriptura plantea una serie de objeciones que, al ser examinadas, revelan su insuficiencia:
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Canon tardío y transmisión oral: ¿Cómo sostener que la autoridad divina se limite exclusivamente a un cuerpo de textos que, en el siglo I, aún no existían como un canon unificado, cuando la revelación se transmitía oralmente en el seno de la comunidad apostólica?
Naturaleza histórica de la Escritura: ¿No resulta paradójico afirmar que la única fuente de autoridad divina sea un conjunto de escritos elaborados y preservados a lo largo de siglos, sin reconocer la autoridad viva de Cristo y la acción permanente del Espíritu Santo en la Iglesia?
Subjetividad interpretativa: Si se ignora la sucesión apostólica y la tradición viva, ¿cómo puede cada interpretación individual aspirar a igualar la autoridad de Cristo, máxima autoridad de la fe, y no a meras construcciones subjetivas?
Fragmentación doctrinal: ¿No es cuestionable delegar la potestad de interpretar la verdad revelada únicamente a lo escrito, en vez de reconocer el poder regulador y unificador del Magisterio, que evita la multiplicidad de doctrinas contradictorias?
Limitación de la acción del Espíritu Santo: ¿Cómo se justifica la afirmación de que el Espíritu Santo y Cristo actúen de manera tan limitada que no puedan guiar de forma unificada a la Iglesia, cuando la historia eclesial testimonia lo contrario a través de la infalibilidad magisterial?
Preservación de la unidad: ¿Acaso es razonable pensar que, sin la mediación del Magisterio y la tradición apostólica, el mensaje de salvación se reduzca a interpretaciones privadas que carecen de la autoridad suprema de Cristo, el Hijo de Dios?
Poder unificador del Magisterio: ¿Por qué aceptar que la autoridad de la Iglesia derive únicamente de la palabra escrita, cuando ello implicaría que el poder unificador del Espíritu Santo y la guía de Cristo sean impotentes para preservar la verdad y la comunión entre los creyentes?
Estos cuestionamientos subrayan la incoherencia de la Sola Scriptura: al prescindir de la comunidad apostólica y del Magisterio infalible, se sacrifica la unidad doctrinal y se abandona el criterio divino que Cristo mismo estableció para custodiar su Revelación. La sucesión apostólica, en cambio, garantiza que la Palabra de Dios, tanto escrita como transmitida, permanezca íntegra y viva en la Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15), cumpliendo así la promesa de Cristo: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
PASTOR ETERNUS
La definición dogmática de la infalibilidad papal, contenida en la constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I (1870), constituye un pilar fundamental de la eclesiología católica. Al proclamar que “cuando el Romano Pontífice habla ex cathedra… goza de la asistencia divina prometida a Pedro” (PA §4), la Iglesia afirma que, en materia de fe y moral, su enseñanza suprema queda protegida contra el error. Este carisma no es un privilegio personal del Papa, sino un don de Cristo para custodiar y transmitir fielmente la Revelación, evitando que la unidad doctrinal se fracture en interpretaciones particulares.
1. Definición dogmática en Pastor Aeternus
El Concilio Vaticano I enseñó que el Papa, “como Pastor y Maestro de todos los cristianos… define una doctrina de fe o de costumbres que debe ser mantenida por toda la Iglesia” (PA §2). El término infallibilis —“que no falla”— subraya que esta asistencia divina guarda la enseñanza oficial de toda equivocación, asegurando que la fe viva en la Iglesia permanezca en armonía con la revelación apostólica.
Esta infalibilidad, al revestir de autoridad irreformable determinadas definiciones, cumple una función esencial: preservar la pureza del depósito de la fe, tal como fue confiado por Cristo a los apóstoles y transmitido por la sucesión episcopal.
2. Fundamento bíblico y tradicional
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Mateo 16,18‑19:
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos…”La metáfora de las “llaves” simboliza el poder de legislar y preservar la verdad; la promesa de que “las puertas del Hades no prevalecerán” garantiza la indefectibilidad de la comunidad apostólica. -
Juan 14,16‑17:
“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador… el Espíritu de verdad…”El Paráclito asiste a la Iglesia para que su Magisterio no se desvíe de la doctrina recibida. -
Hechos 15 (Concilio de Jerusalén):Los apóstoles y ancianos, guiados por el Espíritu, resolvieron la controversia sobre la ley mosaica, mostrando que la unidad doctrinal se sostiene en la autoridad colegial, no en la mera opinión individual.
