Politica Christiana
Ensayo
Introducción
La crisis
espiritual y social del mundo moderno tiene sus raíces en una transformación
ideológica que comenzó con la Reforma Protestante y culminó en la
secularización de la sociedad. La teología y la religión de los reformadores
protestantes, así como el pensamiento del mundo actual, derivan del
naturalismo, una doctrina filosófica que niega la primacía de lo sobrenatural y
relega la relación del hombre con Dios al ámbito meramente subjetivo. Este
proceso ha tenido profundas consecuencias en la estructura del pensamiento
occidental, tanto en el ámbito teológico como en el político, produciendo la
fragmentación de la fe, el fideísmo, el racionalismo, el liberalismo y el
secularismo laicista.
A
diferencia de la Cristiandad medieval, donde todo el orden natural estaba
intrínsecamente vinculado con el orden sobrenatural –como expresaba Santa
Teresa de Jesús: "Entre los pucheros anda el Señor",– la
Ilustración protestante rompió esta unidad, inaugurando un pensamiento que
concebía la realidad sin referencia directa a Dios. En la práctica, esto
significó la destrucción de la cosmovisión cristiana que había regido la
sociedad, conduciendo a la anulación del poder divino sobre el orden social y
al establecimiento de un poder político cuya legitimidad se basaba en el hombre
y no en Dios.
Esta
evolución, en la que el naturalismo se transformó en secularismo, encontró en
la política su principal campo de acción. De la negación del orden sobrenatural
derivó el liberalismo, el cual, al proclamar la autonomía absoluta del hombre
en todos los ámbitos, promovió un sistema político basado en la voluntad
popular sin referencia a la ley divina. Así se llegó a una democracia
desacralizada, donde el poder político ya no reconoce la autoridad de Dios y,
por lo tanto, no tiene más límite que el consenso humano, como lo expresa
Gustavo Bueno en El mito de la democracia.
Desde el
punto de vista teológico, el protestantismo, influenciado por el nominalismo de
Guillermo de Ockham, abrió las puertas al fideísmo y al racionalismo. Mientras
Ockham planteaba un voluntarismo divino extremo que debilitaba la armonía entre
fe y razón, Lutero radicalizó esta postura, introduciendo la idea de una fe
desprovista de mediación racional y eclesial. La consecuencia de esto fue la
disolución de la unidad doctrinal del cristianismo y el surgimiento de
múltiples sectas que, al rechazar la Tradición y la autoridad del Magisterio,
quedaron a merced de las interpretaciones individuales de la Escritura.
En el
ámbito político, lejos de establecer una separación entre la religión y el
poder, el protestantismo generó un modelo en el que la religión fue subordinada
al poder temporal. El principio cuius regio, eius religio, surgido tras
la Paz de Augsburgo (1555), estableció que el gobernante determinaría la
religión de su territorio, lo que resultó en la instrumentalización de la fe
por parte de los monarcas. Esto significó una ruptura con el orden católico
tradicional, en el que el Papa –Vicario de Cristo en la Tierra– actuaba como
límite moral y espiritual al poder de los reyes. En la Cristiandad medieval, el
poder político reconocía la supremacía del poder espiritual, y por ello
existieron intentos de diversos monarcas, especialmente en Francia e Italia, de
controlar o subordinar al Papado, ya que sabían que su autoridad terrenal
encontraba un freno en la autoridad vicaria de Cristo.
La tesis
de este ensayo sostiene que el naturalismo fue la base filosófica de la Reforma
Protestante y que, a través del protestantismo, esta ideología se infiltró en
la teología, la política y la sociedad, desembocando en el racionalismo, el
liberalismo y el secularismo laicista. Esta tesis se enfrentará a la antítesis
representada por el pensamiento de Ockham, Jansenio, Rousseau y Diderot,
quienes, desde distintas perspectivas, contribuyeron a la consolidación del
error protestante. Finalmente, la síntesis se fundamentará en el Magisterio de
la Iglesia, que ha defendido la unidad entre lo natural y lo sobrenatural, la
relación armónica entre fe y razón, y la necesaria subordinación del poder
temporal al poder espiritual, de acuerdo con la doctrina tradicional de la
Cristiandad.
En este
análisis recurriremos a documentos clave del Magisterio, como Quas Primas,
Libertas Praestantissimum y Christifideles Laici, así como al Catecismo
de la Iglesia Católica, para demostrar cómo la única alternativa a la
crisis actual es el retorno al orden cristiano tradicional.
I. El Naturalismo como Raíz del Liberalismo y del Secularismo
La crisis espiritual y social del mundo moderno tiene sus raíces en una transformación filosófica que comenzó con la Reforma Protestante y culminó en la secularización de la sociedad. La teología y religión de los reformadores protestantes, así como la ideología del mundo contemporáneo, derivan del naturalismo, doctrina que niega la primacía de lo sobrenatural y relega la relación del hombre con Dios al ámbito puramente subjetivo. Esta cosmovisión ha producido efectos devastadores en la teología, la política y la cultura, siendo la fuente principal del liberalismo y el secularismo, pilares del pensamiento moderno.
1. Definición y Caracterización del Naturalismo
El naturalismo es una corriente filosófica que sostiene que todo lo que existe puede explicarse mediante leyes y principios naturales, excluyendo la intervención divina en la historia y la vida humana. En el ámbito teológico, el naturalismo rechaza la gracia como principio rector de la vida del hombre y niega la necesidad de la Revelación divina para alcanzar la verdad.
Este error tuvo un impacto profundo en la Reforma Protestante, que rompió con la visión sacramental del mundo y con la doctrina católica de la gracia. Mientras que el catolicismo enseña que Dios actúa en la creación mediante su providencia y a través de los sacramentos, el protestantismo –influenciado por el nominalismo de Guillermo de Ockham– concibió una visión de Dios distante, separado del orden natural. Lutero y Calvino radicalizaron esta postura al rechazar la cooperación de la gracia con la naturaleza humana, sosteniendo que el hombre está totalmente depravado y que la única fuente de justificación es la fe sin obras.
