Crítica a la Sola Scriptura de Edgar Pacheco
Análisis
La defensa de la Sola Scriptura que propone Edgar Pacheco, según la cual la Sagrada Escritura —en su carácter de theopneustos, “soplada por Dios”— ostentaría una infalibilidad ontológica que ninguna otra instancia humana podría igualar, exige un análisis riguroso desde múltiples perspectivas: la teología patrística y escolástica, la filosofía aristotélico‑tomista, la epistemología objetivista y la lógica racional. Al adentrarnos en este debate, descubrimos que la pretensión de la Sola Scriptura incurre en una serie de errores conceptuales y metodológicos que la hacen insostenible para quien aspire a una comprensión profunda y coherente de la Revelación cristiana.
En primer lugar, conviene recordar que la Revelación divina no se redujo a un texto cerrado desde el comienzo. Cristo mismo predicó y enseñó de viva voz, instituyendo una comunidad de discípulos a quienes confirió la autoridad para continuar su misión (Mt 28,19‑20). San Pablo, en 2 Timoteo 3,16‑17, afirma que “toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia”, pero no añade que “solo la Escritura” sea regla única, omitiendo cualquier referencia a una norma exclusiva. Por el contrario, en 2 Tesalonicenses 3,6 y 1 Timoteo 3,15 se reconoce la Tradición y la Iglesia como columna y fundamento de la verdad, subrayando la necesidad de una mediación comunitaria para la interpretación auténtica.
1. La ontología del Verbo y la naturaleza de la Escritura
El Logos, según el prólogo joánico (Jn 1,1–14), no es un texto, sino la Persona divina que “en el principio era con Dios y era Dios” y “se hizo carne”. La teología patrística —desde San Juan Crisóstomo hasta San Agustín— insiste en que la Escritura “habla de Cristo, pero Cristo es la Palabra viva que da vida”. Confundir la Escritura con el Logos equivale a un fetichismo textual que despoja al Verbo encarnado de su singularidad ontológica. En términos aristotélico‑tomistas, el Verbo posee actitud de ser plena y absoluta, mientras que la Escritura es un ente secundario, mediación histórica y humana de esa Verdad primera. Por tanto, la Escritura, aunque inspirada, no comparte la inmutabilidad divina de la Persona de Cristo, sino que participa de ella como signo y testigo.
Edgar Pacheco pretende que la Escritura sea “extensión ontológica del Ser divino”, una expresión que confunde la categoría de sustancia con la de signo. En la filosofía de Tomás de Aquino, la sustancia es aquello que subsiste por sí mismo, mientras que los accidentes —incluyendo los signos y las palabras— dependen de la sustancia. La Escritura, como conjunto de palabras y signos, no puede atribuirse la categoría de sustancia divina. Su infalibilidad deriva de la inspiración divina, no de una identidad ontológica con Dios.
2. Sucesión apostólica y autoridad eclesial
El argumento de Pacheco de que la Iglesia es “contingente” y, por tanto, inferior en autoridad a la Escritura desconoce la institución divina de la Iglesia. Cristo, en Mateo 16,18‑19, confirió a Pedro y a sus sucesores el poder de “atar y desatar” —es decir, de legislar en materia de fe y disciplina— y prometió que “las puertas del Hades no prevalecerían” contra esa comunidad. La infalibilidad papal, definida en Pastor Aeternus (Vaticano I), no se basa en la perfección personal del Papa, sino en su función de Magisterio supremo, asistido por el Espíritu Santo, para preservar la doctrina de fe y moral de todo error.
La sucesión apostólica, confirmada históricamente en los concilios y en la imposición de manos, garantiza que la autoridad de la Iglesia no sea una invención humana, sino la continuidad de la misión de Cristo. En Hechos 15, el Concilio de Jerusalén actuó como instancia colegial para resolver la controversia sobre la ley mosaica, demostrando que la interpretación de la Revelación requiere un sujeto comunitario y autorizado, no el libre examen de cada individuo.
