FUNDAMENTA CANONIS CATHOLICI

  Teología

INSPIRACIÓN, TRANSMISIÓN Y DEFINICIÓN

El término "canon" proviene del griego κανών, que significa "regla" o "norma", y del latín canon, que conserva el mismo sentido. En el contexto bíblico, el canon se refiere al conjunto de libros reconocidos como inspirados y normativos para la fe y la doctrina. La Iglesia Católica, en su discernimiento a lo largo de los siglos, ha definido el canon de la Escritura como aquellos textos que, inspirados por Dios, forman parte de la revelación divina. Este proceso culminó dogmáticamente en el Concilio de Trento (1546), que reafirmó la lista de los libros bíblicos en respuesta a los cuestionamientos protestantes. Sin embargo, la Iglesia ya había reconocido este canon desde tiempos patrísticos, basándose en la Tradición apostólica y en el uso litúrgico de los textos en la comunidad cristiana primitiva. La canonización de los libros bíblicos, por lo tanto, no se trató de una imposición arbitraria, sino del reconocimiento de aquellos textos que la Iglesia había recibido como inspirados desde los apóstoles, garantizando así su autenticidad y su conformidad con la fe cristiana.

¿Existía un canon judío cerrado antes de Cristo?

La cuestión del cierre del canon del Antiguo Testamento ha sido un tema de debate entre estudiosos. Durante mucho tiempo, se sostuvo que el judaísmo cerró su canon en el siglo I d. C., en el supuesto Concilio de Jamnia (hacia el 90 d. C.). Sin embargo, investigaciones recientes han refutado esta hipótesis. Por ejemplo, Lee Martin McDonald, en The Canon Debate, argumenta que no existía un canon judío definitivo en la época de Cristo, sino una colección de textos sagrados cuya autoridad variaba según las distintas comunidades judías.

Los fariseos, los saduceos, los esenios y los judíos alejandrinos tenían diferentes conjuntos de Escrituras. La comunidad de Qumrán, por ejemplo, utilizaba textos adicionales a los que más tarde fueron aceptados por el judaísmo rabínico. De hecho, la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento ampliamente utilizada en la época de Jesús, incluía los libros que la Iglesia Católica reconoció como inspirados. La evidencia arqueológica y los manuscritos del Mar Muerto confirman que estos libros eran considerados Escritura por muchas comunidades judías. Jesús y los apóstoles citaron con frecuencia la Septuaginta, lo que muestra que la consideraban una fuente autorizada.

El judaísmo rabínico consolidó su canon solo en el siglo II d. C., rechazando los libros escritos en griego y limitando su Escritura sagrada a los textos hebreos. Esta decisión no fue basada en la inspiración divina, sino en una reacción contra el cristianismo, que utilizaba la Septuaginta. La exclusión de los libros deuterocanónicos fue, por tanto, una medida tardía y no representativa del judaísmo del tiempo de Jesús. La Iglesia, en cambio, al seguir la tradición apostólica, conservó la lista de la Septuaginta, que contenía los libros deuterocanónicos, los cuales también fueron utilizados por los primeros cristianos y los Padres de la Iglesia.

El rechazo de Lutero a ciertos libros del Nuevo Testamento

El reformador Martín Lutero, en su intento de reformar la doctrina cristiana, cuestionó la canonicidad de varios libros del Nuevo Testamento, especialmente aquellos que consideraba en contradicción con su teología de la sola fide. Llamó a la Epístola de Santiago una "epístola de paja" porque enfatizaba la importancia de las obras junto con la fe (Santiago 2,24), lo que desafiaba su interpretación de la justificación solo por la fe. También expresó dudas sobre la canonicidad de Hebreos, Judas y Apocalipsis. Sobre este último, llegó a decir que "Cristo no es enseñado ni reconocido en él", lo que muestra su rechazo inicial a un libro que, paradójicamente, es uno de los más cristocéntricos del Nuevo Testamento.

