Esse, Ens, Essentia y Existencia en Dios

 Resumen

La controversia que surge en torno al uso del término “Dios es la Existencia misma” refleja una confusión frecuente entre el lenguaje filosófico técnico y el lenguaje común o incluso moderno, donde “existencia” suele entenderse desde una óptica fenomenológica o empírica, vinculada a la presencia espacio-temporal o a la constatación sensorial. Para responder con precisión a tales objeciones, es necesario retornar al lenguaje clásico de la metafísica, particularmente al marco conceptual de Santo Tomás de Aquino, y definir con exactitud los conceptos fundamentales que estructuran la ontología tomista.

En primer lugar, debe aclararse que el término ens (participio latino de esse) designa aquello que “es”, es decir, aquello que posee ser. Todo ente, por el mero hecho de existir, es un ens, porque participa del acto de ser. Sin embargo, este “ser” o esse no es un concepto vacío, meramente lógico o una categoría genérica sin contenido. En la metafísica tomista, el esse es el acto puro que actualiza la esencia y la constituye como ente. Se denomina actus essendi: el acto mediante el cual algo es en realidad, el acto que confiere actualidad plena a la esencia.

Esta distinción entre esencia y acto es fundamental: la essentia es “lo que algo es”, su definición o quididad, mientras que el esse es “el acto por el que ese algo es”, es decir, el acto de existencia. En los entes creados, esencia y existencia están realmente distintas. La esencia puede entenderse como potencia, una posibilidad, mientras que el acto de ser es la actualización de esa potencia. Esto implica que un ente creado no es su esencia, sino la unión de esencia y existencia. Por eso, Santo Tomás afirma que en los entes creados essentia ≠ esse, aunque en el orden conceptual están unidos.

Esta distinción genera una doble composición en los entes: composición de esencia y ser, y composición de acto y potencia. Todo ente compuesto posee una mezcla de acto y potencia, lo que explica su contingencia y mutabilidad. El acto es lo que da realidad plena a lo que es posible en la potencia.

Por contraste, en Dios no existe composición alguna. Dios es absolutamente simple, sin partes ni composición de acto y potencia. En Él, la esencia y el acto de ser son idénticos. No puede ser de otro modo porque, si existiera distinción entre esencia y existencia en Dios, implicaría que su ser depende de algo externo, es decir, que no es causa de sí mismo. Por ello, Santo Tomás concluye que en Dios essentia est ipsum esse, su esencia es su ser, y no posee ser como algo que tiene o recibe, sino que es su ser. Este ser es subsistente, infinito, incausado y absolutamente simple.

Este ser divino es denominado ipsum esse subsistens (“el mismo ser subsistente”). Es importante entender que este concepto no equivale a la existencia en sentido común o empírico (estar aquí o ahora, presencia fenoménica, conciencia o percepción), sino al ser en cuanto acto puro, sin limitaciones ni pasividades. Cuando se dice que “Dios es la Existencia misma”, no se utiliza “existencia” en sentido psicológico o empírico, ni como un atributo más, sino en un sentido ontológico trascendental: Dios es el Ser puro, el acto de ser absoluto y eterno, sin mezcla alguna de potencia ni dependencia.

Este entendimiento es clave para comprender la naturaleza divina según la doctrina tomista. La simplicidad divina excluye toda composición, causalidad externa, potencialidad o limitación. En consecuencia, en Dios no hay esencia que recibe el ser, sino que su esencia es su acto de ser, en plena actualidad y absoluta independencia.

Para profundizar, otro concepto fundamental es el de operatio (operación, acción). En Santo Tomás, todo ser en acto tiende naturalmente a obrar, ya que “el obrar sigue al ser” (agere sequitur esse). Por ello, el acto de ser es fundamento del obrar. El obrar no puede provenir de la nada, sino del sujeto que es. Aquí entra en juego la noción de substantia (del griego ousía), que designa aquello que subsiste por sí mismo y no en otro. La substancia es el sujeto propio de los accidentes, la realidad primera que tiene el ser en sí misma.

Dios es la substancia perfecta: subsiste por sí mismo, y su ser es acto puro y simple. No tiene accidentes ni necesita actualizaciones sucesivas. Su ser y su obrar son idénticos: su ser es actualísimo, eterno e infinito, y su operación no es distinta de su esencia o su existencia. Esto significa que en Dios la unidad entre ser, esencia, operación y substancia es absoluta y única, exclusiva de un ser que es ipsum esse subsistens.

En cambio, en los entes creados —incluso en los ángeles—, la esencia y el ser están distinguidos, y el ser es siempre participado y limitado. La analogía de la luz blanca que se refracta al atravesar un prisma es ilustrativa: el ser se particulariza y limita en cada esencia creada. Dios, en cambio, es luz pura, sin refracción ni limitación. Por ello, en Dios el ser no es un predicado que se añade, sino el sujeto mismo: Dios no “tiene” ser, sino que es lo que es.

Esta verdad se manifiesta en la revelación bíblica del Éxodo, donde Dios se presenta como Ego sum qui sum (“Yo soy el que soy”). Esta afirmación no es una tautología trivial, sino una fórmula ontológica profunda: Dios es el Ser por excelencia, el Ser que es por sí mismo, sin depender de nada externo.

El lenguaje tomista puede parecer ajeno o incluso contradictorio a ciertos sistemas modernos que reducen el ser a fenómenos, conciencia o construcción lingüística. Sin embargo, el tomismo permanece firme en el realismo ontológico radical: el ser no es una mera construcción mental, sino la actualidad que da realidad plena a todo lo que existe. En este marco, afirmar que “Dios es la Existencia misma” no es solo correcto, sino necesario para expresar su absoluta simplicidad y perfección.

Quienes objetan esta expresión a menudo parten de una lectura superficial, lingüística o nominalista de la metafísica, olvidando que los términos filosóficos tienen un sentido dentro de un marco conceptual riguroso. La metafísica tomista ofrece claridad: distingue lo que ontológicamente debe distinguirse y une lo que debe unirse. No reduce el ser a la esencia pura, ni lo disuelve en la experiencia o el lenguaje, sino que lo define como acto primero y último, subsistente en Dios sin composición.

Por ello, afirmar que en Dios esse y essentia son idénticos significa que su ser no es algo que “tenga” ni algo derivado, sino algo que es absolutamente y por sí mismo. En este sentido, Dios no solo “existe”, sino que es la Existencia misma, entendida como el acto puro y pleno de ser, causa del ser en todo lo demás, plenitud absoluta sin carencia.

Negar esta afirmación equivale a negar la simplicidad y subsistencia del ser divino, conduciendo a un concepto defectuoso de Dios que implica dependencia o causalidad externa, incompatible con la razón y la revelación cristiana. Dios es, por definición, el ens a se, el actus purus, el ipsum esse subsistens. Esta afirmación es la cima de la metafísica clásica y el fundamento ontológico indispensable para toda teología seria y coherente.

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