Como consecuencia, la concepción tradicional del mundo cristiano –en la que la vida cotidiana estaba integrada con la fe, según el principio de Santa Teresa de Jesús: "Entre los pucheros anda el Señor"– fue desmantelada. La religión dejó de ser el fundamento de la realidad social y política, lo que provocó la progresiva exclusión de Dios del ámbito público.
2. Del Naturalismo Teológico al Liberalismo Político
El naturalismo teológico del protestantismo tuvo profundas consecuencias en la política. La Cristiandad medieval estaba fundamentada en la soberanía de Dios, con una visión en la que el poder civil debía estar subordinado a la ley divina, y el Papa, como Vicario de Cristo, tenía la función de guiar espiritualmente a los gobernantes.
La Reforma Protestante rompió esta estructura y colocó la religión al servicio del Estado, mediante el principio cuius regio, eius religio. Bajo este esquema, el gobernante pasó a determinar la religión de su territorio, eliminando la independencia de la Iglesia y subordinando la fe al poder político. Esto condujo a la progresiva secularización del poder civil, dando lugar a una concepción del Estado en la que la autoridad ya no derivaba de Dios, sino de la voluntad del gobernante y, posteriormente, del pueblo.
El liberalismo político surgió como una consecuencia directa de esta transformación. La idea de que el hombre es autosuficiente y que la sociedad puede organizarse sin referencia a la ley divina fue promovida por pensadores ilustrados como Rousseau y Diderot, quienes defendieron la autonomía absoluta del individuo y el rechazo de la autoridad religiosa en el ámbito público. Esta mentalidad culminó en la Revolución Francesa, donde se estableció un Estado laico y se persiguió a la Iglesia en nombre de la "libertad".
El Papa León XIII, en su encíclica Libertas Praestantissimum (1888), denunció los errores del liberalismo, explicando que la verdadera libertad no consiste en la independencia de la ley divina, sino en la adhesión a la verdad:
"Cuando la voluntad se aparta del bien, que es su fin, pierde su dignidad y cae en la servidumbre del pecado" (Libertas Praestantissimum, 6).
Así, la secularización del poder civil no fue una "neutralidad religiosa", sino una eliminación deliberada de la soberanía de Dios en la sociedad.
3. La Conexión entre el Naturalismo y el Secularismo
El secularismo es la manifestación más radical del naturalismo en la vida pública. Mientras que el liberalismo político buscó reducir la influencia de la Iglesia en el Estado, el secularismo pretendió eliminar toda referencia a Dios en la cultura y la sociedad.
El Papa Pío XI, en Quas Primas (1925), denunció este proceso, señalando que la negación del reinado social de Cristo lleva a la anarquía moral y política "Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad", asi apredemos que:
"Quitado a Jesucristo el imperio sobre las sociedades humanas, se destruye el mismo fundamento de la autoridad y del orden social".
El secularismo ha promovido la idea de que la religión es un asunto exclusivamente privado, sin influencia en la educación, las leyes ni la moral pública. Esto ha conducido a la legalización de leyes contrarias a la ley natural, como el aborto y la eutanasia, y a la persecución de aquellos que defienden la moral cristiana en la esfera pública.
El Catecismo de la Iglesia Católica advierte sobre las consecuencias de una sociedad que excluye a Dios:
"Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre..." (CIC, 2244).
La negación de la ley divina ha dado lugar al relativismo moral, donde cada individuo establece su propio código ético sin referencia a principios objetivos.
4. Consecuencias del Naturalismo en la Sociedad Moderna
El impacto del naturalismo en la sociedad contemporánea es evidente en múltiples aspectos:
- Desacralización de la cultura: La exclusión de Dios ha llevado a una visión materialista del mundo, en la que la trascendencia y el sentido de lo sagrado han sido reemplazados por el hedonismo y el consumismo.
- Crisis de la autoridad: Sin un principio divino que fundamente la autoridad, el poder se ha reducido al consenso humano, generando inestabilidad política y social.
- Relativismo moral: La negación de la ley natural ha llevado a la imposición de ideologías que contradicen la moral cristiana, como el aborto y la ideología de género.
- Persecución del cristianismo: La secularización ha conducido a la marginación de la fe en la vida pública, con leyes que buscan restringir la expresión religiosa en el ámbito social y educativo.
El naturalismo, introducido en la teología por la Reforma Protestante, fue el origen de la secularización de la sociedad. La ruptura con la cosmovisión cristiana llevó a la destrucción de la Cristiandad y al surgimiento del liberalismo y el secularismo, que han buscado excluir a Dios de la esfera pública y política.
Frente a esta crisis, la única solución es el retorno al orden cristiano tradicional, en el que la soberanía de Dios sea reconocida en la vida social y política. El Magisterio de la Iglesia, en documentos como Quas Primas, Libertas Praestantissimum y el Catecismo de la Iglesia Católica, ha reafirmado la necesidad de restaurar el reinado de Cristo sobre la sociedad.
El mundo moderno, al rechazar a Dios, ha caído en el caos moral y la anarquía política. Solo el restablecimiento de la Cristiandad podrá devolver el verdadero orden, basado en la subordinación de la política a la ley divina y en la armonía entre fe y razón.
II. La Expulsión de Dios del Orden Público y sus Consecuencias
La expulsión de Dios del orden público es una consecuencia directa del pensamiento protestante, que, al introducir el naturalismo en la teología y en la sociedad, desarraigó la concepción tradicional católica de la Cristiandad. Este proceso, iniciado con la Reforma y desarrollado a través de la Ilustración y la Revolución Francesa, condujo a la secularización del mundo moderno. La idea de que la religión debía reducirse al ámbito privado, apartada de la vida pública y política, tiene su origen en la ruptura protestante con la unidad entre la fe y la sociedad que caracterizó la civilización cristiana.