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1 Timoteo 3,15:
“La Iglesia… es columna y fundamento de la verdad.”La comunidad eclesial, y no el lector aislado, custodia la interpretación auténtica de la Escritura. -
Patristica:
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San Clemente I (c. 96 d.C.) defendió la unidad con el obispo de Roma como garantía de fidelidad apostólica.
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San Ireneo de Lyon (c. 180 d.C.) describió la sucesión episcopal como prueba de la continuidad doctrinal recibida de los apóstoles.
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La tradición patrística insiste en que la fe no se transmite mediante textos estáticos, sino por una enseñanza viva, ejercida en comunión con la Iglesia fundada sobre la roca apostólica.
3. Perspectiva filosófico‑teológica tomista
Desde la filosofía aristotélico‑tomista, la verdad es un ente objetivo que trasciende la subjetividad humana. Santo Tomás de Aquino enseña que, dado el riesgo de error inherente al sujeto finito, es preciso un criterio de custodia que supere la interpretación individual. El Magisterio papal, actuando como instancia suprema de enseñanza, garantiza la coherencia del mensaje evangélico al ser guiado por la gracia del Espíritu Santo.
En este marco, la infalibilidad no es un atributo personal, sino la propiedad de la enseñanza oficial de la Iglesia, que actúa con la “virtud de la verdad” (virtus veritatis) para preservar la doctrina sin error.
4. Función pastoral y carisma del Papa
El Papa, en su ministerio de Pastor y Maestro, ejerce la infalibilidad ex cathedra únicamente cuando define solemnemente una doctrina de fe o moral. Fuera de ese contexto, sus enseñanzas, aunque dignas de respeto, no gozan del mismo carácter infalible. Así, la infalibilidad papal se configura como un servicio al pueblo de Dios, garantizando que la fe se mantenga unida y fiel a la revelación recibida desde los apóstoles.
Lejos de ser un invento tardío, este carisma está profundamente arraigado en la experiencia vivencial de la Iglesia y en la Tradición viva, que ha preservado la verdad frente a herejías y divisiones.
5. Crítica a la Sola Scriptura: preguntas clave
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Canon tardío y autoridad oral¿Cómo se puede afirmar que la autoridad de Dios se limita exclusivamente a la Biblia, si en el siglo I no existía un canon unificado y la revelación se transmitía oralmente en la comunidad apostólica?
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Naturaleza histórica de la Escritura¿No es paradójico subordinar la autoridad divina a un conjunto de textos elaborados y canonizados siglos después, en lugar de reconocer la autoridad viva de Cristo y la acción constante del Espíritu Santo en el Magisterio?
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Subjetividad interpretativa¿De qué manera se explica que, al ignorar la sucesión apostólica y la tradición viva, cada interpretación individual pueda igualar la autoridad de Cristo, máxima autoridad de la fe, sin caer en el relativismo doctrinal?
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Fragmentación doctrinal¿No resulta cuestionable delegar la potestad de interpretar la verdad revelada únicamente a la Escritura, en vez de reconocer el poder regulador y unificador del Magisterio, que evita la multiplicidad de interpretaciones contradictorias?
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Limitación de la acción del Espíritu Santo¿Cómo se justifica que se afirme que el Espíritu Santo y Cristo no pueden guiar de forma unificada a la Iglesia, cuando la infalibilidad papal atestigua lo contrario?
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Unidad frente a independencia¿Acaso es razonable pensar que, sin la mediación del Magisterio y la sucesión apostólica, el mensaje de salvación se reduzca a interpretaciones subjetivas, privando a la comunidad de creyentes de la unidad doctrinal que Cristo instituyó?
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Poder unificador de la infalibilidad¿Por qué aceptar que la autoridad de la Iglesia derive únicamente de la palabra escrita —un documento que, en su origen, fue fruto de un proceso histórico y comunitario—, si ello implica que el poder unificador del Espíritu Santo y la guía de Cristo resulten impotentes para preservar la verdad?
