Hermenéutica del Concilio Vaticano II
Opinión
¿Continuidad o Ruptura?
Planteamiento del problema
El Concilio Vaticano II (1962-1965) marcó un hito en la historia de la Iglesia católica del siglo XX, generando profundos cambios pastorales y litúrgicos. Desde su clausura, ha surgido un intenso debate sobre la interpretación y aplicación de sus enseñanzas: ¿deben leerse en continuidad con la Tradición bimilenaria de la Iglesia, o representaron una ruptura con el pasado? En particular, se cuestiona el uso ambiguo del llamado “espíritu del Concilio”, una apelación frecuente de algunos sectores que, en aras de una supuesta renovación, podría anteponerse a la “letra” de los documentos conciliares mismos. Esta tensión ha dado lugar a dos enfoques hermenéuticos opuestos: uno que defiende una ruptura o novedad radical a partir del Vaticano II, y otro que propugna una reforma en continuidad orgánica con la Tradición precedente (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). La cuestión es de suma importancia teológica y pastoral, pues de ella dependen la fidelidad doctrinal de la Iglesia y la correcta implementación de las reformas conciliares.
Diversos Papas y teólogos han abordado esta problemática con posturas contrastantes. Por un lado, críticos como el P. Gabriel Calvo Zarraute, el P. Santiago Martín o Mons. Athanasius Schneider –con cuyo planteamiento se alinea el presente ensayo– sostienen que en las décadas posteriores al Concilio II efectivamente se produjo una ruptura en la interpretación y praxis, especialmente en el ámbito pastoral y litúrgico. Según estos autores, ciertos episcopados y teólogos invocaron un “espíritu del Concilio” de corte progresista para introducir cambios que se apartan del Magisterio tradicional, generando confusión doctrinal y una crisis de fe en los fieles (Gabriel Calvo Zarraute: "Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia renuncia a formar una sociedad cristiana") (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana). Por otro lado, el Magisterio postconciliar –notablemente San Juan Pablo II y Benedicto XVI– ha insistido en una hermenéutica de la continuidad, es decir, en que el Vaticano II debe comprenderse como una reforma en la continuidad única del sujeto-Iglesia, sin romper con la Tradición previa (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Esta hermenéutica de la continuidad fue articulada con especial énfasis por Benedicto XVI, quien distinguió entre la “hermenéutica de la reforma” (en continuidad) y la “hermenéutica de la discontinuidad o ruptura” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org).
El problema central que se plantea, entonces, es si la hermenéutica de la continuidad es sostenible a la luz de los hechos posteriores al Concilio, o si, por el contrario, la praxis eclesial dominante ha seguido una lógica rupturista bajo la bandera del “espíritu del Concilio”. Para dilucidar esta cuestión, el presente ensayo crítico –de carácter académico y formal– se dividirá en cuatro apartados. Primero, se ha expuesto el planteamiento del problema, ofreciendo el contexto histórico-teológico del debate. A continuación, se presentarán (2) argumentos en contra del uso del “espíritu del Concilio Vaticano II” como pretexto para rupturas con la Tradición, respaldados en citas magisteriales y en el análisis de autores críticos. Seguidamente, en el apartado (3) se expondrán argumentos a favor de una interpretación reformadora en continuidad, defendiendo que el Concilio, correctamente entendido, se inserta orgánicamente en la Tradición perenne. Finalmente, se ofrecerá una (4) conclusión integradora, reflexionando sobre la validez de la hermenéutica de la continuidad frente a la realidad de ciertas rupturas teológicas y pastorales ocurridas, a fin de aportar una visión equilibrada sobre la recepción del Vaticano II.
Argumentos en contra del “espíritu del Concilio” como ruptura con la Tradición
Quienes critican el apelativo de “espíritu del Concilio” sostienen que éste ha sido invocado para justificar innovaciones y desviaciones no previstas por los documentos del Vaticano II, generando una ruptura práctica con la Tradición de la Iglesia. Estos argumentos “en contra” se apoyan tanto en el Magisterio preconciliar como en la evidencia de la crisis posconciliar.
En primer lugar, la Tradición magisterial anterior al Vaticano II había insistido en la imposibilidad de cambios doctrinales que implicasen contradicción con el depósito de la fe. San Pío X (1903-1914), al combatir la herejía modernista a inicios del siglo XX, recalcó que el legítimo progreso doctrinal solo puede darse en continuidad con la verdad revelada, nunca alterando su significado esencial. En la encíclica Pascendi citó el principio clásico de que la comprensión del dogma puede crecer y profundizarse con el tiempo, “pero sólo en su género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia” (Pascendi Dominici Gregis (8 de septiembre de 1907) | PIUS X). Esta fórmula (“eodem sensu eademque sententia”), tomada del Concilio Vaticano I, expresa que ninguna interpretación novedosa puede contradecir la enseñanza previa. Pío X condenó duramente a los teólogos modernistas que, “amando la novedad más de lo debido; pretenden reformar completamente la teología”, despreciando la filosofía y teología tradicionales bajo pretexto de adaptación al mundo moderno (). Para el santo pontífice, dichos intentos de “reforma” desligada de la Tradición no eran sino delirios que amenazan con destruir el orden sobrenatural de la fe (Pascendi Dominici Gregis (8 de septiembre de 1907) | PIUS X). Estas advertencias preconciliares muestran que desde la perspectiva católica cualquier “espíritu” de renovación debe permanecer fiel a la sustancia inmutable del dogma.