La tesis que defendemos sostiene que la Reforma Protestante, al rechazar la autoridad visible de la Iglesia y sustituirla por un individualismo doctrinal basado en la sola Scriptura, minó la cohesión social fundamentada en la ley divina. Esto llevó a la disolución del orden político basado en la ley natural y en la soberanía de Dios, generando un proceso de secularización progresivo que desembocó en el liberalismo y el racionalismo político.
La antítesis, representada por el fideísmo de Guillermo de Ockham, el jansenismo, y el racionalismo ilustrado de Rousseau y Diderot, defiende que la religión debe ser un asunto exclusivamente privado, sin influencia en la vida pública. Esta postura niega la necesidad de un orden político subordinado a la ley de Dios y propone una visión del hombre como autónomo y autosuficiente, capaz de establecer su propia moral y su propio sistema de gobierno sin referencia al orden divino.
Para refutar la antítesis y demostrar la validez de nuestra tesis, analizaremos cómo la Reforma Protestante sentó las bases del secularismo moderno, examinando su impacto en la teología, la política y la sociedad.
1. Del Fideísmo Protestante al Secularismo Político
El fideísmo protestante, desarrollado a partir del nominalismo de Guillermo de Ockham y exacerbado por Lutero, condujo a la eliminación del principio de autoridad en la teología y en la sociedad. Mientras que la teología católica sostiene la armonía entre fe y razón, el protestantismo introdujo una dicotomía radical entre ambas. Lutero afirmó que la razón era la "prostituta del diablo" y promovió una fe puramente subjetiva, desligada de la filosofía y de la tradición eclesiástica.
Esta fragmentación de la verdad llevó a la disolución de la unidad religiosa y, con ello, a la crisis de la Cristiandad. La multiplicación de sectas y la falta de un principio de autoridad común generaron sociedades divididas en las que la religión dejó de ser el fundamento del orden social. De este modo, la fe se convirtió en un asunto privado, relegado a la conciencia individual, mientras que el orden público comenzó a regirse por principios puramente humanos y racionalistas.
El racionalismo político derivado de esta postura fideísta se manifestó en la Ilustración, donde autores como Rousseau y Diderot propusieron la idea de un contrato social en el que la soberanía ya no se basaba en la ley divina, sino en la voluntad del pueblo. Esto representó una ruptura con la doctrina católica, que sostiene que la autoridad viene de Dios (cf. Rm 13,1) y que el orden político debe estar subordinado al bien común, el cual solo puede alcanzarse en referencia a la ley natural y divina.
El Papa León XIII, en Libertas Praestantissimum (1888), condenó esta visión errónea de la libertad, explicando que una sociedad que excluye a Dios inevitablemente cae en la anarquía moral:
“la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral.” (Libertas Praestantissimum, 5)
"Nada tiene de común esta libertad cristiana con el espíritu de sedición y de desobediencia. Ni pretende derogar el respeto debido al poder público, porque el poder humano en tanto tiene el derecho de mandar y de exigir obediencia en cuanto no se aparta del poder divino y se mantiene dentro del orden establecido por Dios" (Libertas Praestantissimum, 21)
De este modo, la negación de la autoridad divina en la sociedad conduce al relativismo, donde cada individuo o grupo establece sus propias normas morales y políticas sin referencia a la verdad objetiva.
2. La Ruptura entre la Religión y el Estado: De la Reforma a la Revolución Francesa
La Reforma Protestante no estableció una verdadera separación entre la Iglesia y el Estado, sino que subordinó la religión al poder político. A través del principio cuius regio, eius religio, establecido en la Paz de Augsburgo (1555), se determinó que la religión de cada territorio dependería de la del gobernante, convirtiendo la fe en un instrumento del Estado.
Esto contrastaba con la concepción católica tradicional, en la que el poder temporal estaba subordinado al poder espiritual, pero sin confundirse con él. En la Cristiandad, los monarcas reconocían la autoridad del Papa como Vicario de Cristo, lo que limitaba su poder y garantizaba que las leyes humanas estuvieran en conformidad con la ley divina. Por ello, muchos reyes –especialmente en Francia e Italia– intentaron controlar o subordinar al Papado, conscientes de que su poder tenía como límite la autoridad de la Iglesia.
El Vicario de Cristo, en su función de suprema autoridad espiritual, actuaba como un freno ante los abusos del poder temporal. Un claro ejemplo de esto fue la excomunión de monarcas como Enrique IV del Sacro Imperio por parte del Papa Gregorio VII, lo que demostró que ningún rey podía situarse por encima de la ley de Dios.
Sin embargo, la Reforma Protestante destruyó este equilibrio al otorgar a los príncipes potestad sobre la religión. Esto se hizo evidente en Inglaterra con Enrique VIII, quien se autoproclamó cabeza de la Iglesia Anglicana, fusionando en su persona el poder espiritual y el temporal. En este modelo, el Estado pasó a determinar la doctrina y la práctica religiosa, eliminando la independencia de la Iglesia y convirtiéndola en un instrumento del gobierno.
El resultado de este proceso fue la secularización progresiva de la sociedad, que culminó en la Revolución Francesa. En este punto, la idea de un poder político independiente de la autoridad de Dios alcanzó su máxima expresión con la proclamación del Estado laico y la erradicación de la Iglesia de la vida pública. Se suprimieron órdenes religiosas, se persiguió a sacerdotes y se impuso una religión civil basada en la razón humana, sin referencia a la revelación divina.
El Catecismo de la Iglesia Católica advierte sobre los peligros de una sociedad que excluye a Dios de su ordenamiento:
“Una sociedad que se aparta de la verdad y del bien está expuesta a caer en la tiranía de los más fuertes y a la manipulación de la opinión pública” (CIC, 2244).
Esto demuestra que la expulsión de Dios del orden público no solo debilita la vida espiritual, sino que también destruye la estabilidad política y social, abriendo las puertas al totalitarismo y al abuso del poder.
3. La Secularización del Mundo Moderno y sus Consecuencias
Hoy en día, la secularización es la consecuencia última de este proceso iniciado con la Reforma Protestante. La religión ha sido relegada al ámbito privado, y la moral pública se ha construido sobre bases puramente humanas, despojadas de toda referencia a la ley divina.