En definitiva, la infalibilidad papal, definida dogmáticamente en Pastor Aeternus, no es un acto de autoritarismo, sino un ministerio de salvación que protege la fe de la Iglesia contra el error y la fragmentación. La sucesión apostólica y la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio garantizan que la Palabra de Dios, tanto escrita como transmitida, permanezca íntegra y viva en la Iglesia, cumpliendo así la promesa de Cristo: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”
SIN TESIS
Obiectio 1. La Escritura sola es autoridad infalible; todo magisterio humano es prescindible.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar…” (2 Tim 3,16) significa, según Lutero, que la Biblia es norma única e inerrante de fe y práctica, sin requerir mediación eclesial.
Obiectio 2. La claridad intrínseca de la Escritura (perspicuitas Scripturae) permite al creyente, iluminado por el Espíritu Santo, interpretarla correctamente sin necesidad de un magisterio infalible.
Obiectio 3. ¿Por qué acudir al Magisterio si Cristo prometió “otro Consolador” que enseñaría a cada creyente? (Jn 14,16‑17).
Sed contra.
Cristo envía al Espíritu para “guiar a toda la verdad” en la comunidad de los creyentes, no para convertir a cada individuo en un tribunal autónomo. En Hechos 15, el Concilio de Jerusalén ilustra cómo el Espíritu asiste a la Iglesia colegial para resolver disputas, no a lectores aislados.
Respondeo.
El Paráclito sostiene a la Iglesia, no a interpretaciones dispersas. El Magisterio, en la sucesión apostólica, actúa “ex cathedra” cuando define solemnemente una doctrina de fe o moral (Pastor Aeternus §2), asegurando que el Espíritu Santo preserve la unidad y coherencia de la Revelación.
Obiectio 4. La Escritura, al ser “soplada” por Dios, es superior a toda Tradición; la Tradición humana puede corromper la Palabra.
Sed contra.
Respondeo.
Obiectio 5. La Sola Scriptura fomenta la libertad de conciencia y evita el autoritarismo clerical.
Respondeo.
Conclusión Dialéctica
Las tesis de la Sola Scriptura, por más solemnes que parezcan, se revelan insostenibles ante la prueba histórica, la exégesis bíblica y la filosofía tomista. La infalibilidad papal, definida en Pastor Aeternus, no es un privilegio arbitrario, sino el servicio divino que Cristo instituyó para custodiar la unidad y la verdad de su Iglesia, evitando que la Palabra escrita quede relegada a un texto fragmentado y sujeto a interpretaciones privadas. Así, el Magisterio y la Tradición apostólica se alzan como garantes de la fe, en continuidad viva con la acción del Espíritu Santo desde Pentecostés hasta nuestros días.
CONCLUSIONES
La doctrina de la Sola Scriptura, al erigir la Escritura como única regla infalible de fe y moral, incurre en una carencia teológica fundamental: ignora la dimensión eclesial y comunitaria en la que la Revelación se entrega, se transmite y se interpreta. Cristo, en su ministerio terreno, no dejó un volumen cerrado sino una Iglesia viva, fundada sobre Pedro y los Apóstoles (Mt 16,18‑19), con la promesa de que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Esta promesa no designa meramente la preservación de un corpus textual, sino la indefectibilidad de la comunidad de fe, guiada por el Paráclito (Jn 14,16‑17). El Magisterio, en comunión apostólica, es el sujeto teológico a quien Cristo confirió el carisma de infalibilidad para custodiar la pureza del depósito de la fe. Negar este don equivale a desconfiar de la fidelidad de Cristo a su promesa, poniendo en entredicho su divinidad y su poder salvador.
La Prima Scriptura y la Suprema Scriptura intentan matizar la rigidez de la Sola Scriptura permitiendo cierto espacio a la tradición o a la razón, pero mantienen la tesis de que la Escritura escrita retiene siempre la última palabra. Desde una perspectiva teológica, tal postura subestima la acción viva del Espíritu Santo en la comunidad de creyentes, reduciéndolo a un mero auxiliar de la lectura personal. El Espíritu no actúa aislado en cada conciencia, sino en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, y su guía se ejerce a través de la Tradición y del Magisterio. La Revelación, al ser progresiva y gradual, requiere un intérprete autorizado que aplique sus verdades a contextos nuevos sin traicionar su sentido originario.