Asimismo, el Papa Pío XII (1939-1958) –inmediato predecesor del Concilio– alertó sobre los riesgos de un enfoque rupturista. En la encíclica Humani Generis (1950) lamentó que “no faltan quienes amen la novedad más de lo debido” y buscan cambiar la teología tradicional por una “teología nueva”, despreciando la filosofía escolástica recibida por la Iglesia y tachándola sin respeto de anticuada (). Pío XII calificó de “altamente deplorable” esa actitud de abandono de los principios seguros, pues conlleva un relativismo doctrinal. Tales palabras premonitorias parecían dirigidas a los teólogos que décadas más tarde reivindicarían el “espíritu del Concilio” para proponer ideas difíciles de conciliar con enseñanzas anteriores. En el ámbito litúrgico, Pío XII también advirtió contra un arqueologismo exagerado que, con ansias de novedad, quisiese restaurar prácticas antiguas desusadas en perjuicio de la tradición viva de la Iglesia (cfr. encíclica Mediator Dei, 1947). En suma, el Magisterio anterior al Vaticano II estableció un criterio hermenéutico claro: ninguna renovación pastoral puede suponer ruptura doctrinal con el pasado.
En segundo lugar, los críticos del “espíritu del Vaticano II” señalan que muchos abusos pastorales y litúrgicos acaecidos tras el Concilio se ampararon en esa noción ambigua, traicionando la letra conciliar. Se argumenta que, al concluir el Concilio en 1965, se difundió en ciertas élites eclesiales una mentalidad según la cual “todo había cambiado”, promoviendo experimentaciones no autorizadas. El periodista e historiador Carlos Esteban resume: “al margen de los textos aprobados en el concilio, se extendió... un ‘espíritu del concilio’, un intento de imponer sobre la propia literalidad de los documentos una idea o tendencia... netamente progresista y mundanizante como la única correcta” (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). Este espíritu liberal interpretó el Vaticano II como un giro de 180 grados, subestimando la continuidad doctrinal. Las consecuencias no tardaron en manifestarse: desorientación doctrinal, secularización interna y crisis disciplinar. Es significativo que la “fuga masiva” de fieles en países tradicionalmente católicos coincidiera cronológicamente con el periodo inmediatamente posterior al Concilio (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). Como señala Brandmüller, no es una opinión sino un “fría realidad estadística” que, a partir de finales de los años 1960, numerosos bautizados abandonaron la práctica religiosa (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). La drástica caída de vocaciones sacerdotales y religiosas, el cierre de seminarios y conventos, y la disminución de la asistencia a Misa en la segunda mitad del siglo XX son hechos que muchos atribuyen a un cambio de rumbo pastoral inspirado por ese “espíritu conciliar” erróneo (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI).
Ejemplos concretos de esta crisis posconciliar abundan. Mons. Athanasius Schneider –obispo kazajo nacido poco después del Concilio– ha descrito con dolor el proceso de “protestantización” y pérdida de lo sagrado que observó en la Iglesia europea de los años setenta (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana) (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana). Tras vivir su infancia en la clandestinidad de la Unión Soviética, Schneider quedó impactado al encontrarse en Alemania con una liturgia postconciliar que “parecía más una asamblea que un culto divino” y con prácticas novedosas como la comunión en la mano, que juzgó “incomprensibles” y carentes de reverencia (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana) (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana). En su evaluación histórica, Schneider afirma que el Concilio trajo un énfasis desproporcionado en cuestiones mundanas (sociopolíticas) por parte de muchos obispos, descuidando sus deberes pastorales espirituales; dicho énfasis horizontal habría sido una “traición al Evangelio” que contribuyó a la crisis actual de la Iglesia (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana). Esta crítica sugiere que ciertos sectores eclesiásticos, invocando al “espíritu del Vaticano II”, desviaron la atención de la misión sobrenatural (predicar la fe íntegra, santificar las almas) hacia una agenda más temporal o política, en ruptura con la Tradición apostólica.