Las consecuencias de esta exclusión de Dios en la vida pública son evidentes:
- Relativismo moral: Si no hay una ley objetiva dada por Dios, cada individuo define su propia moral. Esto ha llevado a la legalización del aborto, la eutanasia y otras prácticas contrarias a la dignidad humana.
- Crisis de la autoridad: Sin un fundamento trascendente, la autoridad se reduce a la fuerza o al consenso, lo que genera inestabilidad política y social.
- Pérdida del sentido de lo sagrado: La desacralización de la sociedad ha conducido a una visión materialista de la vida, donde el hombre ya no reconoce su dependencia de Dios.
Frente a este panorama, el Magisterio de la Iglesia ha reafirmado constantemente la necesidad de restaurar el orden cristiano en la sociedad. En Quas Primas (1925), el Papa Pío XI proclamó la fiesta de Cristo Rey para recordar que toda la sociedad debe someterse al reinado de Cristo.
La expulsión de Dios del orden público ha sido un proceso progresivo que comenzó con la Reforma Protestante y culminó en el secularismo moderno. El rechazo de la autoridad de la Iglesia llevó a la fragmentación de la fe y a la subordinación de la religión al poder temporal. La solución a esta crisis no puede ser otra que el retorno a la Cristiandad, donde el orden político y social se fundamente en la soberanía de Dios y en la ley divina.
III. La Separación del Poder Espiritual y el Poder Político: Del Protestantismo al Laicismo Moderno
Uno de los mayores efectos del protestantismo en la civilización occidental ha sido la alteración del equilibrio tradicional entre el poder espiritual y el poder político, lo cual ha evolucionado hasta el laicismo moderno. Mientras que en la Cristiandad católica estos dos poderes eran distintos pero complementarios, en el protestantismo esta relación se rompió de manera radical. Como consecuencia, surgieron dos modelos opuestos: en algunos casos, la divinización del poder político (cesaropapismo); en otros, la subordinación de la religión al Estado y su posterior marginación (laicismo).
Esta transformación supuso una ruptura con el modelo católico tradicional, en el cual la autoridad temporal del rey estaba subordinada a la ley divina y al juicio moral de la Iglesia. El Papa, como Vicario de Cristo, tenía la misión de guiar espiritualmente a los gobernantes y de corregirlos cuando sus decisiones entraban en conflicto con la ley de Dios. Sin embargo, con la Reforma Protestante, la religión dejó de ser un principio unificador de la sociedad y se convirtió en un instrumento del poder político.
1. El Modelo Católico Tradicional: Armonía entre los Dos Poderes
La Cristiandad medieval estaba fundada en la doctrina de la distinción y armonía entre los dos poderes, expresada en las palabras de Cristo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21). Esta concepción fue desarrollada por San Agustín en La Ciudad de Dios y por Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae, donde se explica que el poder civil y el poder eclesiástico tienen competencias propias, pero deben cooperar en el bien común.
El Papa tenía la supremacía en lo espiritual, pero no ejercía poder político directo. Sin embargo, como cabeza visible de la Iglesia, tenía la autoridad moral para corregir a los reyes y príncipes cuando sus decisiones iban en contra de la ley de Dios. Ejemplo de esto es el caso del Papa San Gregorio VII, quien excomulgó al emperador Enrique IV en la Querella de las Investiduras, reafirmando que los monarcas no podían disponer libremente de la Iglesia.
En este modelo, el poder político no era absoluto, sino que encontraba un límite en la autoridad eclesiástica. Esto impedía la tiranía y aseguraba que el gobierno se ejerciera conforme a la ley natural y divina. Sin embargo, con la llegada de la Reforma, este equilibrio se destruyó.
2. La Reforma Protestante: La Subordinación de la Religión al Estado
El protestantismo, lejos de separar la religión del poder político, la subordinó a la autoridad del gobernante. Bajo el principio cuius regio, eius religio, establecido en la Paz de Augsburgo (1555), se determinó que la religión de cada territorio estaría supeditada a la del príncipe o rey gobernante.
Este modelo condujo a la instrumentalización del cristianismo en beneficio del poder político. Por ejemplo:
- Martín Lutero, en su obra Contra las hordas criminales y ladronas de los campesinos (1525), defendió que los príncipes tenían la autoridad para reprimir con violencia a los campesinos sublevados, argumentando que toda insurrección contra el gobernante era contraria a la voluntad de Dios. Con ello, Lutero legitimó un absolutismo político que no reconocía más límite que la voluntad del soberano.
- Enrique VIII de Inglaterra rompió con Roma y se autoproclamó jefe supremo de la Iglesia Anglicana (1534), eliminando la independencia del clero y sometiendo la religión al poder del Estado. Desde entonces, los monarcas ingleses han sido simultáneamente jefes de la Iglesia y del gobierno, instaurando una forma de cesaropapismo.
- Juan Calvino, en Ginebra, estableció una teocracia en la que el poder religioso y político estaban completamente fusionados. Quienes no seguían sus doctrinas eran perseguidos y condenados, como en el caso de Miguel Servet, quemado en la hoguera por negar la Trinidad.
De esta manera, el protestantismo destruyó el orden tradicional de la Cristiandad, transformando la Iglesia en un instrumento del poder secular. Esta subordinación de la religión al Estado fue el primer paso hacia el laicismo, ya que al privar a la Iglesia de su autonomía, se sentaron las bases para la posterior exclusión de la fe de la vida pública.
3. De la Subordinación al Estado al Laicismo Moderno
La evolución del modelo protestante llevó a una transformación aún más radical: la exclusión total de Dios de la vida pública. Si bien en la Reforma la religión fue utilizada por el Estado, en la Ilustración y la Revolución Francesa el proceso se invirtió: el Estado pasó de instrumentalizar la fe a expulsarla completamente de la sociedad.
El racionalismo ilustrado, desarrollado por pensadores como Rousseau y Diderot, promovió la idea de que la autoridad política debía ser completamente autónoma de la religión. En la Revolución Francesa (1789), esta doctrina se llevó a su máxima expresión con la supresión de la Iglesia, la confiscación de sus bienes y la imposición de un Estado laico.