La infalibilidad papal, definida dogmáticamente en Pastor Aeternus (Vaticano I), no es un atributo personal del Papa como individuo, sino un carisma institucional para preservar la fe. Cristo otorgó a Pedro y a sus sucesores “las llaves del Reino” (Mt 16,19), un símbolo de autoridad vinculante en la Iglesia. En la historia, los concilios ecuménicos y las definiciones ex cathedra han resuelto disputas doctrinales cruciales —desde Nicea hasta Vaticano I— confirmando que la Iglesia no se rige por interpretaciones privadas, sino por una autoridad colegial y sucesoria. Quitar esta garantía equivale a despojar a la Iglesia de su fundamento teológico y a la comunidad de la roca segura sobre la cual edificar la fe.
En la tradición aristotélico‑tomista, la verdad es un ente objetivo que trasciende la finitud y la subjetividad humana. Para que la verdad revelada por Dios no se diluya en interpretaciones particulares, es necesario un criterio de custodia capaz de asegurar su coherencia y unidad. La Sola Scriptura postula que cada creyente, iluminado por el Espíritu, puede interpretar la Escritura con libertad absoluta. Sin embargo, esto genera un relativismo epistemológico en el que múltiples interpretaciones se erigen como equivalentes, fracturando la unidad doctrinal y socavando la noción misma de verdad objetiva.
La infalibilidad del Magisterio actúa como ese criterio filosófico‑teológico que trasciende las limitaciones de la razón individual. Santo Tomás de Aquino explica que la acción infalible no proviene de la persona del Papa o del obispo, sino de la asistencia del Espíritu Santo al ejercicio colegial del Magisterio. Cuando el Papa define ex cathedra, lo hace en virtud de una virtud de la verdad (virtus veritatis) que supera la falibilidad humana. Este don garantiza que las definiciones solemnes de fe y moral se mantengan libres de error, preservando la unidad de la fe a lo largo de los siglos.
Las variantes Prima y Suprema Scriptura reconocen la existencia de la tradición o de otras autoridades, pero subordinan su valor final a la Escritura. Desde un punto de vista filosófico, esta subordinación niega la capacidad de la Iglesia de interpretar y aplicar la Revelación de manera creativa y viva. La verdad revelada no es un texto estático, sino una realidad dinámica que, para mantenerse viva, debe ser custodiada por una comunidad dotada de autoridad epistémica. El Magisterio, en su función de criterio último, cumple ese papel, evitando que la Iglesia se convierta en un mercado de ideas contradictorias.
La epistemología católica integra Escritura, Tradición y Magisterio como fuentes de revelación y criterios de verdad. La Sola Scriptura incurre en una petición de principio al reclamar autoridad para sí misma sin poder probar desde la Escritura que “solo la Escritura” es norma. La Biblia no prescribe su propia supremacía; de hecho, el canon fue definido por la Iglesia en el Concilio de Roma (382 d.C.), lo que demuestra que la autoridad para delimitar los libros inspirados reside fuera de los textos.
La Sucesión Apostólica garantiza que la fe no dependa del capricho individual, sino de un sujeto epistémico histórico: la Iglesia fundada por Cristo. Hechos 15 muestra cómo el Concilio de Jerusalén, guiado por el Espíritu Santo, resolvió disputas sin fractura. Esta experiencia primitiva refuta la idea de un “libre examen” ilimitado: la Revelación se custodia en comunidad, no en el aislamiento.
La infalibilidad papal provee un criterio estable: cuando el Papa define ex cathedra, actúa como intérprete supremo, asegurando la inerrancia de la enseñanza oficial en fe y moral. Este criterio epistemológico es indispensable para preservar la integridad del depósito de la fe y contrarrestar el relativismo que surge de la interpretación privada. Sin él, la carga de la prueba recaería injustamente sobre la Sola Scriptura, que no puede demostrar la legitimidad de su propio fundamento.
