La Precarización del Sector Salud en Ecuador: Un Sistema que Viola Derechos y Agota a sus Trabajadores

 Opinión 

La situación laboral del sector salud en Ecuador evidencia un modelo sistemático de precarización laboral que contradice los principios fundamentales del derecho y la justicia. A nivel filosófico, se vulnera el principio de dignidad del trabajador, según el cual toda labor humana debe ser reconocida con una compensación justa y condiciones que permitan un desarrollo integral. Sin embargo, en la práctica, este principio se ve reemplazado por la falacia del sacrificio vocacional, en la que se asume que los médicos y otros trabajadores de la salud deben aceptar condiciones laborales indignas bajo la premisa de que su labor es un acto de servicio y no una profesión con derechos adquiridos.

El principio de equidad es otro de los grandes afectados. Según la Constitución, a trabajo igual debe corresponder una remuneración igual, y en caso de duda sobre la aplicación de la norma, esta debe interpretarse en favor del trabajador. No obstante, la LOSEP establece regímenes diferenciados, donde quienes trabajan en jornada especial son excluidos de beneficios como el pago de recargos nocturnos, fines de semana o feriados. Esta diferenciación es arbitraria y contraria a la supremacía constitucional, pues la Carta Magna establece que el trabajo realizado en horario nocturno y en días de descanso obligatorio debe ser remunerado con un sobrecargo. La falacia utilizada aquí es la de la "excepción administrativa", que intenta justificar el incumplimiento de derechos con tecnicismos normativos, cuando en realidad cualquier regulación secundaria debe estar subordinada a la Constitución.

Otro principio vulnerado es el de la seguridad jurídica, que exige que las reglas sean claras, previsibles y aplicadas de manera uniforme. Sin embargo, en el sector público se han creado prácticas institucionales que no tienen respaldo normativo, como la condición de que si un trabajador autorizado para hacer horas extras llega tarde un solo día por cualquier motivo, se le anula el pago de todas las horas extras previamente trabajadas. Este mecanismo es una forma encubierta de sanción económica ilegal, puesto que no existe en la normativa laboral una disposición que permita confiscar un derecho adquirido por el cumplimiento previo de una labor. La falacia que se usa aquí es la del "control disciplinario", donde se pretende justificar el abuso con el argumento de la necesidad de orden, cuando en realidad se trata de una medida punitiva desproporcionada e ilegal.

El principio de proporcionalidad también se ve gravemente afectado. Un Estado que alega no tener presupuesto para pagar derechos laborales, mientras destina recursos a rubros menos esenciales, está ejerciendo una política de precarización, no una limitación real de recursos. Se argumenta que los trabajadores de la salud ya tienen sueldos relativamente altos, pero este argumento ignora que la carga laboral en el sector es mucho mayor que en otras áreas del sector público y que, además, las condiciones en las que se trabaja implican un desgaste físico y emocional extremo. La falacia utilizada en este caso es la de la "escasez presupuestaria", que justifica la explotación bajo la idea de que "no hay recursos", cuando en realidad la asignación de fondos responde a decisiones políticas y no a una verdadera falta de dinero.

El principio de legalidad es otro de los más vulnerados, ya que el Estado ha permitido la existencia de una legislación secundaria, como la LOSEP y sus reglamentos, que contradicen directamente lo que establece la Constitución y los tratados internacionales. La norma suprema manda que cualquier trabajo en horarios nocturnos o días de descanso debe ser compensado con recargos, pero en la práctica esto no se cumple para los trabajadores bajo jornada especial. En este caso, la falacia empleada es la de la "norma específica", donde se argumenta que la LOSEP establece un régimen distinto, cuando en realidad ninguna ley inferior puede contradecir lo que dispone la Constitución.

Toda esta estructura de precarización tiene consecuencias directas en la salud mental y física del personal de salud. La imposibilidad de recibir una remuneración justa obliga a los trabajadores a buscar múltiples empleos, generando un desgaste acelerado que deriva en el síndrome de burnout o "síndrome del trabajador quemado". Esta condición no solo afecta la calidad de vida de los profesionales de la salud, sino que también repercute en la calidad de atención a los pacientes. Un trabajador sobrecargado, mal remunerado y constantemente hostigado por normativas arbitrarias experimenta una progresiva deshumanización de su labor, desarrollando ansiedad, depresión y una desconexión emocional con su trabajo. En última instancia, esto se traduce en un sistema de salud deteriorado, donde el personal, en lugar de estar motivado por una vocación genuina, se ve obligado a sobrecargarse para sobrevivir.

La Constitución de Ecuador es clara en su mandato de que todas las normas deben interpretarse en beneficio del trabajador y que ningún reglamento o ley secundaria puede contradecir sus disposiciones. Sin embargo, el Estado ha permitido la normalización de la explotación, convirtiendo la precarización en una política de facto. Si el país aspira a ser un verdadero Estado de Derecho, debe corregir urgentemente estas distorsiones normativas y garantizar que los derechos laborales no sean privilegios exclusivos de ciertos sectores, sino garantías universales para todos los trabajadores, especialmente aquellos que sostienen el sistema de salud con su esfuerzo y sacrificio diario.

La precarización laboral en el sector salud no es un problema exclusivo de los médicos, sino de todo el personal sanitario que sostiene el sistema: enfermeras, tecnólogos, auxiliares, conserjes, personal de seguridad y administrativos. La normalización de condiciones injustas, disfrazadas de "vocación" o "sacrificio inherente a la profesión", es una de las grandes falacias que han permitido que la explotación laboral continúe sin resistencia. No se trata de exigir privilegios, sino de reclamar lo que es justo y lo que la Constitución y los principios de equidad laboral ya establecen. La sobrecarga de trabajo, la falta de remuneración por horas extras, la exclusión arbitraria de recargos por nocturnidad y fines de semana, y la inestabilidad laboral afectan no solo a los trabajadores de la salud, sino a la calidad de atención que recibe la ciudadanía. Un sistema que obliga a sus profesionales a trabajar en condiciones de estrés extremo, con jornadas abusivas y sin el reconocimiento económico que corresponde, termina generando desgaste físico, emocional y una inevitable deshumanización de la atención médica.  


Es imperativo que como gremio sanitario dejemos de aceptar estos abusos como la "forma habitual" de hacer las cosas. La sociedad evoluciona y con ella deben evolucionar nuestras leyes y regulaciones laborales. No podemos seguir permitiendo que la falta de personal se compense con la explotación de los que ya están dentro del sistema, ni que la ausencia de una legislación integral deje en el abandono a quienes sostienen la salud pública y privada. Se necesita una reforma estructural, no solo en términos de derechos laborales, sino en la planificación de recursos humanos en salud, garantizando que los hospitales y centros de salud cuenten con el personal suficiente y con condiciones justas para desempeñar su labor. Si seguimos permitiendo que la precarización sea la norma, no solo condenamos nuestra propia calidad de vida como profesionales, sino que perpetuamos un sistema insostenible que, en última instancia, pone en riesgo la vida de los pacientes. La dignidad del trabajador sanitario es la base de un sistema de salud eficiente, y luchar por ella no es solo una causa gremial, sino un deber moral.

Galo Guillermo Farfán Cano. Médico.

Guayaquil - Ecuador.

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