3. Canon bíblico y mediación comunitaria
La formación del canon bíblico en el siglo IV (Concilio de Roma, 382 d.C.) fue un proceso deliberado y comunitario, no un acto espontáneo de cada creyente. Los Padres de la Iglesia —San Ireneo, San Jerónimo— narran cómo, bajo la guía del Espíritu, se reconocieron los escritos inspirados y se excluyeron los apócrifos. Este discernimiento patristico demuestra que la autoridad de la Escritura depende de una mediación histórica y no de su sola lectura privada.
Edgar Pacheco insiste en que la autoridad textual no requiere canon impreso, pues brota de su origen divino. Pero la legitimidad de un texto no depende de su inspiración teórica, sino de su reconocimiento apostólico. En la historia de la transmisión manuscrita, aparecen variantes y errores de copia; sin un criterio magisterial, no hay forma de determinar cuál es el texto auténtico. La infalibilidad de la Escritura como testimonio exige un Magisterio infalible que establezca y preserve el canon.
4. Falacias epistemológicas y lógicas
El discurso de Pacheco incurre en varias falacias:
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Petición de principio (circulus in probando): Asume la supremacía de la Escritura como axioma sin demostración, sin reconocer que la Biblia no prescribe su propia supremacía.
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Falsa dicotomía: Presenta la relación Iglesia‑Escritura como una elección exclusiva, ignorando su coordinación en la tradición católica.
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Hombre de paja: Desvía el debate acusando de exigir una fórmula literal, cuando el problema es el criterio de autoridad y no la búsqueda de un versículo mágico.
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Confusión de categorías: Mezcla ontología divina con medio escrito, sin distinguir sustancia y signo.
Desde la filosofía aristotélica, toda proposición debe sustentarse en premisas claras y demostraciones coherentes. La Sola Scriptura carece de un criterio externo que valide su supuesto axioma y, por tanto, no puede sostenerse como norma epistemológica.
5. Dimensión hermenéutica y unidad doctrinal
La hermenéutica católica afirma que la Escritura debe interpretarse en la Tradición viva y bajo la autoridad del Magisterio. San Pedro advierte contra la interpretación privada: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pe 1,20). La experiencia histórica del protestantismo, con miles de denominaciones, confirma que la fragmentación doctrinal es la consecuencia lógica de suponer que cada creyente es juez supremo de la Escritura.
El criterio hermenéutico católico se apoya en el canon interpretativo que emana de los concilios ecuménicos, de los Padres de la Iglesia y de las definiciones ex cathedra del Papa. Esta tradición viva garantiza que la Palabra escrita se lea siempre en comunión, preservando la unidad que Cristo deseó para su Iglesia.
6. Conclusión
La Sola Scriptura de Edgar Pacheco se revela, tras este examen, como una construcción teológica que desconoce la naturaleza divino‑humana de la Revelación, la institución de la Iglesia visible y la necesidad de un Magisterio infalible. Al pretender que la Escritura se basta a sí misma, incurre en falacias ontológicas, epistemológicas y hermenéuticas, y desemboca en un relativismo que fractura la unidad de la fe.
La verdadera autoridad descansa en la comunión apostólica, donde Escritura, Tradición y Magisterio convergen bajo la guía del Espíritu Santo. Solo así puede afirmarse que la Revelación se transmite íntegra, viva y unida, fiel al mandato de Cristo de custodiar su verdad hasta el fin de los tiempos. La infalibilidad papal y magisterial, definidas dogmáticamente, no son meros privilegios humanos, sino el don divino que protege la fe de la Iglesia contra todo error y relativismo, cumpliendo la promesa de que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
RESUMEN
La doctrina de la Sola Scriptura, tal como la defiende Edgar Pacheco, sostiene que la Escritura, al ser theopneustos (“soplada” por Dios), posee una infalibilidad ontológica que ninguna otra autoridad humana —Iglesia o Magisterio— puede igualar. Sin embargo, un examen detenido desde perspectivas teológicas, filosóficas, epistemológicas y hermenéuticas revela que esta postura incurre en múltiples falacias y omisiones que la hacen insostenible. A continuación, presentamos un análisis integral de sus principales argumentos, sus errores y las conclusiones que se derivan de reconocer la autoridad plena de la Tradición y del Magisterio junto con la Escritura.