La hermenéutica católica parte del principio de que la interpretación bíblica no es un acto privado, sino comunitario y magisterial. San Pedro advierte que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pe 1,20) y denuncia que los “poco asentados” tuercen la Escritura para su propia perdición (2 Pe 3,16). La Sola Scriptura y sus variantes suponen que cada creyente, asistido por el Espíritu, puede comprender la Escritura sin mediación. Esta pretensión ignora la complejidad del texto bíblico, que contiene pasajes “difíciles” y símbolos arraigados en la tradición litúrgica y patrística.
La infalibilidad del Magisterio ofrece una hermenéutica coherente: al definir solemnemente una doctrina, el Papa y los obispos en comunión con él establecen un canon interpretativo que unifica la lectura de la Escritura con la Tradición. Este canon evita el anarquismo hermenéutico que conduce a la proliferación de sectas y doctrinas contradictorias. La Iglesia, como “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3,15), garantiza que la Palabra viva de Dios se transmita fielmente, sin desviarse hacia lecturas parciales o forzadas.
En el ámbito académico, el estudio del cristianismo requiere reconocer que la Revelación se ha transmitido en un sujeto visible, la Iglesia, y no en un corpus textual aislado. La Sola Scriptura y la Sola Fide han sido objeto de amplias investigaciones históricas y teológicas que demuestran sus insuficiencias: la imposibilidad de explicar la formación del canon, la falta de un criterio epistémico estable y la fragmentación doctrinal resultante.
La infalibilidad papal y la sucesión apostólica ofrecen un marco metodológico sólido para la investigación teológica, pues proveen un criterio de autenticidad que enlaza la historia de la Iglesia con la exégesis bíblica y la reflexión filosófica. El Concilio Vaticano I y los documentos magisteriales posteriores son fuentes primarias para comprender cómo la Iglesia ha definido y defendido sus doctrinas fundamentales.
En síntesis, la fuerza de la evidencia histórica, teológica y filosófica recae sobre la carga de la prueba que los sistemas protestantes no pueden satisfacer. La Sola Scriptura, la Prima Scriptura y la Suprema Scriptura se revelan como posturas heréticas al fracturar la unidad de la fe y negar la autoridad que Cristo instituyó para custodiar su Revelación. La única opción coherente con el mandato divino y con la experiencia eclesial es la integración de la Escritura, la Tradición y el Magisterio infalible, cuyo sujeto visible —el Romano Pontífice en comunión con los obispos— es la garantía de que la fe cristiana permanezca fiel, unida y verdadera hasta el fin de los tiempos.
EPÍLOGO
La defensa de la Sola Scriptura por parte de Edgar Pacheco, que proclama la Biblia como única fuente infalible de fe y práctica, se revela insostenible ante el examen histórico, teológico, filosófico y hermenéutico. Pacheco desconoce que, en el siglo I, la revelación circulaba oralmente en el seno de la Iglesia apostólica, y que sólo un proceso comunitario, guiado por el Espíritu Santo, culminó siglos después en el canon que hoy conocemos. La pretensión de que la Escritura “se basta a sí misma” reduce la transmisión de la verdad divina a un acto de lectura privada, ignorando la función mediadora de la Tradición y del Magisterio, sin los cuales no existiría criterio para discernir los escritos inspirados de los apócrifos ni para preservar la unidad doctrinal.
Desde la perspectiva aristotélico‑tomista, la verdad trasciende la interpretación individual: exige un sujeto epistémico capaz de custodiarla frente a la falibilidad humana. En la Iglesia, ese sujeto es el Magisterio apostólico, continuado en la sucesión de Pedro y los obispos. Cristo mismo otorgó a Pedro “las llaves del Reino” (Mt 16,19) y prometió que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18), lo que implica una asistencia divina a la enseñanza oficial de la Iglesia. Quitar esa garantía equivale a poner en duda la fidelidad de Cristo a su promesa y, por tanto, a cuestionar su divinidad.
