La incompatibilidad ontológica del palamismo con el dogma católico de la simplicidad divina
Reflexión
La teología de Palamás
Gregorio Palamás, teólogo bizantino del siglo XIV, elaboró una doctrina teológica destinada a explicar cómo Dios, siendo absolutamente trascendente, puede, no obstante, comunicarse realmente con el hombre. Para ello, introdujo una distinción esencial en el misterio divino: la diferencia entre la esencia de Dios (ousía) y sus energías (enérgeiai). Esta doctrina buscaba responder a la necesidad de preservar la trascendencia divina sin anular la posibilidad de una verdadera participación del hombre en la vida divina.
La ousía, palabra griega que significa "esencia" o "naturaleza", designa, en el caso de Dios, lo que Él es en sí mismo: su ser absoluto, eterno, infinito e incomprensible. Según Palamás, esta esencia divina es absolutamente inaccesible a toda criatura. Ningún ser creado, ni siquiera los ángeles, puede ver, comprender o participar de la ousía de Dios. Se trata de una realidad que rebasa por completo las facultades de la inteligencia creada; por tanto, la esencia divina permanece en el ámbito de lo totalmente inefable y trascendente.
Frente a esta inaccesibilidad esencial, Palamás introduce el concepto de energías divinas. El término griego enérgeia significa "actividad", "operación" o "acción". Las energías son las manifestaciones reales, eternas e increadas de Dios hacia el mundo; constituyen modos en que Dios actúa y se comunica sin dejar de ser Él mismo. Aunque no son la esencia divina, tampoco son criaturas ni algo añadido a Dios: son plenamente divinas y, sin embargo, ontológicamente distintas de la ousía. A través de estas energías, Dios se hace presente, se dona, ilumina, santifica y transforma. Por tanto, mediante ellas el hombre puede participar verdaderamente de la vida divina, recibir su luz y su gracia, y entrar en comunión con Él.
Palamás también distingue dos modos del conocimiento teológico: el apofático y el catafático. El primero, cuyo nombre proviene del griego apóphasis ("negación"), consiste en afirmar lo que Dios no es. Es el camino del silencio, del reconocimiento de los límites del intelecto humano ante el misterio divino. Así, decimos que Dios es incomprensible, inefable, invisible, impasible, etc. El conocimiento apofático se impone como una necesidad frente a la infinita trascendencia de Dios. Por su parte, el conocimiento catafático (katáphasis, "afirmación") reconoce que podemos decir algo verdadero de Dios, aunque sea de modo analógico, en base a lo que Él ha revelado y a sus obras en la creación y en la historia. Así, afirmamos que Dios es sabio, justo, bueno, misericordioso, etc. Palamás sostiene que ambos caminos se integran armónicamente: la esencia divina permanece apofáticamente inaccesible, pero Dios puede ser conocido catafáticamente por sus energías.
A partir de estos principios, Palamás formula varios postulados fundamentales. En primer lugar, afirma una distinción real y eterna entre la esencia y las energías en Dios. Esta distinción no implica composición ni división interna en la divinidad, sino que salvaguarda la absoluta trascendencia de Dios al mismo tiempo que fundamenta su presencia activa en el mundo. En segundo lugar, establece con radicalidad la inaccesibilidad de la esencia divina: ningún ser creado puede contemplarla ni comprenderla. Es el misterio absoluto, "el más allá de todo ser", en términos de la teología apofática. Sin embargo, esta inaccesibilidad no implica una ausencia de Dios, ya que, por sus energías, Él se comunica verdaderamente al hombre. Estas energías no son meros símbolos o apariencias, sino realidades divinas participables. A través de ellas, el hombre puede experimentar a Dios, recibir su vida, su gracia y su luz. Un ejemplo citado por Palamás es la luz del Tabor que vieron los apóstoles durante la Transfiguración de Cristo, que sería, según él, una energía divina increada, no una luz material ni una ilusión sensorial.
Otro punto relevante en su doctrina es que las energías divinas son eternas e increadas: no pertenecen al orden de lo creado, sino que son modos reales de presencia de Dios ad extra, es decir, en su relación con el mundo. Además, Palamás sostiene que, sin dividir a la Trinidad, cada una de las Personas divinas puede manifestarse por "sus propias" energías, lo cual no implica separación ni subordinación, sino una apropiación personal que respeta la unidad esencial de Dios.
