Sobre la Doctrina Católica, la Dignidad Humana y el Camino de Conversión
En tono de Encíclica
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En el amor de Dios y bajo la luz de la verdad revelada por Cristo, deseo dirigirme a ustedes en esta carta pastoral, para reflexionar sobre un tema que ha generado muchas inquietudes en el seno de nuestra Iglesia y la sociedad en general: el respeto a la dignidad humana de todos los fieles, incluidos aquellos que, lamentablemente, han caído en el pecado de la sodomía, y la forma en que debemos vivir nuestra vocación cristiana, basada siempre en la fidelidad a la enseñanza de la Iglesia.
La doctrina sobre el pecado y la misericordia divina
La doctrina católica enseña con claridad que toda inclinación y acto que vaya contra la ley natural, revelada por Dios, es pecado. La sodomía, entendida como un acto en contra del orden natural y moral establecido por el Creador, ha sido condenada a lo largo de la tradición cristiana y de manera particular en las enseñanzas de la Iglesia. Como bien nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2357, "la homosexualidad presenta una disarmonía interna que es contraria al orden natural". Sin embargo, al mismo tiempo, la Iglesia subraya con insistencia que “las personas homosexuales están llamadas a la castidad” (Catecismo, 2359), y como todos los seres humanos, están llamadas a vivir una vida en virtud y a caminar en la gracia de Dios.
El Papa San Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis Splendor (1993), nos recuerda que “la verdad sobre el bien y el mal, sobre lo que es conforme a la ley divina y lo que no lo es, se puede conocer gracias a la luz natural de la razón, y no solo por la revelación”. Esto significa que el orden moral que Dios ha dejado para todos los hombres, católicos y no católicos, es universal y tiene una validez absoluta, independientemente de las circunstancias y las inclinaciones personales.
La acogida pastoral y la misericordia divina
Aunque el pecado de la sodomía, como todo pecado, debe ser rechazado y condenado, no podemos olvidar que, en la Iglesia, el llamado a la conversión es continuo, como lo nos enseña el Evangelio. Cristo, en su infinita misericordia, no ha venido a juzgar a los pecadores, sino a salvarlos, y esta salvación está abierta a todos, incluidos aquellos que caen repetidamente en el pecado. San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda: “Y tales éramos algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados” (1 Corintios 6:11). Esto nos invita a vivir en la esperanza y la confianza de que, por más que caigamos, la misericordia de Dios es más grande y puede purificar cualquier pecado.
La Iglesia, a través de su Magisterio, siempre ha acogido a los pecadores con los brazos abiertos. El Papa Francisco ha reiterado en numerosas ocasiones que “ninguna persona debe sentirse rechazada de la Iglesia” (Evangelii Gaudium, 2013). De hecho, cuando un fiel se acerca al sacramento de la Reconciliación y se arrepiente sinceramente, debe encontrar un lugar de acogida y perdón, sin importar cuántas veces haya recaído en el mismo pecado.
La llamada a la fidelidad a la moral natural y la vida cristiana
Como católicos, estamos llamados a vivir de acuerdo con los principios de la moral natural que Dios ha inscrito en nuestros corazones y en su revelación. Esta moral no cambia según las modas ni las presiones sociales. A través de ella, sabemos que el matrimonio entre un hombre y una mujer es el lugar natural para la unión de los seres humanos, y el único contexto en el que la vida humana puede ser fecunda de acuerdo con el plan divino.
Los principios morales, como la castidad, la pureza y la verdad, son la base de una sociedad justa y humana. La Iglesia, al enseñar estos principios, no solo está siguiendo la voluntad de Dios, sino también promoviendo el bien integral de la persona humana y el bienestar común. La virtud, como nos enseña Santo Tomás de Aquino, es una disposición habitual de la voluntad para obrar el bien. Así, el llamado a vivir virtuosamente no solo es para los católicos, sino para toda la humanidad. La sociedad necesita hombres y mujeres virtuosos que vivan de acuerdo con el orden natural, sin distorsionar su propósito último: glorificar a Dios en la tierra y vivir en armonía con su ley.
La vocación del católico a la santidad y la defensa de la verdad
Para aquellos que se identifican como miembros de la Iglesia Católica, nuestra vocación es clara: no estamos llamados a ser conformistas con los vicios del mundo, sino a ser sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mateo 5:13-14). Defender la moral natural, los principios de la familia y la dignidad humana, y la vida en santidad es una responsabilidad ineludible, no solo como acto de obediencia a Dios, sino también como un testimonio de la esperanza que el cristiano ha recibido en Cristo.
La sociedad moderna, a menudo influenciada por ideologías contrarias a la ley natural y el evangelio, nos invita a desviar nuestra mirada de la verdad objetiva y a hacer concesiones en nombre de la libertad personal. Sin embargo, como dice Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae, la verdadera libertad no es la capacidad de hacer lo que queramos, sino la capacidad de hacer el bien, conforme a la voluntad divina.
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas, si bien la Iglesia, como madre que es, acoge a todos sus hijos con amor y misericordia, también tiene el deber de enseñar la verdad, incluso cuando es difícil de escuchar. La doctrina de la Iglesia sobre la moral y la familia no puede ser modificada ni adaptada a los tiempos, pues está inscrita en la ley eterna de Dios. No obstante, esta doctrina, al igual que cualquier enseñanza moral, debe ser proclamada siempre en el contexto de la misericordia y el perdón, con el fin de guiar a todos los fieles al arrepentimiento y a la vida en Cristo.
Como católicos, defendemos la dignidad de cada persona, incluyendo aquellos que luchan con la inclinación homosexual, porque sabemos que en Cristo hay esperanza para todos. Todos estamos llamados a la santidad y a vivir en fidelidad a la verdad. Que el Espíritu Santo nos fortalezca en este camino, para que podamos ser fieles testigos de la luz del Evangelio en un mundo que necesita desesperadamente la luz de Cristo.
Con mi bendición y oraciones,