Epistemológicamente, la Sola Scriptura incurre en petición de principio: no puede demostrar desde la Escritura que “solo la Escritura” sea norma de fe, pues la Biblia no contiene ese mandato. La formación del canon en el Concilio de Roma (382 d.C.) demuestra que la autoridad para definir los libros inspirados reside en la Iglesia, no en el individuo. Al relegar el Magisterio a un segundo plano, Pacheco ignora la necesidad de un criterio estable para evitar interpretaciones contradictorias y fragmentarias, como ha ocurrido históricamente en el protestantismo.
Teológicamente, la Escritura es testimonio escrito del Logos encarnado —Cristo, la Palabra viva—, no un sustituto de Él. Confundir la Biblia con el Verbo divino conduce al fetichismo textual y a un relativismo donde cada lector cree poseer la verdad absoluta. La verdadera autoridad doctrinal se funda en la intersección de lo divino y lo humano: la Tradición viva y el Magisterio, que juntos preservan la unidad y la pureza del mensaje revelado.
Hermenéuticamente, la Escritura sólo adquiere su pleno sentido en la comunidad de fe. San Pedro advierte contra la exégesis privada que tuerce la Palabra para su propia perdición (2 Pe 3,16), y la experiencia de los primeros cristianos —desde los discípulos de Emaús hasta el Concilio de Jerusalén (Hechos 15)— muestra que la interpretación auténtica se ejerce en comunión bajo la guía del Espíritu Santo.
La infalibilidad papal, definida en Pastor Aeternus, no es un privilegio arbitrario, sino el carisma concedido al Romano Pontífice, en comunión con los obispos, para definir solemnemente las verdades de fe y moral sin error. Esta asistencia divina garantiza que la Iglesia permanezca fiel al depósito apostólico y que su enseñanza oficial mantenga la coherencia necesaria para preservar la unidad de la fe.
Negar la infalibilidad del Magisterio y del Papa implica relegar a Cristo a un mero transmisor de libros, cuando Él mismo instituyó una Iglesia visible, no un conjunto de textos descontextualizados. Sin un Magisterio infalible, la Iglesia carecería de criterio para discernir la verdad, y la promesa de que “las puertas del Hades no prevalecerán” quedaría vacía de sentido.
En última instancia, la verdadera seguridad doctrinal se alcanza cuando se reconoce la integración de Escritura, Tradición y Magisterio. Esta síntesis, respaldada por siglos de experiencia eclesial y por el mandato de Cristo, garantiza que la Revelación no se fragmente en interpretaciones aisladas, sino que viva como una sola fe, un solo Señor, un solo Bautismo (Ef 4,5). Cualquier sistema que prescinda de esta mediación divino‑humana se expone al relativismo y al caos doctrinal, negando la unidad que Cristo deseó para su Iglesia y poniendo en tela de juicio la veracidad de su promesa salvadora.
REFERENCIAS
Fuente: Beroch Tomas. (2025). Conversación/Debate con Edgar Pacheco (Sola Scriptura y magisterio Infalible). Canal de Fr. Tomas Beroch. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=nLgNBmi0TeE.
1. Escrituras Sagradas
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2 Timoteo 3,16–17: “Toda la Escritura es inspirada por Dios…”
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2 Timoteo 2,2; 2 Timoteo 1,13: Transmisión de la enseñanza apostólica.
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1 Tesalonicenses 2,15; 2 Tesalonicenses 3,6: Tradición viva y obediencia comunitaria.
-
Juan 1,1–2; 1,14: El Verbo preexistente y encarnado.
-
Juan 5,39–40: Testimonio de Cristo en las Escrituras.
-
Juan 21,25; 3 Juan 13–14: Reconocimiento de la transmisión oral y escrita.
-
Lucas 24,13–27; 24,25: Jesús explica las Escrituras a los discípulos.
-
Marcos 4,34; 16,16; 11,27–33: Enseñanza apostólica y autoridad en el Templo.
-
Mateo 16,18–19; 28,19–20: Pedro, las llaves del Reino y la misión apostólica.
-
Hechos 15: Concilio de Jerusalén y autoridad colegial.
-
1 Timoteo 3,15: “La Iglesia… columna y fundamento de la verdad.”
-
2 Pedro 1,20–21; 3,16: Prohibición de la interpretación privada y reconocimiento de pasajes difíciles.
2. Concilios y documentos magisteriales
-
Concilio de Roma (382 d.C.), Papa Dámaso I: Fijación del canon bíblico.
