Israel contra Irán
Opinión
El conflicto entre Irán e Israel, lejos de ser un asunto regional limitado al Medio Oriente, representa una amenaza estructural al orden internacional y, por ende, afecta de forma indirecta pero profunda los intereses de Hispanoamérica. No podemos seguir observando pasivamente guerras ajenas cuyas consecuencias económicas, políticas y culturales terminan arrastrando a nuestros pueblos. Esta guerra, que involucra a potencias globales de forma directa o por interposición, está remodelando el mapa del poder mundial. En ese nuevo orden que emerge de la ruina del viejo sistema unipolar, los pueblos hispanoamericanos corren el riesgo de ser nuevamente marginados, utilizados como piezas subordinadas en juegos que no les pertenecen. El momento exige reflexión profunda y decisión firme. Si los países de habla castellana continúan divididos, fragmentados en repúblicas sin dirección estratégica ni conciencia histórica común, perderemos la última oportunidad de alzarnos como civilización con voz propia. Lo que se necesita no es una alianza técnica ni un pacto comercial, sino una Confederación auténtica de los españoles de ambos hemisferios, que reconozca nuestras raíces comunes y proponga una integración basada en identidad, lengua, fe, y destino compartido. En esa confederación, la monarquía —no como forma de gobierno sino como símbolo de unidad y legitimidad histórica— puede cumplir un rol articulador de enorme valor. Las Casas de Borbón, Braganza de Brasil y Braganza de Portugal pueden actuar como referentes morales y culturales que reúnan lo que la modernidad fragmentó. Se trataría de un modelo semejante al de la Commonwealth británica, pero anclado no en intereses económicos, sino en la continuidad espiritual de la Hispanidad. La monarquía, lejos de ser un retroceso, representa en este caso el puente entre la tradición y la supervivencia como civilización. Ante un mundo cada vez más polarizado, donde la guerra y la destrucción están redefiniendo fronteras, la unidad de los pueblos hispánicos no es una opción romántica, sino una necesidad práctica. Si no construimos nuestra soberanía colectiva, si no nos organizamos bajo símbolos e instituciones comunes que nos representen como bloque de civilización, seremos barridos del tablero geopolítico. Ya no basta con reclamar independencia formal: debemos constituirnos como una unidad orgánica, viva, soberana, capaz de pensar y actuar con visión propia. El momento de decidir es ahora. O asumimos el desafío de construir una Confederación Hispánica con visión de reino y futuro, o quedaremos condenados a ser eternos subordinados en guerras que no son nuestras, pero que terminarán por destruirnos igual.