Otro ámbito conflictivo fue el de la liturgia. La constitución conciliar Sacrosanctum Concilium propició una reforma litúrgica, pero nunca ordenó abandonar el latín o la música sacra tradicional, sino que pedía conservarlos junto con la introducción limitada de la lengua vernácula (SC 36, 54). No obstante, bajo el pretexto del “espíritu del Concilio”, en la década de 1970 proliferaron innovaciones litúrgicas no previstas (Misas enteramente vernáculas y versus populum, altares desmontados, simplificaciones extremas del rito, abusos creativos, etc.). El propio Papa Pablo VI, quien promulgó el nuevo Misal en 1969, llegó a lamentar pocos años después los derroteros tomados. En una alocución célebre del 29 de junio de 1972, Pablo VI hizo un diagnóstico sombrío de la situación: “Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios... Hay duda, incertidumbre, problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no se confía en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano que viene…” (Se cumplen 50 años de la "profecía" de Pablo VI: "Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios"). Estas palabras revelan que, aun habiendo presidido el periodo posconciliar, Pablo VI reconocía signos de desorientación interna y pérdida de confianza en el Magisterio. El Papa describió un clima eclesial de turbación tal que muchos daban más crédito a voces secularizadas que a la enseñanza de la Iglesia, reflejando una evidente ruptura con la actitud de fe tradicional. Que el pontífice hable de la infiltración de un elemento satánico sugiere que los excesos cometidos en nombre del Concilio no provenían del Espíritu Santo, sino de la confusión sembrada por el “espíritu del error”. De hecho, el P. Santiago Martín –testigo directo de esa época– afirma de manera provocadora: “El ‘espíritu’ del Concilio no es el Espíritu Santo, porque es rupturista y pretende montar una nueva iglesia infiel a Cristo” (El «espíritu» del Concilio no es el Espíritu Santo, porque es rupturista y pretende montar una nueva iglesia infiel a Cristo (VIDEO)). Esta dura sentencia refleja el sentir de muchos católicos que vieron con alarma cómo, tras el Vaticano II, algunos promovían cambios doctrinales o pastorales contrarios a la Tradición bajo el lema de una “nueva primavera” eclesial.
Los críticos del “espíritu del Concilio” también apoyan su postura en los testimonios de papas posconciliares que abogaron por la continuidad y deploraron las interpretaciones heterodoxas. San Juan Pablo II reiteró en múltiples ocasiones que el Vaticano II debía ser recibido fielmente, en armonía con el magisterio anterior. Durante su extenso pontificado, enfrentó corrientes tanto integristas como ultra-progresistas reafirmando que no puede haber oposición entre el Magisterio preconciliar y el postconciliar, ya que ambos forman una continuidad orgánica. En 1988, a raíz del cisma de Mons. Lefebvre, Juan Pablo II insistió en la carta Ecclesia Dei que la fidelidad al Vaticano II era condición para la plena comunión eclesial, rechazando la noción de que el Concilio hubiera “traicionado” la Tradición. Pero al mismo tiempo, señaló que “la auténtica renovación de la Iglesia postconciliar... debe entenderse a la luz de la Tradición y en continuidad con ella” (carta Ecclesia Dei de 2 de julio de 1988, n.5). Esta línea fue continuada por Benedicto XVI, quien diagnosticó con claridad el problema: una “hermenéutica de la discontinuidad” se había difundido en ciertos círculos, provocando “confusión” en los fieles (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). En su célebre discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005), Benedicto describió cómo esa hermenéutica rupturista interpreta el Concilio casi como una asamblea constituyente que rompe con el pasado, actitud que él rechazó frontalmente. Más adelante, en 2013, este Papa aportó un testimonio histórico revelador: distinguió entre el “verdadero Concilio” (el de los Padres y textos) y el “Concilio de los medios de comunicación”, es decir, la imagen adulterada del Vaticano II propagada por la prensa eclesial secularizante (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI). Según Benedicto XVI, “el Concilio que llegó al pueblo fue el de los medios, no el de los Padres”, y ese falso concilio mediático “provocó tantas calamidades... seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada…” (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI). Estas observaciones papales confirman, desde dentro de la jerarquía, que gran parte de las distorsiones posconciliares no provienen del auténtico mensaje conciliar, sino de una interpretación desviada –un supuesto “espíritu” divorciado de la letra– que produjo frutos amargos.
En síntesis, los argumentos en contra del uso del “espíritu del Concilio” como ruptura destacan que dicha actitud:
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Traiciona la intención declarada de los propios Padres conciliares, quienes nunca pretendieron romper con la doctrina previa (como se verá en el apartado siguiente).
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Contradice principios magisteriales fundamentales establecidos por Papas preconciliares (Pío X, Pío XII) sobre la continuidad necesaria en la fe.
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Ha conducido empíricamente a confusión doctrinal, abusos litúrgicos y una grave crisis de fe en amplios sectores de la Iglesia, evidenciada por la secularización interna post-1965 (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana) (Schneider: desde el concilio, la mayoría de los católicos han abandonado la Iglesia - InfoVaticana).
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Ha sido lamentada y corregida por Papas posteriores, que han llamado a volver a la letra conciliar leída con hermenéutica de continuidad en vez de seguir interpretaciones arbitrarias de un “espíritu” supuesto (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI).