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Concilio Vaticano I (1870), Pastor Aeternus: Definición de la infalibilidad papal.
-
Concilio Vaticano II (1962–1965), Lumen Gentium §25: Infalibilidad del Magisterio.
3. Tradición patrística
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Didaché (c. 100 d.C.): Enseñanza comunitaria y autoridad apostólica.
-
San Clemente I, Carta a los Corintios: Unidad con el obispo de Roma.
-
San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos: Sujeción al obispo local.
-
San Ireneo de Lyon, Contra las herejías III: Sucesión apostólica como prueba de la fe.
-
San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan 124: Escritura como testimonio de Cristo.
-
San León Magno, Sermón 4: Pedro como fundamento de la Iglesia.
-
San Jerónimo, Carta al Papa Dámaso II: Búsqueda de la cátedra de Pedro.
-
San Pedro Crisólogo, Carta a Eutiques: Comunión con el obispo de Roma.
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Santa Catalina de Siena, Carta 316: Oración por la unidad de la Iglesia.
4. Fuentes teológico‑filosóficas y académicas
-
Francesco Spadafora, Diccionario Bíblico, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1968 (voz “Apócrifos”).
-
Denzinger‑Schönmetzer / Hünermann, Enchiridion Symbolorum, Herder, Barcelona 1999 (DS).
-
William Chillingworth (1602–1644), The Religion of Protestants.
-
Confesión de Fe de Westminster (1646).
-
John Wesley (1703–1791), carta 1 ene 1739, Works of John Wesley.
-
John Stott (1921–2011); R. C. Sproul (1939–2017); John MacArthur (1939– ): Defensa contemporánea de la Sola Scriptura.
-
Charles Hodge (1797–1878), Systematic Theology.
-
John Jewel (1522–1571), Apology of the Church of England (1562).
-
Hans Küng (1928–2021): Crítica histórica a la infalibilidad (retirado 1979).
-
James R. White (n. 1962): “Convenient invention of Rome.”
-
Charles Spurgeon (1834–1892): Ironía sobre la impecabilidad papal.
-
Bob Sungenis: Testimonio de ex pastor protestante convertido al catolicismo.
-
Catecismo de Perseverancia de San Pío X, Dosis Diaria de Doctrina Cristiana: preguntas 175–183.
En definitiva, la doctrina de la Sola Scriptura, al pretender que la Escritura posee una infalibilidad autosuficiente e independiente de toda autoridad eclesial, se muestra filosóficamente insostenible y teológicamente incompleta. Desde la razón filosófica, queda claro que la verdad no se reduce a percepciones individuales, sino que es un ente objetivo que requiere un criterio externo para ser reconocida y transmitida fielmente. En este sentido, la Iglesia —como sujeto epistémico fundado por Cristo y guiado por el Espíritu Santo— es indispensable para garantizar la coherencia y autenticidad de la Revelación cristiana. La existencia de miles de interpretaciones contradictorias dentro del mundo protestante es un testimonio palpable del relativismo hermenéutico al que conduce la interpretación privada sin una autoridad magisterial que sirva de referencia común.
Teológicamente, Cristo no dejó un libro, sino una Iglesia viva, estructurada y visible, dotada de autoridad divina para enseñar, interpretar y preservar el depósito de la fe. La Escritura es, sin duda, Palabra de Dios inspirada, pero no es autosuficiente; es parte de una Revelación más amplia, que incluye la Tradición apostólica y su custodia a través del Magisterio. Separar la Escritura de esta triple dimensión —Escritura, Tradición y Magisterio— es reducir la Revelación a un texto muerto, desconectado de su fuente viviente, que es el Verbo encarnado. Solo en la comunión eclesial se mantiene la unidad de la fe, la claridad doctrinal y la fidelidad al mandato de Cristo. Por tanto, lejos de ser una garantía de fidelidad, la Sola Scriptura es una construcción posterior que ignora el modo en que Dios quiso revelarse y conducir a su pueblo: no a través de la lectura privada de un texto, sino mediante una comunidad viva, guiada por su Espíritu hasta el fin de los tiempos.