1. La Escritura y el Logos: distinción ontológica
Argumento de PachecoLa Escritura, al ser inspirada por Dios, se convierte en extensión ontológica del Ser divino y, por tanto, en la única autoridad infalible.Crítica
Error de categoría: Confundir al Logos encarnado (Cristo), Persona divina, con el texto bíblico es una equivocación ontológica. La Escritura es testimonio humano‑divino, mediado por autores y comunidades de fe.Implicación: El texto no sustituye al Verbo vivo. La Revelación se encarna en Cristo y se transmite en la Iglesia, no se reduce a un libro.
2. Sucesión apostólica y autoridad eclesial
Argumento de PachecoLa Iglesia es contingente —podría no existir— y, por tanto, su autoridad es derivada e inferior a la Escritura.Crítica
Mandato divino: Cristo instituyó una Iglesia visible, confiando a Pedro “las llaves del Reino” (Mt 16,19) y prometiendo la asistencia del Espíritu Santo (Jn 14,16–17).Sucesión apostólica: La transmisión de la fe no depende de interpretaciones privadas, sino de un testimonio continuo de obispos y sacerdotes en comunión con Pedro.
3. Canon bíblico y mediación histórica
Argumento de PachecoLa autoridad de la Escritura no depende de su canonización ni de su disponibilidad histórica; su infalibilidad brota de su origen divino.Crítica
Confusión acceso vs. autoridad: La legitimidad de la Escritura no proviene de tener un libro impreso, sino de que la Iglesia, guiada por el Espíritu, definió el canon (Concilio de Roma, 382 d.C.).Variantes textuales: La historia de los manuscritos muestra errores de copia; solo un Magisterio infalible puede discernir el texto auténtico.
4. Falacias epistemológicas
Argumento de PachecoLa Sola Scriptura es un axioma epistemológico: no toda verdad exige formulación explícita; la Escritura se valida a sí misma.Crítica
Petición de principio: Asumir la supremacía de la Escritura sin demostración cae en circulus in probando.Criterio externo: Toda norma de verdad requiere un criterio de validación externo; el Magisterio aporta ese criterio al interpretar y custodiar la Revelación.
5. Fragmentación doctrinal y relativismo
Argumento de PachecoCada creyente, iluminado por el Espíritu, puede interpretar la Escritura sin mediación.Crítica
Ruptura hermenéutica: San Pedro advierte contra la interpretación privada que tuerce la Palabra (2 Pe 1,20‑16).
Prueba histórica: El protestantismo ha dado lugar a miles de denominaciones, evidenciando la imposibilidad de mantener la unidad sin un Magisterio infalible.
Conclusiones teológicas: La Revelación es un acto divino‑humano: Cristo, Palabra viva, se hizo carne y fundó una Iglesia visible. La Escritura es testimonio escrito de esa Palabra, y su autoridad plena se ejerce en la comunión apostólica, donde la Tradición y el Magisterio, asistidos por el Espíritu Santo, custodian la unidad de la fe. Negar la infalibilidad del Magisterio y del Papa equivale a dudar de la promesa de Cristo de que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).
Conclusiones filosóficas: La verdad es un ente objetivo que trasciende la subjetividad individual. Para evitar el relativismo, es necesario un sujeto epistémico capaz de garantizar la coherencia de la Revelación. Ese sujeto es la Iglesia, con su Magisterio infalible definido en Pastor Aeternus, don divino que preserva la fe de todo error.
Conclusiones epistemológicas: La Sola Scriptura incurre en falacias lógicas y no puede justificar su propia supremacía. La formación del canon y la interpretación auténtica dependen de la sucesión apostólica y de la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio, no de la lectura privada.
Conclusiones hermenéuticas: La Escritura alcanza su pleno sentido en la tradición viva de la Iglesia. La interpretación auténtica es un proceso comunitario y colegial, no un acto aislado. Sin un intérprete autorizado, la Palabra se dispersa en múltiples lecturas contradictorias.
