La educación en la fe y la responsabilidad de los padres
Reflexión
¿SE PUEDE OBLIGAR A UN NIÑO A IR A MISA?
Hace dos semanas que
este tema ronda en mi cabeza, como una espina que me reconcome, tal y como
diría el comediante español José Mota. Todo comenzó con una conversación que vi
en TikTok, donde dos católicos debatían sobre la educación de los hijos en la fe.
Uno de ellos, que se identificaba como formado en pedagogía (aunque no quedaba
claro si era psicólogo o maestro), defendía que no se le puede prohibir ni
imponer nada a un hijo, incluyendo la asistencia a misa los domingos, incluso
si el niño no quiere ir. Esta postura, que parece inspirarse en ideas
roussonianas, me llevó a reflexionar profundamente sobre el papel de los padres
en la educación de la fe y la formación moral de sus hijos.
El diálogo en TikTok fue
el detonante de una serie de reflexiones que me han llevado a cuestionar hasta
qué punto los padres deben guiar a sus hijos en la fe y si es válido
"obligar" a un niño a asistir a misa. Este tema, aparentemente
sencillo, encierra una profunda discusión sobre la autonomía del niño, la
responsabilidad de los padres y la naturaleza de la educación en la fe.
En este contexto, me
propongo explorar las diferentes posturas que se enfrentan en este debate,
comenzando por la visión roussoniana que parece inspirar a nuestro interlocutor
en TikTok, y contrastándola con la tradición agustiniana y otras perspectivas educativas.
A través de este análisis, espero arrojar luz sobre un tema que, aunque pueda
parecer trivial, tiene implicaciones profundas en la formación de las nuevas
generaciones.
EL ARGUMENTO PEDAGÓGICO: No obligar, sino educar en libertad
El interlocutor en
TikTok, basándose en principios pedagógicos, sostenía que no se debe
obligar a un niño a asistir a misa, ya que esto sería una imposición que viola
su autonomía y libertad. Esta postura se enmarca en una visión educativa que
prioriza el respeto al desarrollo individual del niño, evitando cualquier forma
de coerción o adoctrinamiento. A continuación, desglosamos los pilares de este
argumento:
Desde la pedagogía
moderna, especialmente influenciada por pensadores como Jean-Jacques Rousseau y
María Montessori, se enfatiza que el niño es un ser autónomo en desarrollo, con
derechos y capacidad para tomar decisiones acordes a su edad. Obligar a un niño
a asistir a misa, según esta perspectiva, sería ignorar su voluntad y coartar
su libertad, lo que podría generar resentimiento hacia la práctica religiosa e
incluso hacia la fe en general.
La idea central es que
el niño debe ser tratado como un individuo con voz propia, capaz de expresar
sus preferencias y tomar decisiones progresivamente más complejas a medida que
crece. Imponerle una práctica religiosa como la misa, sin considerar su deseo o
comprensión, sería una forma de autoritarismo que contradice los principios de
una educación respetuosa y centrada en el niño.
Desde esta perspectiva,
la educación en la fe no debe basarse en la obligación, sino en el diálogo, el
ejemplo y la motivación intrínseca. Los padres y educadores deben explicar al
niño el significado de la misa, su importancia en la vida espiritual y comunitaria,
y cómo esta práctica puede enriquecer su vida. Sin embargo, la decisión final
de participar debe ser del niño, una vez que haya comprendido y alorado la
experiencia por sí mismo.
Este enfoque se basa en
la idea de que la fe no puede ser impuesta, sino que debe ser descubierta y
abrazada libremente. Obligar a un niño a ir a misa, sin que entienda su
significado o sienta interés, podría convertir la práctica religiosa en un mero
ritual vacío, carente de sentido espiritual.
Otro argumento clave es
que la imposición puede generar efectos contrarios a los deseados. Un niño
obligado a asistir a misa podría desarrollar aversión hacia la Iglesia, la fe e
incluso hacia sus padres, al percibir que no se respeta su voluntad. En lugar
de fomentar una relación positiva con la religión, la obligación podría
alejarlo de ella, especialmente en una etapa de la vida donde la rebeldía y la
búsqueda de autonomía son naturales.
En lugar de obligar,
esta postura propone que los padres eduquen en la fe a través del ejemplo y la
coherencia. Si los padres viven su fe de manera auténtica y alegre, el niño
podrá observar los frutos de la práctica religiosa y sentirse motivado a participar
por iniciativa propia. La misa, en este sentido, no sería una carga impuesta,
sino una experiencia atractiva que el niño desea compartir con su familia.
LA ESCUELA DE OVIEDO
Para elaborar el
contraargumento a la postura roussoniana que defiende no obligar a un niño a
asistir a misa, es necesario profundizar en dos aspectos clave: primero, la
crítica al materialismo filosófico, especialmente desde la Escuela de Oviedo de
Gustavo Bueno, y segundo, la dialéctica entre la pedagogía moderna y la
tradición agustiniana en la educación de la fe. Estos elementos nos permitirán
entender por qué el argumento de no obligar es insuficiente y, en muchos casos,
contrario al bien superior del niño.
