Arminianismo
Resumen
Origen histórico y contexto teológico
El arminianismo debe su nombre a Jacobus Arminius (1560–1609), teólogo protestante holandés formado en el seno del calvinismo reformado. Su pensamiento emergió como reacción a ciertas conclusiones estrictas del calvinismo —especialmente la doble predestinación y la doctrina de la gracia irresistible— que, según Arminius, conducían a una visión fatalista de la salvación, incompatible con la justicia y el amor divinos. El arminianismo tomó forma pública en 1610, un año después de la muerte de su autor, cuando sus seguidores presentaron los llamados Cinco artículos de Remonstrancia ante el gobierno de los Países Bajos.
La respuesta calvinista fue contundente: el Sínodo de Dordrecht (1618–1619) condenó los postulados arminianos y reafirmó lo que luego serían conocidos como los “Cinco puntos del Calvinismo” (de los que se deriva el acrónimo TULIP: Total depravity, Unconditional election, Limited atonement, Irresistible grace, Perseverance of the saints).
No obstante, el arminianismo sobrevivió a la condena sinodal y se propagó ampliamente en el protestantismo occidental, especialmente entre los metodistas y otras corrientes evangélicas. Hoy forma la base doctrinal de buena parte del cristianismo no calvinista, incluido el pentecostalismo, el evangelicalismo latinoamericano y buena parte del anabaptismo.
Postulados fundamentales del arminianismo
Aunque existen distintas variantes, el arminianismo clásico puede resumirse en cinco puntos doctrinales:
- Depravación parcial y libertad humana: El hombre, aunque afectado por el pecado original, conserva la capacidad de cooperar con la gracia.
- Elección condicional: Dios elige para salvación a quienes prevé que libremente creerán en Cristo.
- Redención universal: Cristo murió por todos los hombres, pero su sacrificio solo es eficaz para quienes creen.
- Gracia resistible: La gracia de Dios puede ser rechazada por el hombre.
- Posibilidad de pérdida de la salvación: El creyente puede apostatar y perder la gracia si no persevera.
Estos puntos constituyen una inversión del modelo calvinista, pero también se alejan significativamente del pensamiento católico-tomista, que rechaza tanto la doble predestinación calvinista como la primacía de la voluntad humana sobre la gracia que propone el arminianismo.
¿Arminianismo o pelagianismo disfrazado?
Una acusación frecuente contra el arminianismo es que se trata de una forma velada de pelagianismo —la herejía condenada en el siglo V que afirmaba que el hombre puede salvarse por sus propias fuerzas sin necesidad de la gracia sobrenatural—. Si bien el arminianismo no niega explícitamente la necesidad de la gracia, su error consiste en considerar que esta gracia puede ser eficaz o no según el libre albedrío humano, es decir, que el hombre tiene la capacidad de cooperar o resistirse a la gracia sin un previo movimiento eficaz de parte de Dios.
Esta visión, desde la óptica tomista, se aproxima más al semipelagianismo, condenado en el Concilio de Orange (529), que enseñaba que el primer impulso hacia Dios podía ser iniciativa del hombre, y que la gracia era necesaria solo para continuar o perseverar.
Santo Tomás de Aquino es contundente contra esta postura:
“Contra esto: está lo que el Señor dice en Jn 6,44: Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no lo trae. Pero si el hombre pudiera prepararse por sí mismo no necesitaría ser traído. Luego el hombre no puede prepararse a la gracia sin la ayuda de la gracia.” (S.Th. I-II q.109, a.6)
Por tanto, aunque el arminianismo no es pelagianismo en sentido estricto, sí incurre en un error similar al atribuir la eficacia de la gracia a la respuesta del hombre y no a la moción divina previa y eficaz.
Arminianismo frente a luteranismo y calvinismo: similitudes y diferencias
Aunque las tres corrientes protestantes comparten la doctrina de la justificación por la fe y el principio de sola scriptura, presentan notables diferencias en sus fundamentos antropológicos y soteriológicos:
Doctrina | Luteranismo | Calvinismo | Arminianismo |
Estado del hombre caído | Total corrupción | Total depravación | Depravación parcial |
Elección | Incondicional | Incondicional | Condicional (según presciencia) |
Redención | Universal, pero limitada en efecto | Limitada (solo para los elegidos) | Universal, efectiva solo en creyentes |
Gracia | Irresistible (en práctica) | Irresistible | Resistible |
Perseverancia | Posible pérdida de la gracia | Perseverancia asegurada | Posible pérdida |
El luteranismo y el calvinismo sostienen, en última instancia, una visión monergista (Dios solo obra la salvación), mientras que el arminianismo propone un sinergismo moderado (Dios y el hombre cooperan), aunque mal fundamentado.