Estos elementos configuran la tesis de que sí ha existido una ruptura en la interpretación y aplicación del Vaticano II por parte de algunos, ruptura que no puede ser legitimada teológicamente y que exige una rectificación a la luz de la Tradición perenne.
Argumentos a favor de una interpretación reformadora en continuidad
Frente a la visión rupturista, numerosos autores y la inmensa mayoría del Magisterio sostienen que el Concilio Vaticano II debe ser interpretado mediante una hermenéutica de la reforma en continuidad. Es decir, sus enseñanzas suponen legítimas novedades pastorales o desarrollos doctrinales homogéneos, pero sin quebrar la tradición previa. Los argumentos “a favor” de esta interpretación reformadora y continuista pueden resumirse en varios puntos.
1. Intención declarada de los Papas conciliares: Tanto San Juan XXIII (convocante del Concilio) como el Beato Pablo VI (quien lo llevó a término) afirmaron explícitamente la voluntad de continuidad doctrinal. En su discurso inaugural del Concilio (11 de octubre de 1962), Juan XXIII dejó sentado un principio hermenéutico clave: “Es necesario que la Iglesia no se aparte del sagrado patrimonio de la verdad recibido de los Padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente...” (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII). Acto seguido, añadió la célebre distinción: “Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina... depositum fidei, y otra es la manera de formular su expresión”, debiendo esta última adaptarse “a las formas de investigación y a las fórmulas literarias del pensamiento moderno” (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII). Con esta afirmación, Juan XXIII subrayaba que el Concilio buscaba renovar la presentación del Evangelio, no alterar su contenido: la doctrina cierta e inmutable debía ser custodiada fielmente, aunque revestida en un lenguaje pastoral más accesible al hombre contemporáneo. De hecho, el Papa bueno insistió en que el nuevo Concilio XXI sería predominantemente pastoral, evitando en lo posible nuevas condenas dogmáticas, no porque faltasen errores que rechazar (los había, reconoció), sino porque prefería la medicina de la misericordia a la severidad de los anatemas (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII) (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII). Esta decisión pastoral –no definir nuevos dogmas ni fulminar herejías con anatematismos– no implica en absoluto que el Concilio autorizase rupturas doctrinales; antes bien, confirma que su propósito era reafirmar la verdad perenne (presentándola de modo atrayente) más que zanjar disputas teológicas con definiciones infalibles. En la misma línea, Pablo VI al clausurar el Concilio (8 de diciembre de 1965) proclamó que Vaticano II, al ser un concilio principalmente pastoral, “ha preferido recurrir a la influencia suave y benigna de la gracia, al amor, a la verdad”, evitando condenas estridentes, pero sin por ello abdicar de ninguna verdad de fe. Ambos Papas, pues, testimonian que no hubo intención de ruptura. Al contrario, se concibió el Concilio como un acto de continuidad: “afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio eclesiástico”, presentándolo de forma adaptada a las nuevas circunstancias (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII). Esta declaración de Juan XXIII en la apertura conciliar recalca que la asamblea conciliar se inscribía en la serie de Concilios previos, en continuidad con el Magisterio de siglos anteriores (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII).
2. Naturaleza orgánica del desarrollo doctrinal: La hermenéutica de la continuidad se apoya en la convicción teológica de que la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, no se contradice a sí misma. El cardenal Walter Brandmüller –destacado historiador de la Iglesia– señala que existe una “conexión orgánica íntima” entre el Concilio Vaticano II y el magisterio anterior, “dado que no podría ser de otra manera por razones teológicas evidentes” (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). En otras palabras, si la Iglesia es el mismo sujeto a través de los siglos (el Cuerpo de Cristo peregrino en la historia), sus pronunciamientos auténticos no pueden invalidar lo previamente definido. Benedicto XVI formuló este principio al hablar de la Iglesia como un sujeto vivo que “crece en el tiempo y se desarrolla, permaneciendo siempre el mismo y único sujeto” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). La consecuencia es que los documentos del Vaticano II, emanando del Magisterio legítimo, han de leerse en consonancia con todo el acervo doctrinal previo. Donde surjan aparentes tensiones entre enseñanzas conciliares y definiciones anteriores, la tarea del teólogo es “articular la continuidad y la novedad, en el contexto del desarrollo dogmático tradicional” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Por ejemplo, el Concilio Vaticano II abordó temas como la libertad religiosa (Dignitatis Humanae) o el ecumenismo (Unitatis Redintegratio, Nostra Aetate) con un enfoque nuevo, adecuado a su contexto histórico (el mundo pluralista y global del siglo XX). Algunos han visto aquí contradicción con enseñanzas pasadas (p. ej., con Syllabus de Pío IX o con la encíclica Mortalium Animos de Pío XI). Sin embargo, los defensores de la continuidad –como Brandmüller– sostienen que esas declaraciones conciliares deben “relativizarse” en sentido hermenéutico, es decir, entenderse en su contexto preciso: responden a circunstancias contingentes de su época, sin invalidar los principios perennes subyacentes (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). Así, los principios doctrinales (la unicidad de la Iglesia como verdadero camino de salvación, la necesidad de la gracia para acoger la verdad, etc.) permanecen, aunque se haya cambiado la estrategia pastoral o el énfasis en la presentación. Este enfoque coincide con lo expuesto por Benedicto XVI: “En esa aparente discontinuidad [la Iglesia] ha mantenido y profundizado su verdadera identidad”, sin romper con los principios de la Tradición católica (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Las novedades conciliares se entienden mejor como desarrollos homogéneos: aplicaciones nuevas de principios antiguos a nuevas realidades. La Declaración Dominus Iesus (2000) del Cardenal Ratzinger, por ejemplo, clarificó posibles malentendidos ecuménicos afirmando la unicidad de Cristo y de la Iglesia, mostrando que Nostra Aetate y Dignitatis Humanae no niegan verdades previas, sino que las expresan en un contexto diferente (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana).