A pesar de estos intentos de excluir ciertos libros, el canon del Nuevo Testamento fue aceptado en su totalidad por la Iglesia desde los primeros siglos, con testimonios claros en los escritos de los Padres de la Iglesia, como Ireneo de Lyon y Atanasio de Alejandría. La tradición cristiana siempre reconoció la autoridad de estos textos, y los intentos de Lutero de modificar el canon no fueron aceptados ni siquiera por todos los reformadores. Esto demuestra que el rechazo protestante a ciertos libros no se basó en criterios históricos o teológicos sólidos, sino en una postura subjetiva influenciada por la interpretación personal de Lutero.

Los libros deuterocanónicos: no añadidos, sino heredados

Los libros que la tradición protestante llama "deuterocanónicos" no son en realidad libros secundarios ni añadidos tardíamente, sino textos que forman parte de la historia de la revelación antes de la venida de Cristo. Estos libros, como Sabiduría, Baruc y los Macabeos, no solo reflejan la fe del pueblo de Israel en los siglos previos a Cristo, sino que también contienen profecías y enseñanzas que anticipan la plenitud de la revelación en Jesús.

El libro de la Sabiduría describe de manera sorprendente la pasión de Cristo en Sabiduría 2,12-20. El Segundo Libro de los Macabeos presenta una clara enseñanza sobre la resurrección de los muertos y la oración por los difuntos (2 Macabeos 12,44-46), una doctrina que se encuentra plenamente desarrollada en el Nuevo Testamento. La Iglesia, al reconocer estos textos como inspirados, no hizo más que seguir la tradición recibida de los apóstoles y la comunidad cristiana primitiva, que utilizaba la Septuaginta y consideraba estos libros parte de la Escritura.

¿Dónde dice la Biblia que no habrá más inspiración?

La idea de que después de cierto momento Dios dejó de inspirar nuevos libros sagrados tiene fundamento en la propia Escritura y en la tradición de la Iglesia. El Antiguo Testamento señala que hubo períodos de silencio profético, como se menciona en 1 Macabeos 9,27, donde se dice que "cesaron los profetas en Israel". Esta afirmación indica que en la época de los Macabeos, aproximadamente en el siglo II a. C., ya no había profetas que hablaran en nombre de Dios, lo que sugiere que la revelación veterotestamentaria estaba llegando a su fin, no que había cesado la inspiración.

El mismo libro de 1 Macabeos 4,46 menciona que ciertas decisiones religiosas fueron pospuestas "hasta que surgiera un profeta" que pudiera resolverlas, lo que implica que se reconocía la ausencia de inspiración profética. En el Nuevo Testamento, Hebreos 1,1-2 declara que Dios habló en el pasado a través de los profetas, pero en estos últimos tiempos lo ha hecho por medio de su Hijo. Esto señala que la revelación culminó en Cristo, quien es la Palabra definitiva del Padre.

La Iglesia ha entendido que con la muerte del último apóstol, la revelación pública se cerró, lo que significa que ya no se pueden añadir nuevos libros inspirados a la Escritura. El Concilio Vaticano II, en Dei Verbum 4, reafirma esta enseñanza al declarar que Cristo llevó la revelación a su plenitud y que no habrá otra revelación pública hasta su regreso glorioso.

Conclusión: El canon bíblico es inseparable de la autoridad de la Iglesia

El canon de la Escritura no es el resultado de una decisión humana arbitraria, sino el reconocimiento de los textos que Dios inspiró y que fueron transmitidos fielmente en la Iglesia. La tradición apostólica, el uso litúrgico y la enseñanza de los Padres de la Iglesia fueron determinantes para discernir qué libros pertenecían a la Sagrada Escritura.

En contraste, la reforma protestante eliminó libros basándose en criterios ajenos a la tradición apostólica, generando una ruptura con la enseñanza histórica del cristianismo. Sin la Iglesia, no habría manera de determinar con certeza qué libros son verdaderamente Palabra de Dios. Así, el canon bíblico es una manifestación de la acción providente de Dios en la historia, que ha guiado a su Iglesia para preservar la revelación de manera íntegra y auténtica.

Fuente: El canon Biblico: Dante Urbina vs Protestante. En el Canal de Dante A. Urbina vía Youtube.com.

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