La finalidad última de esta doctrina es preservar la absoluta trascendencia e inmutabilidad de Dios, sin caer en un deísmo que lo aleje radicalmente del mundo ni en una concepción panteísta que lo confunda con las criaturas. La distinción entre esencia y energías permite afirmar, al mismo tiempo, que Dios es absolutamente incomprensible en su ser más íntimo y, sin embargo, real y verdaderamente accesible por participación. De este modo, el hombre puede experimentar, amar y ser transformado por Dios, sin nunca abarcarlo ni comprenderlo en su totalidad. Así, la teología de Palamás ofrece una vía para comprender cómo es posible una comunión real con Dios sin que esta comunión implique una reducción o domesticación del misterio divino.
Desde la teología católica
Desde la teología católica, y particularmente desde el tomismo, la premisa fundamental para comprender la relación entre Dios y el mundo es la simplicidad absoluta de Dios. Esto significa que en Él no hay ninguna distinción real entre esencia, atributos, operaciones ni personas: Dios es plenamente uno, indivisible, sin composición alguna. Cualquier distinción que hagamos respecto de lo divino —como entre esencia y operación, o entre distintos atributos— no corresponde a una pluralidad real en Dios, sino a una distinción racional y virtual, fundada en nuestra manera limitada y analógica de conocer. El intelecto humano, que conoce por los efectos sensibles y por analogía, puede formular distinciones que en Dios no existen realmente, sino solo según nuestro modo de entender. Esta clave interpretativa permite ofrecer una explicación coherente que salva la simplicidad divina y, al mismo tiempo, busca reconciliar los acentos del pensamiento de Gregorio Palamás con la doctrina católica.
Lo que Palamás denomina "energías" puede entenderse, desde la teología tomista, como las operaciones divinas ad extra, es decir, aquellas acciones de Dios que se refieren a la creación, al orden providente del mundo y a la comunicación de la gracia. Estas operaciones son reales en sus efectos, pero no constituyen en Dios una realidad distinta de su esencia. La distinción entre esencia y operación en Dios, por tanto, es una distinción virtual y no real. Dios no se divide en lo que es y lo que hace; más bien, es uno y el mismo en su ser, en su actuar y en su manifestarse. Que hablemos de múltiples operaciones, o que atribuyamos ciertas acciones a cada Persona divina, es expresión de nuestro modo creatural de hablar, de nuestro esfuerzo por comprender lo incomprensible en función de lo que se nos da a conocer.
En este sentido, la afirmación de que Dios puede ser conocido por sus efectos, pero no en su esencia, constituye un punto de convergencia entre Palamás y la teología tomista. Ambos reconocen que la esencia divina permanece oculta e inaccesible a la mente creada en esta vida —un reconocimiento apofático—, pero que, sin embargo, Dios se da realmente a conocer a través de sus obras, de sus atributos manifestados en la creación y en la gracia —lo cual corresponde al camino catafático. La diferencia no radica en el contenido espiritual de la experiencia, sino en la conceptualización ontológica de dicha experiencia. Para la teología católica, no se debe introducir una dualidad real en Dios; no hay una "esencia" inaccesible y unas "energías" accesibles que sean distintas ontológicamente. Hay una única realidad divina, que puede ser conocida y participada por diversos modos, pero sin multiplicidad ontológica interna.
Cuando Palamás habla de participación en las energías divinas, la teología latina puede traducir ese lenguaje dentro de su propio marco conceptual: se trata de la participación del hombre en la vida divina mediante la gracia creada. La gracia no es Dios mismo en cuanto a su esencia, pero es un efecto directo de Dios, que permite al hombre participar realmente de la vida divina. La gracia santificante, don sobrenatural infundido por Dios en el alma, configura al hombre con Cristo y lo hace partícipe del ser divino de forma real, aunque no en sentido sustancial o esencial. Esta participación no introduce una división en Dios, ni implica recibir "una parte" de Él, sino que manifiesta su acción libre y amorosa en las criaturas.
Otro punto de divergencia aparente radica en la acción de las Personas divinas. Palamás tiende a hablar de energías apropiadas a cada hipóstasis, como si cada Persona actuara mediante "sus propias" energías. La teología tomista, en cambio, sostiene la inseparabilidad de las operaciones externas de la Trinidad (opera Trinitatis ad extra indivisa sunt). Toda acción divina que se refiere a las criaturas es obra común de las tres Personas, aunque se permita una cierta apropiación funcional o relacional por parte de una de ellas (como atribuir la creación al Padre, la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo). Esta apropiación no introduce subordinación ni división real, sino que se basa en la conveniencia teológica de asociar determinadas misiones visibles con el origen eterno de las Personas divinas. Desde esta perspectiva, puede decirse que el pensamiento de Palamás sobre la manifestación personal de las energías puede tener un eco compatible en la teología latina, siempre que se preserve la unidad esencial de Dios.