3. Hermenéutica papal del Concilio: Varios Papas posteriores han subrayado esta lectura en continuidad. En 1985, con motivo del 20º aniversario del Vaticano II, se celebró un Sínodo extraordinario de obispos para evaluar su recepción. La conclusión fue inequívoca: se rechazó tanto la “sola discontinuidad” como la “sola continuidad” acrítica, afirmando que ni una ni otra en estado puro reflejan la realidad, sino que el Concilio debe ser acogido como continuidad en los principios y renovación en las formas cambiantes (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Este fue el consenso mayoritario del sentir de la Iglesia (sensus Ecclesiae). San Juan Pablo II, que participó en el Concilio y luego lo aplicó en su pontificado de 27 años, es un testigo de esta hermenéutica de la reforma. Bajo su guía se promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), que recoge tanto la doctrina tradicional como los aportes del Vaticano II, presentándolos en continuidad orgánica. Igualmente, el Código de Derecho Canónico de 1983 incorporó las nuevas orientaciones conciliares (colegialidad episcopal, papel del laicado, etc.) sin dejar de ser fiel a la disciplina latina histórica. Juan Pablo II insistió en que el Concilio Vaticano II fue “la gran gracia dispensada a la Iglesia en el siglo XX” y que su correcta interpretación debía hacerse “a la luz de la Tradición y del Magisterio constante” para evitar lecturas parciales. Por su parte, Benedicto XVI hizo de la hermenéutica de la continuidad una bandera de su pontificado (De Mattei califica el concilio de "catástrofe de dimensiones históricas" en la presentación de su libro - InfoVaticana). Ya citado es su discurso de 2005, donde definió la “hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad” como la única vía legítima de interpretación (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Benedicto criticó abiertamente la “hermenéutica de la ruptura”, proveniente tanto de sectores progresistas como de tradicionalistas disidentes, por considerar que ambos cometen el error de ver una fractura donde la Iglesia, en realidad, busca continuidad (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). Es notable que incluso el Papa Francisco, a veces percibido como más pragmático, haya respaldado en principio esta continuidad: en una carta de 2013, al conmemorar el 450º aniversario del Concilio de Trento, Francisco afirmó que “la ‘hermenéutica de la reforma’ que nuestro predecesor Benedicto XVI expuso en 2005... se aplica no menos al Concilio de Trento que al Vaticano II” (Pope Francis echoes Pope Benedict, underlines continuity of Council of Trent, Vatican II | News Headlines | Catholic Culture). Esto significa que Francisco reconoce que tanto Trento como Vaticano II forman parte del único desarrollo de la fe, impulsado por el mismo Espíritu Santo, sin contraposiciones excluyentes. Citando a Benedicto, añadió que ambos concilios, cada uno en su época, tuvieron como preocupación principal que “el sagrado depósito de la doctrina cristiana no solo fuese custodiado sino también brillase más claramente” (Pope Francis echoes Pope Benedict, underlines continuity of Council of Trent, Vatican II | News Headlines | Catholic Culture). Esta afirmación recuerda mucho la intención de Juan XXIII en 1962: proteger el depósito y hacerlo resplandecer para la salvación de las almas.