El Papa León XIII, en Libertas Praestantissimum (1888), advirtió que este proceso conduciría a la anarquía moral y política "la verdadera libertad no consiste en hacer el capricho personal de cada uno; esto provocaría una extrema confusión y una perturbación, que acabarían destruyendo al propio Estado; sino que consiste en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada cual fácilmente vivir según los preceptos de la ley eterna"
"La libertad no consiste en prescindir de la obediencia a Dios, sino en someterse a Él como fuente de todo bien y de toda justicia".
Este modelo ha sido adoptado por los regímenes modernos, en los cuales la religión es reducida al ámbito privado y se prohíbe su influencia en la política, la educación y la moral pública.
4. El Magisterio de la Iglesia y la Restauración del Orden Cristiano
Frente a la secularización progresiva de la sociedad, la Iglesia ha reafirmado la necesidad de restaurar la armonía entre el poder espiritual y el político. En Quas Primas (1925), el Papa Pío XI proclamó la Fiesta de Cristo Rey como una respuesta al laicismo, recordando que Cristo debe reinar no solo en los corazones individuales, sino también en la sociedad y en las leyes.
El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma esta doctrina en el n. 2244:
"Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas".
San Juan Pablo II, en Christifideles Laici (1988), subrayó la responsabilidad de los católicos en llevar la fe a la vida pública, combatiendo la exclusión de Dios de la sociedad:
"En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida «espiritual», con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida «secular», es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura".
Este llamado del Magisterio es fundamental en la actualidad, donde el laicismo busca erradicar toda presencia cristiana del espacio público.
La separación radical entre el poder espiritual y el poder político es una consecuencia directa del protestantismo, que destruyó la armonía entre ambos y llevó a la instrumentalización de la religión por parte del Estado. Este proceso, iniciado con el principio cuius regio, eius religio, culminó en la Revolución Francesa y el laicismo moderno, donde la fe ha sido marginada de la vida pública.
Frente a este error, el Magisterio de la Iglesia ha reafirmado la necesidad de restaurar el reinado de Cristo sobre la sociedad. Solo el retorno al orden cristiano tradicional podrá devolver la estabilidad y la justicia, reconociendo la primacía de Dios en la vida política y social.
IV. Antítesis: El Pensamiento Sofístico de Jansenio, Ockham, Rousseau y Diderot
La degradación del orden cristiano en la sociedad occidental no ocurrió de manera repentina, sino que fue el resultado de una serie de errores filosóficos y teológicos que progresivamente alejaron la cultura y la política de la verdad revelada. Dentro de este proceso, las ideas de Jansenio, Ockham, Rousseau y Diderot representan la antítesis de nuestra tesis, pues cada uno de ellos, desde distintas perspectivas, contribuyó a la ruptura de la armonía entre fe y razón, a la negación del orden divino en la política y a la propagación del relativismo y el secularismo.
Estos autores comparten un error fundamental: la sustitución de la cosmovisión cristiana por una concepción filosófica basada en la autonomía de la razón humana, sea a través del rigorismo teológico, el nominalismo, el racionalismo ilustrado o el materialismo ateo. A continuación, analizaremos sus posturas y su impacto en la crisis del pensamiento moderno.
1. Jansenio: El Rigorismo que Destruyó la Confianza en la Gracia
Cornelio Jansenio (1585-1638), obispo de Ypres y principal exponente del jansenismo, desarrolló una teología influenciada por San Agustín, pero deformada por un rigorismo extremo que distorsionó la doctrina de la gracia y la naturaleza humana. Sostuvo que la naturaleza humana estaba completamente corrompida por el pecado original y que solo un número limitado de personas estaba predestinado a la salvación, sin posibilidad real de cooperación con la gracia.
Este pensamiento se aparta de la doctrina católica, según la cual la gracia divina no destruye la naturaleza, sino que la sana y la eleva (gratia non tollit naturam, sed perficit eam). La visión jansenista, en cambio, llevó a un pesimismo extremo, donde el hombre es prácticamente incapaz de hacer el bien sin una gracia irresistible. Esto produjo en muchos fieles una angustia espiritual, pues dudaban de su salvación y temían acercarse a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Confesión.
La Iglesia condenó el jansenismo en múltiples ocasiones, destacando la bula Unigenitus (1713), del Papa Clemente XI, que rechazó sus postulados como heréticos. Sin embargo, su influencia persistió en Francia y Países Bajos, contribuyendo a una visión negativa del hombre y debilitando la confianza en la Iglesia como canal de la gracia divina.
El jansenismo preparó el terreno para el naturalismo y el racionalismo, al exagerar la corrupción de la naturaleza humana y debilitar la noción de la cooperación entre gracia y libertad. En este sentido, se convirtió en un puente entre la Reforma Protestante y el pensamiento ilustrado, al socavar la visión tradicional católica del hombre como ser caído, pero redimido y llamado a la santidad.
2. Ockham: El Nominalismo y la Ruptura entre Fe y Razón
Guillermo de Ockham (c. 1285-1347) es el principal exponente del nominalismo, una corriente filosófica que niega la existencia de universales reales y sostiene que solo existen entidades individuales. Este enfoque tuvo consecuencias devastadoras para la teología y la política, pues destruyó la noción de un orden racional y objetivo en el mundo creado por Dios.
Desde un punto de vista teológico, el nominalismo de Ockham llevó al voluntarismo divino, según el cual Dios no actúa conforme a un orden racional, sino únicamente según su voluntad arbitraria. Esto socavó la doctrina tomista de la armonía entre fe y razón, al reducir la teología a un acto de obediencia ciega sin necesidad de explicación racional.
Desde un punto de vista político, Ockham influyó en la concepción moderna del poder al sostener que la autoridad no debe derivar necesariamente de Dios, sino que puede fundamentarse únicamente en la voluntad del gobernante o del pueblo. Esta idea preparó el camino para la noción de soberanía popular que más tarde desarrollaron Rousseau y otros ilustrados.