El resultado de esta reflexión no es una eliminación del misterio, sino una explicación que pretende salvar la verdad revelada sin agotarla. Desde la teología tomista, es posible reconocer en el pensamiento de Palamás una legítima preocupación espiritual por salvaguardar la comunión real con Dios y la inefabilidad de su ser. Si se interpreta su noción de "energías" no como realidades distintas de la esencia divina, sino como los modos en que Dios se manifiesta ad extra, entonces se puede afirmar una auténtica posibilidad de comunión con Dios que no compromete la simplicidad divina. Así, se mantiene la integridad de la fe católica —unidad ontológica de Dios, distinción virtual según el modo de conocer, participación por gracia—, al tiempo que se reconoce la validez experiencial de la mística palamita.
De este modo, la distinción entre esencia y energías, leída desde el tomismo como una distinción de razón fundada en los efectos de Dios, no introduce una herejía ni implica una pluralidad en Dios. No se trata de rechazar sin más una terminología distinta, sino de purificarla y traducirla dentro de la doctrina católica, manteniendo firme la simplicidad de Dios como artículo fundamental de fe. La acusación de heterodoxia que a veces se lanza a quienes buscan tender puentes conceptuales se basa en una lectura literal y descontextualizada de los términos. Lo mismo puede decirse de quienes, desde el lado contrario, introducen las "energías" como si fueran entidades divinas subsistentes distintas de la esencia, lo cual sí sería incompatible con la revelación tal como la ha custodiado la Iglesia. Pero si se entiende que Palamás, como teólogo místico, quiso expresar la experiencia real de comunión con Dios sin negar su trascendencia, entonces el tomismo ofrece un marco interpretativo capaz de acoger esa intuición sin traicionar la fe. Esta vía no pretende encerrar el misterio en categorías filosóficas, sino iluminarlo desde la fe con los recursos de la razón, en fidelidad a la Tradición.
¿Por qué el palamismo ha sido considerado herético (o al menos incompatible con la fe católica)?
El sistema teológico de Palamás, desarrollado en el siglo XIV en el contexto del cristianismo bizantino y ratificado por varios sínodos ortodoxos (especialmente el de 1351), introduce una serie de afirmaciones que, al ser evaluadas desde la teología católica —especialmente en su formulación tomista—, resultan objetivamente incompatibles con los dogmas definidos por la Iglesia, en particular el dogma de la simplicidad divina. Aunque la Iglesia católica nunca ha emitido una condena formal y nominal contra Palamás como persona, ni ha incluido su doctrina entre las herejías expresamente condenadas por un concilio ecuménico, sí se ha considerado tradicionalmente que el núcleo de su pensamiento teológico, en tanto implica una distinción real entre esencia y energías en Dios, es incompatible con la fe católica. A continuación se explica por qué.
1. Doctrina palamita (Distinción real entre esencia y energías en Dios):
Gregorio Palamás enseña que en Dios existe una distinción ontológica real entre la ousía (esencia divina, absolutamente trascendente e inaccesible) y las enérgeiai (energías divinas, increadas, participables, comunicadas al hombre). Según Palamás, las energías no son la esencia de Dios, pero tampoco son criaturas ni meras manifestaciones simbólicas: son Dios mismo "en cuanto se comunica". Esta distinción es fundamental para su teología mística y soteriológica, y se presenta como algo eterno e interno a Dios, no como una distinción meramente epistémica o ad extra.
2. Doctrina católica (simplicidad divina absoluta e indivisible):
La fe católica, expresada dogmáticamente por el IV Concilio de Letrán (1215) y reafirmada por el Concilio Vaticano I (1870), sostiene que Dios es absolutamente simple, es decir, no compuesto de partes ni de principios diferenciados. Esta simplicidad implica que en Dios no hay distinción real entre esencia y existencia, entre esencia y atributos, entre ser y operar, ni entre su ser y su obrar ad extra. Todas las perfecciones en Dios son idénticas a su misma esencia. Las distinciones que introducimos —por ejemplo, entre justicia, sabiduría, misericordia, poder— son distinciones de razón (virtuales), no distinciones reales.