4. Reformas pastorales y litúrgicas en continuidad: Un argumento práctico a favor de la continuidad es mostrar que las reformas del Vaticano II, bien entendidas, no rompen con el pasado sino que lo desarrollan orgánicamente. Por ejemplo, la reforma litúrgica –aunque supuso cambios visibles en la Misa latina tradicional– mantuvo la esencia doctrinal de la lex orandi. El Novus Ordo Missae de Pablo VI conservó la estructura fundamental de la Eucaristía y sus contenidos teológicos (Presencia real, carácter sacrificial, etc.), en continuidad con la misa de San Pío V, aunque expresados con mayor participación del pueblo y en lengua vernácula. Cuando Benedicto XVI emancipó el uso de la forma extraordinaria (rito antiguo) en Summorum Pontificum (2007), lo hizo precisamente subrayando que lo que fue sagrado para las generaciones pasadas sigue siéndolo hoy, evidenciando así la continuidad entre ambas formas del rito romano. En el campo doctrinal, el Vaticano II no definió nuevos dogmas, pero profundizó en nociones tradicionales: por ejemplo, la colegialidad episcopal en Lumen Gentium no elimina la autoridad papal (definida en Vaticano I), sino que la sitúa en el contexto de la comunión del Colegio Episcopal bajo Pedro, concepto ya presente en la Iglesia primitiva. Igualmente, la apertura ecuménica del Concilio no niega la unicidad de la Iglesia católica, sino que reconoce elementos de santificación en otras comunidades, de acuerdo con la teología de los grados de comunión, desarrollada a partir de premisas patrísticas. Todos estos desarrollos muestran continuidad en los principios y renovación en el enfoque. La hermenéutica católica clásica de la reforma (siguiendo, por ejemplo, a San Vicente de Lerins) indica que en la Iglesia “crece y progresa” la comprensión de la fe “con el tiempo”, pero siempre “en el mismo sentido y significado” (Pascendi Dominici Gregis (8 de septiembre de 1907) | PIUS X). Los defensores de la continuidad aplican este axioma al Vaticano II: sus documentos representan una legítima evolución homogénea, no una mutación heterogénea.
5. Rectificación de interpretaciones erróneas: Finalmente, desde la postura continuista se resalta que la Iglesia misma ha ido corrigiendo las lecturas o prácticas posconciliares que implicaban ruptura. El Magisterio posterior ha emitido documentos clarificadores (como la mencionada Dominus Iesus en el 2000 sobre unicidad de la salvación en Cristo y la Iglesia, o la instrucción Redemptionis Sacramentum en 2004 sobre abusos litúrgicos) para asegurar que la renovación conciliar se mantenga fiel al depósito. Asimismo, los Papas han promovido un renacimiento de la Tradición dentro del marco conciliar: Juan Pablo II fomentó la fidelidad a la doctrina moral tradicional contra corrientes que, invocando el “espíritu del Concilio”, propugnaban cambios en ética sexual o familiar; Benedicto XVI impulsó la “reforma de la reforma” litúrgica para reenfocar la celebración hacia Dios sin negar los frutos del Concilio. Incluso el Papa Francisco, al abordar divisiones litúrgicas recientes, ha insistido en que la unidad de la lex orandi debe preservarse y que la liturgia renovada posconciliar es la expresión ordinaria del rito romano (Traditionis Custodes, 2021). Aunque su enfoque ha sido discutido, parte de la motivación es evitar justamente una ruptura en la Iglesia entre pre y post-conciliares, reafirmando que solo hay una Iglesia con una única autoridad magisterial. En palabras de un comentarista contemporáneo: “No hay dos Iglesias, una preconciliar y otra postconciliar; la Iglesia es una, sujeto permanente de la Tradición viviente” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). Este presupuesto teológico obliga a resolver cualquier conflicto aparente mediante interpretación auténtica, jamás mediante la aceptación de una ruptura real.
En resumen, los argumentos a favor de la hermenéutica de la continuidad enfatizan que:
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El Concilio Vaticano II, según sus propios protagonistas, se quiso en continuidad con la fe de siempre, diferenciando cambio de formulación versus permanencia del fondo (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII).
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La Iglesia como sujeto teológico es indefectible, por lo que un concilio legítimo no puede ni pretendió quebrar la Tradición, sino actualizarla orgánicamente (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana).
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Las aparentes novedades doctrinales se inscriben en el desarrollo homogéneo del dogma católico, pudiendo articularse con enseñanzas previas sin contradicción esencial (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org).
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El Magisterio posterior ha ratificado esta lectura, corrigiendo desviaciones y ratificando que la única manera correcta de leer el Concilio es “a la luz de la Tradición perenne de la Iglesia” (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana). Como dijera Brandmüller, esa es la “tabla de salvación” a la que aferrarse para no zozobrar en innovaciones erróneas (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana).
La hermenéutica de la continuidad, por tanto, se presenta no solo como una opción interpretativa posible, sino como la única coherente con la eclesiología católica. Ignorarla implicaría atribuir al Concilio un carácter casi revolucionario incompatible con la asistencia divina prometida a la Iglesia. En palabras de Benedicto XVI, “la Iglesia ha mantenido y profundizado su naturaleza íntima y su verdadera identidad” a través del Vaticano II, que “no rompió con los principios de la tradición católica” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org), sino que buscó su renovación fiel.
Conclusión: Hermenéutica de la continuidad frente a la posible ruptura teológica
Al contrastar ambas posturas, se evidencia que el debate sobre el legado del Concilio Vaticano II no es trivial ni meramente académico, sino que toca el corazón mismo de la autocomprensión de la Iglesia. ¿Ha sido el Vaticano II un evento en plena continuidad con la Tradición apostólica –como afirma el Magisterio oficial–, o en la práctica se ha convertido en un pretexto para una ruptura teológica y pastoral –como denuncian ciertos autores tradicionales–? La respuesta, compleja y matizada, requiere integrar elementos de verdad de ambos lados.