El Papa León XIII, en Aeterni Patris (1879), denunció las consecuencias del nominalismo, destacando que la ruptura entre fe y razón llevó a la crisis del pensamiento moderno: "siempre que consideramos la bondad, la fuerza y las excelentes utilidades de su ciencia filosófica, que tanto amaron nuestros mayores, juzgamos, que se obró temerariamente no conservando siempre y en todas partes el honor que le es debido; constando especialmente que el uso continuo, el juicio de grandes hombres, y lo que es más el sufragio de la Iglesia, favorecían a la filosofía escolástica" aprendemos que:
"El abandono de la filosofía escolástica ha llevado a los hombres a extraviarse en el error y a debilitar los fundamentos mismos de la fe".
Así, Ockham preparó el terreno para el subjetivismo de la modernidad, al negar que la razón humana pueda conocer verdades universales y al reducir la relación con Dios a un acto de pura voluntad.
3. Rousseau: La Soberanía Popular y el Mito del “Buen Salvaje”
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) es uno de los principales ideólogos de la Revolución Francesa y un precursor del liberalismo moderno. Su pensamiento se basa en la idea de que el hombre es naturalmente bueno, pero ha sido corrompido por la sociedad y sus instituciones, especialmente la Iglesia y la monarquía.
En su obra El Contrato Social, Rousseau propuso que la soberanía no proviene de Dios, sino del "pueblo", y que las leyes deben basarse en la voluntad general, sin referencia a la ley divina. Esta idea es radicalmente contraria a la doctrina católica, que sostiene que toda autoridad legítima proviene de Dios (Rm 13,1) y que las leyes humanas deben estar en conformidad con la ley natural.
Las ideas de Rousseau fueron fundamentales para la Revolución Francesa, que buscó destruir el orden tradicional cristiano e instaurar un sistema basado en la soberanía absoluta del pueblo. Sin embargo, como advirtió Pío VI en Quod aliquantum (1791), esto condujo a la anarquía y al despotismo, pues sin la ley divina, la voluntad popular se convierte en una tiranía sin límites.
Rousseau, al negar el pecado original y la necesidad de la gracia, preparó el camino para el secularismo moderno, en el cual la política se basa exclusivamente en principios humanos y no reconoce la soberanía de Cristo.
4. Diderot: El Ateísmo y el Materialismo Ilustrado
Denis Diderot (1713-1784) representa la culminación del pensamiento ilustrado en su forma más radical: el ateísmo y el materialismo. Como editor de la Enciclopedia, promovió la idea de que la razón humana podía sustituir a la religión y que la ciencia y la filosofía debían ser los únicos criterios para organizar la sociedad.
Diderot rechazó completamente la noción de un orden sobrenatural y defendió un materialismo absoluto, según el cual la realidad es solo materia en movimiento. En este sentido, su pensamiento preparó el terreno para el positivismo y el cientificismo del siglo XIX, que intentaron excluir a Dios de todas las esferas del conocimiento y la cultura.
Las ideas de Diderot fueron adoptadas por los revolucionarios franceses y por los movimientos ateos de los siglos posteriores, quienes promovieron la descristianización de la sociedad y la supresión de la Iglesia en el ámbito público. San Juan Pablo II, en Fides et Ratio (1998), advirtió sobre las consecuencias de este racionalismo extremo; de esto podemos aprender
"Cuando la razón se cierra a la fe, se convierte en una prisión para el hombre, pues lo reduce a su dimensión meramente material".
Diderot es el ejemplo más claro de cómo el rechazo de Dios en el pensamiento lleva a la destrucción de la cultura y de la moral, al negar toda referencia trascendente en la vida humana.
Jansenio, Ockham, Rousseau y Diderot, cada uno desde su perspectiva, contribuyeron a la crisis del pensamiento cristiano y a la instauración del secularismo moderno. Frente a estos errores, la Iglesia ha defendido la armonía entre fe y razón, la necesidad de la ley divina en la política y la primacía de Dios sobre la sociedad. La solución a la crisis actual no puede ser otra que el retorno a la doctrina católica tradicional, que reconoce la soberanía de Cristo sobre todas las cosas.
V. Síntesis: La Respuesta del Magisterio de la Iglesia
Frente a los errores del naturalismo, el liberalismo y el secularismo, el Magisterio de la Iglesia ha ofrecido una respuesta clara y consistente, reafirmando la primacía del orden sobrenatural y la necesidad de que la sociedad se estructure conforme a la ley divina y natural. A lo largo de la historia, los Papas han condenado las desviaciones doctrinales que han erosionado la Cristiandad, y han insistido en la unidad esencial entre fe, política y cultura.
Los documentos fundamentales del Magisterio Pontificio, desde la Rerum Novarum (1891) de León XIII hasta la Centesimus Annus (1991) de San Juan Pablo II, han defendido la relación intrínseca entre la moral cristiana y el orden social. La realeza de Cristo, la verdadera libertad basada en la verdad y el deber de los laicos de rechazar la privatización de la fe son pilares de la enseñanza católica para contrarrestar los errores modernos.
1. El Reinado Social de Cristo: Respuesta a la Secularización
Uno de los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia es que Cristo no es solo Rey de los corazones individuales, sino también de las sociedades y de las naciones. Frente al laicismo moderno, que busca excluir a Dios del ámbito público, el Papa Pío XI promulgó en Quas Primas (1925) la doctrina del Reinado Social de Cristo, reafirmando que el gobierno humano debe estar subordinado a la soberanía de Dios. El Papa denuncia en este documento cómo la negación de la realeza de Cristo ha llevado a la disolución del orden social:
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios. 24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.." (Quas Primas, 23-24).
y podemos aprender lo siguiente:
"Mientras los individuos pueden negarle el dominio sobre sí mismos con consecuencias desastrosas para sus almas, mucho más trágico es el destino de aquellas naciones que se apartan de Él y de su Ley".