Edgar Pacheco sostiene que la Iglesia, al ser contingente, sólo tiene autoridad derivada, y que no hace falta un canon impreso ni un intérprete visible para garantizar la inerrancia bíblica. Sin embargo, un examen detenido demuestra que estos postulados contienen falacias lógicas, confusiones ontológicas y omisiones históricas que los hacen insostenibles.
1. Falacias y confusiones ontológicas
Identificación errónea del Logos con el texto bíblico
Postulado de Pacheco: La Escritura es “extensión ontológica” del Ser divino, y por tanto infalible en sí misma.
Corrección: El Logos encarnado (Cristo) es ontológicamente Dios (Jn 1,1–14). La Escritura es testimonio escrito de ese Logos, mediado por autores humanos y comunidades. Confundir ambos niveles conduce al fetichismo textual.
Falsa dicotomía contingencia/ontología
Postulado: La Iglesia es contingente y su autoridad derivada; la Escritura, no.
Corrección: Cristo fundó una Iglesia visible con mandato divino (“las llaves del Reino”, Mt 16,18–19) y prometió la asistencia del Espíritu Santo (Jn 14,16–17). La contingencia de la institución no anula su autoridad infalible, pues emana de un acto divino.2. Errores epistemológicos
Petición de principio
Postulado: La Sola Scriptura es un axioma que no necesita formulación explícita.
Corrección: La Biblia no prescribe su propia supremacía. La formación del canon en el Concilio de Roma (382 d.C.) demuestra que la autoridad para delimitar los textos inspirados provino de la Iglesia, no de cada lector.
Confusión entre acceso y autoridad
Postulado: No importa si los libros no existían completos en el siglo I; la Escritura sigue siendo infalible.
Corrección: La legitimidad de la Escritura no brota de su disponibilidad, sino de la sucesión apostólica y de la acción del Magisterio, que definió el canon y preservó la integridad del texto ante variantes y errores de copia.
Ausencia de criterio externo
Postulado: La Escritura se basta a sí misma; no necesita intérprete infalible.
Corrección: Toda norma de verdad requiere un criterio de validación. El Magisterio, asistido por el Espíritu Santo, actúa como árbitro que une Escritura y Tradición, evitando interpretaciones privadas contradictorias.3. Implicaciones filosóficas
Naturaleza objetiva de la verdad
Visión tomista: La verdad es un ente objetivo que trasciende la subjetividad.
Problema protestante: Al convertir a cada creyente en juez supremo, se genera un relativismo hermenéutico incompatible con la búsqueda filosófica de la verdad.
Necesidad de un sujeto epistémico
Solución católica: La Iglesia, fundada por Cristo y guiada por el Espíritu, es el sujeto epistémico que custodia la Revelación.
Consecuencia protestante: Sin esa mediación, la fe se disgrega en mil corrientes, cada una reclamando su propia interpretación.4. Perspectiva teológica
Tradición viva y Magisterio
Biblia y Tradición: San Pablo vincula la Escritura a la tradición oral (2 Tim 2,2; 1 Tes 2,15). San Pedro prohíbe la interpretación privada (2 Pe 1,20‑16).
Magisterio infalible: Definido en Pastor Aeternus (Vaticano I), el Papa, al definir dogmas ex cathedra, proclama sin error las verdades de fe y moral, cumpliendo la promesa de Cristo de que “las puertas del Hades no prevalecerán” contra su Iglesia.
Sucesión apostólica
Concilio de Jerusalén (Hechos 15): Demuestra cómo la comunidad apostólica resolvió controversias bajo la guía del Espíritu, sin fractura.
Desarrollo ministerial: Del apostolado surgió el episcopado, el sacerdocio y el diaconado, garantizando continuidad y autoridad en la transmisión de la fe.5. Conclusiones prácticas
- Unidad de la fe: Solo la comunión apostólica, donde Escritura, Tradición y Magisterio convergen, preserva la unidad doctrinal.
- Ruptura protestante: La Sola Scriptura conduce a la fragmentación, multiplicando denominaciones y prácticas contradictorias.
- Garantía católica: La infalibilidad papal y magisterial no coarta la libertad, sino que la protege de los errores de interpretación, asegurando que la fe viva permanezca fiel al depósito apostólico.