Por un lado, la hermenéutica de la continuidad se muestra teológicamente necesaria y doctrinalmente sólida. La fe católica, por su propia naturaleza, exige continuidad: la Iglesia no puede contradecir su depósito revelado sin dejar de ser ella misma. En este sentido, la única interpretación legítima del Concilio Vaticano II ha de ser en armonía con la Tradición. Esto no es opcional, sino un imperativo de la fides Ecclesiae. Todos los Papas postconciliares –desde Pablo VI hasta Francisco–, cada uno con su estilo, han reiterado que el Concilio no debe leerse como ruptura. Benedicto XVI, en su testimonio final antes de renunciar, reforzó que las auténticas enseñanzas conciliares quedaron a veces oscurecidas por interpretaciones espurias (el “Concilio de los medios”), pero que es tarea de la Iglesia redescubrir el verdadero Concilio en continuidad con la fe perenne (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI) (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI). Asimismo, la hermenéutica de la continuidad ofrece un marco para resolver las aparentes contradicciones: exige estudiar los textos conciliares con profundidad, a la luz de la Tradición precedente y del Magisterio posterior que los clarifica. Esta aproximación dialéctica y orgánica permite dissipar muchas confusiones. Por ejemplo, cuestiones debatidas como la libertad religiosa, el ecumenismo o la reforma litúrgica encuentran su justo equilibrio cuando se interpretan según “la eadem doctrina, el mismo sentido y significado” tradicionales, purificando las lecturas unilaterales. En definitiva, la hermenéutica de la continuidad no es una mera teoría de eruditos, sino la garantía de que el Espíritu Santo no contradice lo que antes inspiró, y de que el desarrollo doctrinal católico es auténtico desarrollo (como el crecimiento de un árbol, que sigue siendo de la misma especie) y no mutación sustancial.
Por otro lado, sería ingenuo negar que ha habido una “praxis rupturista” real en amplios sectores eclesiales tras el Vaticano II. Los argumentos de los críticos –respaldados por datos históricos– ponen de relieve un fenómeno de postconcilio sociológico que, en la mentalidad de muchos agentes pastorales, sí supuso una ruptura con el pasado. Aunque esta ruptura no esté justificada por los textos conciliares, ocurrió de facto en la vida de la Iglesia: catequesis tradicionales abandonadas, disciplinas diluidas, arte sacro y liturgia transformados radicalmente, teología moral contestada, etc. El cardenal Brandmüller reconoce honestamente que la enorme deserción de fieles y la secularización interna post-1965 es un hecho innegable (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana), lo que sugiere un déficit en la recepción adecuada del Concilio. Autores como el P. Gabriel Calvo Zarraute llegan a afirmar que tras el Vaticano II “la Iglesia se rindió al mundo” en ciertos aspectos, renunciando a su papel contracultural y adoptando categorías del pensamiento secular que aceleraron la pérdida de fe (Gabriel Calvo Zarraute: "Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia renuncia a formar una sociedad cristiana") (Gabriel Calvo Zarraute: "Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia renuncia a formar una sociedad cristiana"). Sin asumir necesariamente la totalidad de esta acusación, la inquietud de fondo es comprensible: ¿Por qué, si el Concilio fue legítimo y ortodoxo, siguió una crisis tan profunda? La hermenéutica de la continuidad responde que fue por interpretaciones erróneas; pero los críticos replican que quizás algunas ambigüedades textuales o silencios del Concilio facilitaron esas interpretaciones. En efecto, es significativo que cinco décadas después se siga debatiendo el “espíritu del Concilio”. Esto indica que la tarea hermenéutica no ha concluido; quedan flecos que aclarar para cimentar definitivamente la continuidad. Algunos, como Mons. Schneider, incluso proponen que la Santa Sede elabore un “nuevo Syllabus” de errores posconciliares, clarificando negro sobre blanco qué lecturas del Vaticano II son inadmisibles y cómo deben entenderse pasajes polémicos (MONS. SCHNEIDER: La interpretación del C. Vaticano II y su ...). Esta propuesta, inspirada en el Syllabus de Pío IX (1864), busca precisamente sanar la fractura práctica constatada, reafirmando la hermenéutica de la continuidad de forma autoritativa.
La conclusión integradora a la que apunta este análisis es que la hermenéutica de la continuidad no solo es sostenible, sino que es la única vía coherente con la fe católica; pero su plena realización ha encontrado obstáculos en una praxis eclesial a veces desviada. En términos dialécticos, podemos afirmar que la tesis (continuidad) y la antítesis (ruptura) se sintetizan reconociendo que: a) en principio y fundamento, el Concilio Vaticano II no puede contradecir la Tradición (y de hecho, muchos de sus textos la expresan magníficamente en lenguaje moderno); pero b) en la implementación pastoral posterior, se produjeron interpretaciones rupturistas que urgen ser corregidas a la luz de la Tradición. La hermenéutica de la continuidad, por tanto, es verdadera en sí misma, pero necesita ser asumida efectivamente en la vida de la Iglesia, superando la brecha entre doctrina y praxis.