Con esta enseñanza, el Magisterio refuta la idea de que la religión es un asunto meramente privado y reafirma que la política debe regirse por principios cristianos. Esta doctrina es fundamental para contrarrestar el laicismo, el relativismo moral y la subordinación de la Iglesia al Estado, errores promovidos por la Reforma Protestante y la Ilustración.
2. La Verdadera Libertad: Respuesta al Liberalismo
El liberalismo político y filosófico, nacido del naturalismo protestante, ha promovido la idea de una libertad absoluta desligada de la verdad objetiva. Frente a esto, el Papa León XIII, en su encíclica Libertas Praestantissimum (1888), enseña que la verdadera libertad no consiste en la emancipación de Dios, sino en la adhesión a la verdad moral y divina.
León XIII explica que el error del liberalismo es considerar la libertad como un fin en sí mismo, cuando en realidad es solo un medio para alcanzar el bien:
"La libertad no consiste en hacer lo que place, sino en poder obrar el bien con facilidad y sin impedimentos" (Libertas Praestantissimum, 6).
Esta enseñanza corrige el error fundamental del racionalismo ilustrado, que ha llevado a la exaltación de la autonomía absoluta del individuo y a la negación de toda ley moral objetiva. Frente a esto, la Iglesia recuerda que la libertad verdadera no puede separarse del orden moral establecido por Dios, pues cuando una sociedad rechaza la ley divina, cae en la anarquía o en la tiranía.
Este principio también responde a las doctrinas de Rousseau y Diderot, quienes promovieron una visión de la política basada exclusivamente en la voluntad humana, sin referencia a Dios. Como advirtió León XIII, la democracia sin principios cristianos degenera en el despotismo de la mayoría o en el totalitarismo.
3. La Relación entre Ley Natural y Ley Divina: Respuesta al Naturalismo
El naturalismo, al negar la primacía del orden sobrenatural, ha intentado construir sistemas políticos y morales basados únicamente en la razón humana, excluyendo la Revelación. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que una sociedad sin referencia a Dios cae en la tiranía (CIC, 2244), pues sin un fundamento trascendente, la ley humana se convierte en una herramienta de manipulación ideológica.
La doctrina católica siempre ha enseñado que la ley natural y la ley divina son inseparables. Santo Tomás de Aquino explica en la Summa Theologiae (I-II, q. 91, a. 2) que la ley natural es una participación de la ley eterna de Dios, y por lo tanto, toda legislación humana debe estar en conformidad con ella.
Los Papas han reiterado esta enseñanza en sus encíclicas sociales. Rerum Novarum (1891), Quadragesimo Anno (1931) y Centesimus Annus (1991) han defendido que el derecho natural solo tiene sentido si se reconoce su origen divino. Sin Dios, la política y la economía se convierten en instrumentos de opresión, como ocurrió con el liberalismo económico, el comunismo y otras ideologías secularizadas.
San Juan Pablo II, en Centesimus Annus, denunció los errores del racionalismo moderno:
"Cuando el hombre se aparta de Dios, ya no se entiende a sí mismo, y la sociedad cae en la fragmentación y la discordia" (Centesimus Annus, 13).
Frente al positivismo jurídico de la modernidad, que considera que la ley depende solo de la voluntad humana, la Iglesia reafirma que el derecho debe estar enraizado en la ley natural y en la moral cristiana.
4. El Rol de los Laicos en la Sociedad: Respuesta al Secularismo
En la actualidad, el secularismo busca reducir la fe al ámbito privado y eliminar su influencia en la política y la cultura. Sin embargo, la Iglesia enseña que los laicos tienen el deber de llevar la fe a la vida pública y trabajar por la instauración del Reino de Cristo en la sociedad.
San Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Christifideles Laici (1988), subraya la responsabilidad de los laicos en la transformación de la sociedad:
"No puede haber dos vidas paralelas: por un lado, la llamada 'vida espiritual', con sus valores y exigencias; y por otro, la llamada 'vida secular', en la familia, en el trabajo y en la vida pública" (Christifideles Laici, 59).
Esto significa que los católicos no pueden aceptar la separación radical entre fe y política. La vida cristiana debe impregnar todos los ámbitos de la sociedad: la familia, la educación, la economía y la política.
Frente a la creciente secularización, la Iglesia no llama a un repliegue privado de la fe, sino a una evangelización activa del orden social. El Magisterio insiste en que no basta con una práctica religiosa individual, sino que es necesario reconstruir una sociedad basada en los principios cristianos.
El Magisterio de la Iglesia ha respondido con claridad y firmeza a los errores del naturalismo, el liberalismo y el secularismo. A través de documentos como Quas Primas, Libertas Praestantissimum y Christifideles Laici, la Iglesia ha reafirmado que Cristo debe reinar en la sociedad, que la libertad solo es verdadera cuando está enraizada en la verdad, que la ley natural es inseparable de la ley divina y que los laicos tienen el deber de transformar el mundo según el Evangelio.
Frente a la crisis actual, la única solución es el retorno a la Cristiandad y la restauración del orden social cristiano, donde la política, la cultura y la moral vuelvan a estar subordinadas a la soberanía de Dios.
Análisis Comparativo: La Posición Sofística vs. La Posición Católica Tradicional
Para demostrar la superioridad del pensamiento católico sobre la posición sofística, es necesario realizar un análisis filosófico y teológico racional (no racionalista) que examine los principios fundamentales de cada postura y evidencie la consistencia, verdad y coherencia del pensamiento católico frente a los errores de los sofistas.
La tesis católica tradicional, defendida en este ensayo, parte de la premisa de que existe un orden objetivo y trascendente, creado por Dios, que rige tanto la realidad natural como la sociedad humana. Este orden está reflejado en la ley eterna, accesible a la razón a través de la ley natural y perfeccionada por la Revelación divina. La Iglesia, como depositaria de la verdad revelada, tiene el papel de guiar a las sociedades hacia el bien común, asegurando la armonía entre el poder espiritual y el poder temporal.