Desde la visión tomista, ni el monergismo absoluto ni el sinergismo pelagiano son aceptables. La Iglesia enseña que la gracia mueve verdaderamente al hombre desde dentro, pero sin anular su libertad. Dios es causa primera y el hombre causa segunda subordinada. Esto asegura tanto la soberanía divina como la dignidad de la libertad humana, sin caer en dualismos.
Primeros errores doctrinales: la inversión del orden del ser
Desde una perspectiva metafísica, el error inicial del arminianismo radica en poner la libertad humana como condición del obrar divino, cuando en realidad todo movimiento hacia el bien tiene su fuente primera en Dios. En otras palabras, para el arminiano, Dios predestina a aquellos que Él prevé que creerán; pero eso supone que la acción de la criatura determina la voluntad de Dios, lo cual es incompatible con la naturaleza divina.
Como enseña Santo Tomás:
“La ciencia de Dios es la causa de las cosas. Pues la ciencia de Dios es a las cosas creadas lo que la ciencia del artista a su obra... Es evidente que Dios causa las cosas por su entendimiento, pues su conocer es su ser. Por lo tanto, es necesario que su ciencia sea causa de las cosas, pues la tiene unida a la voluntad. De ahí que la ciencia de Dios, en cuanto causa de las cosas, suela ser llamada ciencia de aprobación. ” (S.Th. I q.14 a.8)
Si Dios conoce que alguien creerá, es porque Él lo mueve eficazmente a creer. De lo contrario, la presciencia de Dios sería pasiva y dependiente, y ya no habría verdadera predestinación, sino solo “ratificación” divina.
El arminianismo es, en resumen, una reacción incompleta y teológicamente inadecuada frente a los errores del calvinismo. Si bien rechaza el determinismo radical, cae en el error contrario al reducir la gracia a una oferta condicional, cuya eficacia depende de la voluntad humana. En este sentido, reproduce —aunque con un lenguaje más bíblico y cristiano— el esquema semipelagiano que la Iglesia ya ha condenado.
Su afirmación de una cooperación “libre” con la gracia no reconoce que la libertad verdadera es aquella que actúa conforme al bien, movida internamente por Dios, no simplemente la que escoge entre alternativas con indiferencia.
Desde la perspectiva tomista, el arminianismo no solo incurre en errores teológicos, sino también en fallos filosóficos al confundir el orden lógico y ontológico de la causalidad divina y humana.
El error fundamental del arminianismo, especialmente en su variante wesleyana moderna y sentimentalista, no radica solo en su insistencia en la libertad humana —aspecto en el que, en parte, coincide con la doctrina católica frente al determinismo calvinista—, sino en su incomprensión de la verdadera naturaleza de la gracia y su acción sobre el ser humano. La gracia no es simplemente un estímulo emocional ni una inspiración interior que mueve al hombre desde la sensibilidad, sino un don sobrenatural que actúa ontológicamente sobre el alma. La gracia, siendo efecto de la caridad increada de Dios, no suprime la libertad, sino que la eleva, perfecciona y ordena hacia el Bien. Es Dios quien, por pura misericordia, infunde la gracia; y es en virtud de esta gracia que el hombre puede creer, esperar, amar y elegir cooperar con ella.
El cambio que opera la gracia no es un sentimiento efímero ni una renovación moral externa: es una transformación del ser, una sanación del alma herida por el pecado, una elevación sobrenatural que ordena al hombre a su fin último, que es la visión beatífica. Sin la mediación real de los sacramentos, que son los canales instituidos por Cristo mismo para comunicar esta gracia —especialmente el Bautismo, la Eucaristía y la Reconciliación—, la experiencia religiosa se reduce a un emocionalismo antropocéntrico. La liturgia sin sacramento se convierte en teatro; el culto sin eficacia real es vacío, aunque esté lleno de palabras, cantos y gestos. La verdadera elevación del alma no se produce sin cruz, sin purificación, sin dolor ofrecido por amor a Cristo.
Por eso la fe católica no rechaza el sufrimiento, sino que lo une al sacrificio redentor, y enseña que sólo a través de esta purificación —ya en esta vida o en el purgatorio— se puede llegar a la visión de Dios. Negar estas verdades —como hace el sentimentalismo arminiano— no solo empobrece la vida espiritual, sino que desfigura la economía de la salvación. Ser católico es vivir con los pies en la tierra y el alma orientada al cielo, sabiendo que la salvación no es producto de sentimientos, sino del amor operante de Dios, que por su gracia y en Cristo, quiere hacernos verdaderamente santos.
Desarrollo: Arminianismo.