Desde esta premisa, afirmar una distinción real en Dios entre esencia y energías, incluso si ambas son "increadas", implica introducir una composición ontológica en el Ser divino, lo cual contradice la simplicidad metafísica de Dios y destruye su unidad sustancial. Aun si las energías no fueran "partes", suponer que hay algo en Dios distinto de su esencia, aunque también eterno e increado, es colocar junto a Dios otro principio divino, lo que equivale —en la lógica metafísica— a un ditheísmo funcional.
3. El error teológico del palamismo (multiplicidad en el Ser divino):
El error fundamental del palamismo, visto desde la teología tomista, es que —bajo la pretensión de salvaguardar la trascendencia divina y a la vez su comunicabilidad— introduce una multiplicidad real en Dios, y por tanto niega de facto la simplicidad divina. Si las energías divinas no son la esencia, pero son increadas, eternas y divinas, entonces se plantea en Dios una pluralidad ontológica real. Esto contradice no solo el principio tomista de simplicidad, sino también el monoteísmo trinitario, porque se establece una distinción de realidades eternas en Dios que no son ni la esencia ni las hipóstasis trinitarias.
Para los Padres de la Iglesia latina y los escolásticos, las operaciones de Dios ad extra (crear, redimir, santificar, iluminar) no son entidades subsistentes, sino modos de actuar inseparables de su esencia. La gracia, la luz divina, la santificación, son efectos creados, causados por Dios, y si hay algo no creado que se comunica, es la acción misma de Dios, pero no como algo distinto de su ser.
4. Implicaciones soteriológicas y místicas (error en la participación):
Palamás sostiene que el hombre participa realmente en las energías divinas, sin acceder jamás a la esencia. En la teología católica, en cambio, el hombre participa en Dios por la gracia creada, que es una participación real en el ser divino, pero no es una parte increada de Dios comunicada al alma. La gracia no es una "energía increada", sino un don sobrenatural creado que procede directamente de Dios y que configura al alma con Cristo.
Afirmar que el hombre puede participar en energías divinas increadas distintas de la esencia lleva, en términos estrictos, a una forma de panteísmo mitigado o politeísmo funcional, pues se estaría participando en realidades que no son Dios en su ser mismo, ni son criaturas, pero sí subsisten como algo distinto. Esto rompe la distinción ontológica entre el Creador y la criatura, y niega de facto que toda participación en Dios se haga mediante causas segundas creadas, como enseña la doctrina católica.
5. Rechazo histórico y juicio eclesiástico implícito:
Aunque la Iglesia no haya emitido una condena formal y explícita contra Palamás por nombre, sí ha rechazado sistemáticamente los fundamentos de su doctrina:
-
El Concilio de Florencia (1439) afirma que en Dios no hay otra distinción real que la de las Personas divinas. Niega implícitamente cualquier otra dualidad interna, como la que propone Palamás.
-
El tomismo, aceptado y promovido por la Iglesia, especialmente por León XIII en Aeterni Patris (1879) y por el Concilio Vaticano II en Optatam Totius, es incompatible con la distinción real esencia/energía.
-
Teólogos como Domingo Báñez, Cayetano, Garrigou-Lagrange, y otros representantes del tomismo y del magisterio tradicional, han considerado el palamismo como una desviación doctrinal, aunque con matices históricos y pastorales para facilitar el diálogo ecuménico.
La problematica
La doctrina de Gregorio Palamás, sistematizada en el contexto de las controversias hesicastas del siglo XIV y respaldada por varios sínodos de la Iglesia ortodoxa bizantina (especialmente el de 1341, 1347 y 1351), postula una distinción real, ontológica y eterna entre la esencia divina (ousía) —absolutamente inaccesible a toda criatura— y las energías divinas (enérgeiai) —eternas, increadas, participables y comunicables a los hombres. Estas energías, según Palamás, no son ni la esencia divina ni meros efectos creados, sino manifestaciones reales de Dios que pueden ser conocidas y participadas sin implicar una visión de la esencia divina misma. Este sistema busca resolver una tensión teológica clave: cómo afirmar que Dios es absolutamente trascendente, inasequible por esencia, y a la vez comunicable realmente a las criaturas en la experiencia mística.
Desde la perspectiva católica, y particularmente en la tradición tomista, esta propuesta introduce una ruptura inadmisible con el dogma de la simplicidad divina, solemnemente definido por la Iglesia, entre otros, en el IV Concilio de Letrán (1215), el Concilio de Florencia (1439) y reafirmado en el Concilio Vaticano I (1870). Según este dogma, Dios es “omnino simplex”, absolutamente simple; en Él no hay composición de ningún tipo, ni de materia y forma, ni de acto y potencia, ni de esencia y existencia, ni de sujeto y accidentes, ni de naturaleza y operaciones, ni de esencia y atributos. Toda distinción que enunciamos en Dios es una distinción de razón fundada en los efectos, no una distinción real en el ser divino mismo.