En la filosofía católica, el axioma último no es una idea abstracta ni un principio lógico, sino la persona de Cristo, quien es la Verdad misma (Christus est veritas). Cristo no es solo una fuente de verdad o un referente moral, sino que Él es la Verdad encarnada, y es a partir de Él, y no de un texto, que se deriva toda autoridad y comprensión sobre lo divino. Este principio rompe con la posibilidad de considerar la Escritura como un axioma independiente, porque, en el pensamiento católico, la Verdad no se encuentra aislada en un libro, sino en una relación viva y dinámica con Cristo, quien fundó y sostiene la Iglesia.
La idea de que la Escritura misma podría ser axiomática —es decir, autoevidente y autoritativa en su interpretación sin mediación— no se ajusta a la doctrina católica, ya que esta sostiene que Cristo fundó una Iglesia, otorgándole la autoridad para interpretar y preservar la Revelación en su totalidad. En el catolicismo, no es el texto bíblico lo que tiene una infalibilidad autónoma, sino la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, que interpreta y custodia ese texto en comunión con la Tradición.
La Sola Scriptura asume erróneamente que la Escritura puede ser el único criterio para la verdad, sin reconocer que dicha verdad se encuentra primero en Cristo y en la autoridad que Él estableció: la Iglesia. Por lo tanto, desde una perspectiva filosófica católica, la Escritura no es un axioma independiente, sino un testimonio de la Verdad viviente en Cristo, cuya interpretación fiel solo puede realizarse dentro del marco de la comunidad eclesial, fundada por Él.
Esta es la distinción crucial que desmonta la postura de la Sola Scriptura desde una perspectiva filosófica y teológica católica: no es el texto el que tiene la última palabra, sino Cristo en su plenitud, vivida y comprendida en la Iglesia
La verdadera autoridad en la Iglesia brota de la supremacía de Cristo, fuente última de toda Revelación, y se articula a través de la Tradición viva y el Magisterio apostólico. Aunque la Sagrada Escritura es Palabra inspirada de Dios, su papel es el de testimonio escrito y medio de comunicación de la verdad, nunca el de norma única e independiente. Cristo instituyó una Iglesia visible y delegó en ella —no en interpretaciones privadas— la custodia y transmisión de la fe, de modo que la Revelación se preserva en la sucesión apostólica y en la enseñanza colegiada de sus pastores, asistidos por el Espíritu Santo.
Subordinar la Iglesia exclusivamente a un texto aislado equivale a desconocer la dimensión histórica y comunitaria de la fe. Tal como en la Revolución Francesa se intentó regir la vida social por principios abstractos sin atender la complejidad humana, la Sola Scriptura reduce la riqueza del depósito apostólico a una lectura individual, fragmentando la unidad doctrinal. Sin la mediación del Magisterio y de la Tradición, la Escritura corre el riesgo de convertirse en un arsenal de interpretaciones contradictorias, lejos de la comunión de fe que Cristo quiso para su Cuerpo.
La autoridad eclesiástica se fundamenta en la comunión apostólica y en la interpretación colegiada, donde la Escritura se integra en un depósito vivo y dinámico. La jerarquía doctrinal descansa en que la Revelación proviene de Cristo y se transmite en un contexto histórico‑comunitario: los concilios, los Padres de la Iglesia y la sucesión episcopal han testimoniado esta dinámica a lo largo de los siglos. En este marco, la Escritura alcanza su plenitud de sentido cuando se vive y se interpreta en comunión con la Tradición y el Magisterio, garantizando la unidad de la fe y protegiéndola de los errores y fragmentaciones que surgen de una interpretación descontextualizada.
Negar la infalibilidad del Magisterio o del Romano Pontífice es, en última instancia, poner en duda la promesa de Cristo de que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Sin un sujeto visible y epistémico que custodie la verdad revelada, la Iglesia perdería su fundamento, y la fe quedaría a merced de corrientes subjetivistas que la desintegrarían. Por ello, la infalibilidad papal y magisterial no son meros privilegios institucionales, sino el don divino que preserva la coherencia, la continuidad y la fidelidad al mensaje de salvación que Cristo confió a sus apóstoles y a sus sucesores hasta el fin de los tiempos.