En la actualidad, el Magisterio continúa apelando a esa hermenéutica integradora. El Papa Francisco, al afrontar tendencias opuestas (ya sea el progresismo doctrinal que relativiza la moral tradicional, o el tradicionalismo radical que rechaza el Concilio), ha reiterado la importancia de permanecer unidos en la misma fe transmitida, sin “rehacer” la Iglesia a nuestro antojo. En línea con Benedicto XVI, ha advertido que quien niega la validez del Vaticano II “se coloca fuera” de la Iglesia, del mismo modo que quien pretende desfigurar la Tradición se descarría. Así, pese a estilos distintos, existe una continuidad en reclamar continuidad: como dijo el cardenal Joseph Ratzinger antes de ser Papa, “hay una sola Iglesia antes y después del Concilio... la Iglesia que nos dio el Señor, que es sujeto de Tradición”. La hermenéutica de la continuidad busca asegurar precisamente eso.
En conclusión, podemos sostener que no ha habido una ruptura teológica formal ni autorizada en el Concilio Vaticano II, pero sí ha habido una ruptura en la forma en que fue interpretado y aplicado por algunos. La respuesta a este desafío no es abandonar el Concilio ni absolutizarlo aisladamente, sino profundizar en su recta interpretación dentro del gran río de la Tradición. Solo una lectura católica rigurosa –atenta a la continuidad en medio de la reforma– podrá reconciliar las tensiones y sanar las heridas causadas por lecturas extremas. La hermenéutica de la continuidad, correctamente entendida, no es un “encubrimiento” de problemas, sino la clave para resolverlos: significa afirmar que el Espíritu Santo guía a la Iglesia a través de todos sus Concilios, y que incluso las novedades auténticas (pastorales, litúrgicas, disciplinarias) pueden y deben integrarse sin trauma en el organismo vivo de la Iglesia.
A fin de cuentas, la hermenéutica de la continuidad es sostenible y necesaria, pero exige un compromiso constante de fidelidad creativa: una reforma sín ruptura. Reconocer humildemente dónde la praxis se apartó de la doctrina, y corregir el rumbo, forma parte de este proceso. Como enseña la tradición católica, la reforma genuina siempre consiste en una vuelta a las fuentes auténticas (ad fontes) para proyectarlas al presente, nunca en un comenzar desde cero. El Concilio Vaticano II, bien entendido, fue un esfuerzo de esa naturaleza: retornar al Evangelio y a la Tradición apostólica para anunciarlo al mundo moderno. La letra conciliar, leída con el espíritu auténtico de la Iglesia (que es el Espíritu Santo), no rompe, sino que continúa la gran sinfonía de la verdad católica. El desafío pendiente es hacer realidad en toda la Iglesia esta hermenéutica de la continuidad, disipando así la “posible ruptura” que algunos perciben. Solo integrando críticamente la experiencia posconciliar –aprendiendo de los errores y aciertos– se logrará que el Vaticano II rinda plenamente los frutos que San Juan XXIII y los Padres conciliares esperaban: una renovación en la unidad de la misma fe de siempre. Como dijo Benedicto XVI, “precisamente en esta conjunción de continuidad y discontinuidad en niveles diferentes consiste la verdadera naturaleza de la reforma” (La hermenéutica del Concilio Vaticano II - Almudi.org). En esa conjunción armoniosa, más que en disyuntivas excluyentes, se encuentra la senda segura para la Iglesia del siglo XXI.
Bibliografía y fuentes consultadas: Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II (1962); Pablo VI, Alocución “Por alguna grieta…” (29/6/1972); Concilio Vaticano II, Constituciones y Decretos (1962-65); San Pío X, Enc. Pascendi (1907); Pío XII, Enc. Humani Generis (1950); Juan Pablo II, Carta Ecclesia Dei (1988) y Homilía clausura Sínodo Extraordinario (8/12/1985); Benedicto XVI, Discurso a la Curia (22/12/2005) y Discurso al clero de Roma (14/2/2013); Francisco, Carta al Cardenal Brandmüller (19/11/2013); Entrevistas y escritos de P. Santiago Martín, P. G. Calvo Zarraute, Mons. A. Schneider; Carlos Esteban, Infovaticana (25/9/2020, 26/6/2020); etc. (Discurso con ocasión de la solemne apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) | Juan XXIII) (El cardenal Brandmüller desgrana las 'dificultades' del Vaticano II - InfoVaticana) (Encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma (14 de febrero de 2013) | Benedicto XVI) (Citas seleccionadas).