Afirmar una distinción real en Dios entre lo que es (ousía) y lo que hace o manifiesta (energías) supone, por tanto, introducir una dualidad interna en el ser divino. Las energías, al no ser ni la esencia divina ni criaturas, se sitúan ontológicamente en un plano distinto, pero aún dentro de la divinidad. Eso implica, de hecho, una especie de composición interna en Dios, una multiplicidad real de aspectos o principios divinos: la esencia incomunicable por un lado, y las energías comunicables por otro. Aunque Palamás niega explícitamente toda división o composición, su esquema lleva lógicamente a ello, pues postula dos principios irreductibles en Dios: uno inaccesible (ousía) y otro accesible (enérgeia), ambos eternos e increados, y ambos divinos.
Esto socava el principio de unidad ontológica absoluta del ser divino. Dios ya no es absolutamente uno y simple, sino que aparece como estructurado internamente en dos órdenes distintos: uno inmanente e incomunicable (la esencia) y otro expresivo y participable (las energías). Esta concepción conduce a un modelo teológico bitensional o binitario dentro del propio Dios, incompatible con la revelación cristiana tal como la ha custodiado la Iglesia. Incluso si las energías no son entidades separadas o subsistentes, su conceptualización como realidades eternas y divinas distintas de la esencia constituye una multiplicación real de lo divino, lo cual equivale en teología católica a una forma de triteísmo funcional o ditheísmo implícito.
La intención espiritual de Palamás es comprensible: busca afirmar que la experiencia mística del hombre con Dios es real, no meramente simbólica, sin por ello comprometer la trascendencia del Creador. Intenta, pues, salvar al mismo tiempo la inaccesibilidad de Dios en su ser y la posibilidad de su comunión con el hombre. En ese sentido, su sistema nace como una respuesta pastoral y mística frente al intelectualismo de algunos autores bizantinos que limitaban la experiencia de Dios a la sola contemplación racional de su esencia. Sin embargo, aunque su motivación puede ser valorada desde el plano espiritual, su solución doctrinal entra en conflicto directo con el núcleo de la teología católica, porque proclama una pluralidad interna en Dios que destruye su simplicidad y atenta contra su unidad ontológica, fundamento absoluto del monoteísmo cristiano.
Desde el punto de vista estrictamente doctrinal, y más allá de las intenciones subjetivas de Palamás, el contenido metafísico objetivo de su doctrina se opone a la fe católica, tal como ha sido formulada en su Tradición dogmática. Por ello, puede afirmarse que la teología palamita, en su núcleo esencial, es herética en sentido formal y objetivo, aunque la Iglesia, en aras del diálogo ecuménico, haya optado por no emitir una condena explícita personal. Esta calificación se refiere a la proposición teológica misma, no necesariamente al estado subjetivo del autor, quien actuó dentro del contexto eclesial oriental y sin adhesión formal a Roma.
La condena implícita de esta doctrina ha quedado reflejada en la exclusión de Palamás del calendario litúrgico latino, en la no asimilación de su sistema por parte de los grandes teólogos católicos (incluso de aquellos inclinados al misticismo), y en el mantenimiento firme de la simplicidad divina como dogma. Además, la enseñanza oficial del magisterio posterior —especialmente en la escolástica tardía, el magisterio tridentino y el tomismo neoescolástico— rechaza sistemáticamente cualquier distinción real en Dios fuera de las Personas trinitarias. La Iglesia enseña que las operaciones divinas ad extra son idénticas a la esencia, aunque se distingan en cuanto a sus efectos creados. Todo lo participable en Dios es participable solo en cuanto efecto, no como realidad divina subsistente.
La doctrina palamita, en cuanto afirma una distinción real, ontológica y eterna en Dios entre su esencia y sus energías, viola el dogma de la simplicidad divina, y por tanto es incompatible con la fe católica. Aunque nacida de una legítima preocupación espiritual, su formulación metafísica entra en colisión con la verdad revelada sobre la unidad y simplicidad del ser divino. Por eso, desde el punto de vista objetivo y doctrinal, puede y debe considerarse herética, aunque la prudencia pastoral y la búsqueda de unidad no siempre requieran declararla formalmente en esos términos.