En contraposición, los sofistas –representados en este análisis por Ockham, Jansenio, Rousseau y Diderot– sostienen diferentes formas de relativismo, subjetivismo y rechazo del orden trascendente. Sus ideas, aunque distintas entre sí, comparten el error fundamental de querer fundar el pensamiento, la moral y la política únicamente en la razón humana o en la voluntad, sin referencia a la ley divina.
A continuación, realizaremos un análisis comparativo entre ambas posturas, evaluando sus principios en términos de razón, verdad y consecuencias históricas.
1. Verdad y Epistemología: La Diferencia entre la Sabiduría Cristiana y el Relativismo Sofístico
El pensamiento católico sostiene que la verdad es objetiva y trascendente. Dios, como fuente de la verdad, ha dado al hombre la capacidad de conocer la realidad a través de la razón natural y de perfeccionarla mediante la Revelación divina. La verdad no es una construcción arbitraria del individuo o de la sociedad, sino que tiene una existencia real e independiente.
En cambio, los sofistas han promovido diferentes formas de relativismo y escepticismo:
- Ockham, con su nominalismo, negó la existencia de esencias universales, lo que llevó a la destrucción de la metafísica y debilitó la posibilidad de conocer verdades absolutas.
- Rousseau, con su teoría del "buen salvaje", sostuvo que la moral es una construcción social y que el hombre en su estado natural es moralmente bueno. Esto implica que no hay una verdad objetiva sobre el bien y el mal, sino que estos dependen de la estructura social.
- Diderot, con su materialismo ilustrado, llevó esta idea al extremo, afirmando que la realidad es solo materia y movimiento, eliminando así cualquier referencia a una verdad trascendente.
El problema fundamental de la postura sofística es que, al negar la verdad objetiva, cae en contradicción: si toda verdad es relativa, la afirmación misma del relativismo debería ser relativa y, por tanto, carecer de validez universal. En cambio, el pensamiento católico, basado en el realismo metafísico de Santo Tomás de Aquino, sostiene que la verdad existe y es accesible a la razón humana, lo que permite la construcción de una filosofía y una sociedad ordenada conforme al bien.
2. Antropología: El Concepto de la Naturaleza Humana y su Relación con la Gracia
La antropología católica enseña que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, con una naturaleza racional y espiritual, dotado de libre albedrío. Aunque el pecado original ha debilitado la naturaleza humana, esta no ha quedado completamente corrompida, sino que puede ser restaurada por la gracia divina.
Los sofistas modernos han distorsionado esta visión, cayendo en dos errores opuestos:
- Jansenio, con su rigorismo extremo, afirmó que la naturaleza humana estaba completamente depravada por el pecado original y que el hombre no podía cooperar con la gracia. Esta postura llevó a una teología fatalista, que debilitó la confianza en la misericordia de Dios y fomentó el desprecio por la acción humana.
- Rousseau, en el extremo opuesto, negó el pecado original y afirmó que el hombre es naturalmente bueno, pero que ha sido corrompido por la sociedad. Esta idea sirvió de base para el pensamiento revolucionario, que busca rehacer la sociedad sin referencia a Dios, bajo la premisa de que basta con modificar las estructuras externas para restaurar la bondad humana.
Ambas posturas son erróneas: el jansenismo destruye la libertad humana y la cooperación con la gracia, mientras que el rousseaunismo niega la necesidad de la redención. En contraste, la visión católica reconoce la caída del hombre, pero también su capacidad de ser elevado por la gracia, manteniendo así un equilibrio entre la libertad humana y la acción divina.
3. Política: La Relación entre la Ley Divina y la Autoridad Humana
La doctrina católica sostiene que toda autoridad legítima proviene de Dios (Rm 13,1) y que el orden político debe estar fundamentado en la ley natural y en la ley divina. Esto garantiza que la política esté al servicio del bien común y no se convierta en un instrumento de opresión o de anarquía.
En cambio, los sofistas han promovido modelos políticos radicalmente erróneos:
- Ockham, al negar la relación entre razón y fe, sentó las bases del voluntarismo político, donde la autoridad ya no se basa en la ley moral objetiva, sino en la voluntad del gobernante.
- Rousseau, con su idea de la soberanía popular absoluta, rechazó la necesidad de un orden moral trascendente y propuso que la ley es simplemente la expresión de la voluntad general. Este principio llevó a la Revolución Francesa y al surgimiento de sistemas totalitarios, donde la ley dejó de estar sujeta a la justicia objetiva.
- Diderot, con su materialismo ateo, negó completamente la legitimidad de cualquier autoridad religiosa en la política, promoviendo el laicismo radical y la supresión del cristianismo en la vida pública.
La consecuencia de estas ideas ha sido la destrucción del orden social cristiano y su reemplazo por ideologías que han conducido a la persecución religiosa, el relativismo moral y la disolución de la familia y la sociedad. En contraste, el pensamiento católico, basado en la doctrina del Reinado Social de Cristo, establece que la política debe estar al servicio de la ley natural y divina, asegurando así un orden justo y estable.
La Superioridad del Pensamiento Católico
A través de este análisis, podemos concluir que el pensamiento católico es superior al sofismo moderno porque:
- Sostiene la existencia de la verdad objetiva, mientras que los sofistas caen en el relativismo y la contradicción.
- Mantiene una visión equilibrada de la naturaleza humana, reconociendo la caída por el pecado, pero también la posibilidad de redención, mientras que el jansenismo y el rousseaunismo presentan visiones extremas y erróneas.
- Fundamenta la política en la ley natural y divina, garantizando un orden social justo, mientras que el liberalismo y el secularismo han llevado al caos y la tiranía.
Por lo tanto, la única alternativa válida frente a la crisis actual es el retorno a la doctrina católica tradicional, que reconoce la soberanía de Dios sobre la sociedad y la necesidad de estructurar la cultura, la política y la moral conforme al orden natural y divino.
FUENTE: Calvo-Zarraute, G & Garisoain J. (2024). Politica Cristiana: no podemos votar por el aborto. Tekton Centro Televisivo. Youtube.com