Isaac e Ismael

 Análisis

La unicidad de Isaac en el plan salvífico: una lectura teológica y exegética de Génesis 22,2 frente a la objeción sobre la descendencia de Ismael.

קַח־נָא אֶת־בִּנְךָ אֶת־יְחִידְךָ אֲשֶׁר־אָהַבְתָּ אֶת־יִצְחָק
Qaj-na et-binjá et-yejidéja asher-ahavta et-Yitzjak
"Toma, por favor, a tu hijo, tu único, al que amas, a Isaac."

Cuando en Génesis 22,2 Dios le dice a Abraham: “Toma a tu hijo, tu único, al que amas, a Isaac”, no está desconociendo la existencia de Ismael, ni negando que él también sea hijo de Abraham en un sentido biológico. Lo que está haciendo el texto es subrayar, con precisión y deliberación, que Isaac es el único en un sentido teológico y espiritual: único en cuanto hijo legítimo nacido de la esposa libre, Sara, y único en cuanto portador de la promesa mesiánica. Aunque Ismael ciertamente había nacido primero y también fue bendecido por Dios con descendencia numerosa, no fue el hijo de la promesa, no fue el escogido para heredar el pacto eterno. La Escritura misma aclara esto cuando, en Génesis 17,19, Dios dice a Abraham: “Sara, tu mujer, te dará a luz un hijo, y lo llamarás Isaac; yo estableceré mi alianza con él como alianza perpetua para su descendencia después de él”.

En este sentido, la palabra “único” (hebreo: יְחִידְךָ yejidéja) no debe entenderse de modo meramente biológico, sino electivo y tipológico. Isaac es el único en su papel, el único escogido para encarnar la línea mesiánica, el único cuya existencia misma es fruto de un milagro y una promesa. Ismael no cumple ninguna de estas condiciones: nació por medios naturales, de una sierva, y por iniciativa humana, no por el poder de la gracia. Por tanto, al hablar de “tu hijo, tu único”, Dios se refiere a Isaac como el único que posee la unicidad que interesa en el contexto del plan salvífico, no como el único hijo biológico en términos absolutos.

Además, esta elección no es solo jurídica o genealógica, sino también profundamente simbólica. Isaac es el hijo de la alianza, del amor legítimo, del designio divino, y prefigura a Cristo, el Hijo único del Padre, que será ofrecido en sacrificio por la salvación del mundo. La mención de “el que amas” inmediatamente después de “tu único” refuerza el carácter afectivo y redentor del relato. Algunos han querido matizar el término “único” como si significara “preferido” o “amado”, apoyándose en el contexto emocional del texto, pero esta es una glosa secundaria. Filológicamente, yejidéja significa “único” en el sentido de sin igual, singular, exclusivo; el afecto entra en juego, sí, pero como consecuencia de esa elección divina que lo hace único, no como explicación principal del término.

Incluso algunos relatos midráshicos reconocen esta tensión cuando ponen en labios de Abraham la pregunta: “¿Cuál de mis hijos?”, al recibir el mandato divino, y Dios responde paso a paso: “tu hijo”, “tu único”, “al que amas”, “Isaac”. Esta forma escalonada de identificación no es una mera precisión narrativa, sino un modo de llevar al lector a reconocer que, aunque Abraham tiene más de un hijo, solo uno es el que cumple en plenitud el papel que Dios ha definido. Ismael no es despreciado ni olvidado, pero queda fuera de la línea mesiánica, y por tanto fuera de la definición divina de “único” en este contexto.

Por todo ello, no es correcto afirmar que la promesa hecha a Abraham se cumple en Ismael de manera equivalente a como se cumple en Isaac. Ismael recibe una bendición natural, pero no la herencia espiritual. La elección de Isaac como “único” no es injusta ni excluyente: es parte del misterio de la providencia divina, que prefigura en la historia de Abraham el don del Hijo único de Dios, Jesucristo, que será el verdadero Cordero del sacrificio. Así, Isaac no es solo el hijo biológico, sino el hijo tipológico, el hijo profético, el único cuya existencia, amor y entrega anticipan el misterio de la redención. Y por eso, con plena justicia, Dios lo llama “tu hijo, tu único”. 

La pretensión de ciertos musulmanes —frecuente en contextos de da‘wah islámica— de que Ismael es el verdadero heredero de la promesa por ser el primogénito biológico de Abraham, carece de fundamento tanto en el texto bíblico como en la lógica interna del plan salvífico revelado. Esta interpretación ignora que en la Escritura la primogenitura nunca es automática ni simplemente biológica, sino que está sujeta a la elección divina libre y soberana, y por tanto, es la promesa, no el orden natural, lo que determina la filiación verdadera ante Dios.

En Génesis 17,18–21, Abraham mismo clama: “¡Ojalá viva Ismael delante de ti!” —a lo que Dios responde con claridad: “Ciertamente tu mujer Sara te dará un hijo, y lo llamarás Isaac. Estableceré mi alianza con él como alianza perpetua para su descendencia después de él. En cuanto a Ismael, también te he escuchado; lo bendeciré… Pero mi alianza la estableceré con Isaac”. Aquí la distinción es tajante. Ismael recibe una bendición, pero no la alianza; es bendecido con posteridad numerosa, pero no con el pacto mesiánico que pasará de Abraham a Isaac, y de Isaac a Jacob, no a Esaú, y de Jacob a Judá, hasta llegar al Cristo.

Afirmar que Ismael debe ser el heredero de la promesa por ser el primogénito es desconocer también que Dios elige soberanamente al segundo en muchas ocasiones clave: no solo Isaac en vez de Ismael, sino Jacob en vez de Esaú (cf. Mal 1,2–3; Rom 9,10–13), José sobre Rubén, David sobre sus hermanos mayores, y finalmente Jesucristo, el Primogénito no por orden natural, sino por preeminencia ontológica (cf. Col 1,15–20). En la lógica de la revelación, la primogenitura teológica es carismática, no simplemente genética.

Además, la lectura musulmana ignora el carácter tipológico del sacrificio de Isaac, que anticipa el sacrificio de Cristo, el Hijo único del Padre. Esta dimensión no puede cumplirse en Ismael, cuya historia está ausente del contexto salvífico del Monte Moriah (cf. Gn 22). El mismo Corán, en cambio, no especifica el nombre del hijo que Abraham debía sacrificar, y la identificación con Ismael es tardía y doctrinalmente motivada, no textual ni profética.

En resumen, Ismael no es el heredero de la promesa, ni por orden de nacimiento ni por elección divina. Dios eligió a Isaac, el hijo de la promesa, el nacido de la libre (Sara), no de la esclava (Agar), como enseña san Pablo en Gálatas 4,22–31. La elección de Isaac no es una exclusión injusta, sino parte del misterio providente de Dios que prepara, desde Abraham, la venida del verdadero Primogénito, Jesucristo. Por eso, la promesa hecha a Abraham se cumple exclusivamente en Isaac y su descendencia mesiánica, no en Ismael ni en ninguna otra línea.

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