La Escuela de Oviedo,
fundada por Gustavo Bueno y basada en el materialismo filosófico,
rechaza las posturas pedagógicas que priorizan la autonomía absoluta del niño,
como la defendida por Rousseau. Según Bueno, el enfoque roussoniano parte de
una concepción reduccionista del ser humano, al ignorar que la educación no es
un proceso meramente individual, sino un fenómeno vinculado a estructuras
sociales, históricas y culturales.
- Rousseau propone
una educación "natural", donde el niño descubre el mundo
sin imposiciones externas, evitando el adoctrinamiento religioso o moral.
Sin embargo, esta visión es criticada por la Escuela de Oviedo como una
forma de "subjetivismo ilustrado", que reduce la
educación a un mero respeto a la libertad individual, sin considerar la
necesidad de transmitir contenidos objetivos y estructurados.
- Gustavo
Bueno argumenta que la educación debe entenderse como un cierre
categorial, es decir, como un sistema de conocimientos organizados que
se transmiten a través de instituciones y prácticas sociales, no como un
proceso espontáneo. Esto contradice la idea roussoniana de que el niño
debe ser "libre" para autodeterminarse sin guía
externa.
La Escuela de Oviedo comparte con el agustinismo la idea de que el ser humano no es un individuo autónomo desde su nacimiento, sino un sujeto en desarrollo que requiere orientación para alcanzar su plenitud.
- San Agustín sostiene que el niño es una persona en potencia, cuya alma necesita ser guiada hacia la verdad y el bien supremo (Dios) a través de la educación. Esto implica que los padres y educadores tienen la responsabilidad de transmitir valores y prácticas espirituales, como la asistencia a misa, incluso si el niño no las comprende plenamente.
- El
materialismo filosófico de la Escuela de Oviedo, aunque secular, coincide
en que la educación debe ser instrucción (transmisión de
doctrinas) y no solo "sacar a la luz" capacidades
innatas. Sánchez Tortosa, vinculado a esta escuela, defiende que educar
implica "impartir contenido", no solo facilitar
experiencias.
- Ambos
enfoques rechazan la idea de que el niño posee un "yo metafísico
predefinido". Para el agustinismo, el alma requiere iluminación
divina; para la Escuela de Oviedo, el sujeto se forma a través de su
interacción con sistemas culturales y científicos.
Tanto la Escuela de
Oviedo como el agustinismo insisten en que la educación debe basarse en verdades
objetivas, no en preferencias individuales.
- Rousseau
prioriza los "sentimientos" y la "naturaleza
buena" del niño, lo que lleva a una educación centrada en la
autonomía y la experiencia subjetiva. Sin embargo, esta postura es
cuestionada por:
- Obligar
a un niño a asistir a misa, por ejemplo, no se considera una imposición
arbitraria, sino un acto de responsabilidad para guiarlo hacia un bien
superior (en el caso agustiniano, la salvación; en el materialismo
filosófico, la integración en una tradición cultural).
La Escuela de Oviedo,
desde su materialismo filosófico, y el agustinismo, desde su tradición
teológica, coinciden en rechazar el individualismo pedagógico de Rousseau.
Ambos enfatizan que la educación debe ser un proceso de transmisión de
contenidos objetivos (doctrinas, valores, conocimientos científicos) y
no un mero respeto a la autonomía del niño. Mientras Rousseau ve al niño como
un ser "puro" que debe ser protegido de la sociedad, estas corrientes
entienden que la sociedad y sus instituciones son fundamentales para moldear al
sujeto en su camino hacia la plenitud.
CONTRAARGUMENTOS
1ro. Fundamentos para
que un padre apueste por la obediencia como virtud en la educación de sus hijos
La obediencia, entendida
como virtud moral que se ejercita y perfecciona como un hábito bueno, no es una
imposición arbitraria, sino un camino de crecimiento integral para los hijos. A
continuación, se desarrolla este pensamiento con base en la tradición católica,
la filosofía clásica y la pedagogía, integrando las fuentes proporcionadas:
La obediencia como
respuesta al orden natural y divino
La obediencia no es
sumisión pasiva, sino un acto de reconocimiento de la autoridad
legítima, establecida por Dios para guiar al ser humano hacia su plenitud.
Santo Tomás de Aquino afirma que la obediencia es una virtud moral que se
fundamenta en el orden natural: así como los seres inferiores se someten a los
superiores en la naturaleza, los hijos deben obedecer a los padres, quienes
actúan como representantes de la autoridad divina en su formación.
- Bases
bíblicas: Efesios 6,1-5 establece que la obediencia a los padres es
"justa" y está vinculada a la promesa de bienestar y
larga vida, no como un castigo, sino como un principio de armonía en el
plan de Dios 13.
- Analogía
con el entrenamiento atlético: Así como un deportista repite
movimientos para perfeccionar su técnica, el niño practica la obediencia
para desarrollar hábitos que lo preparen para ejercer su libertad con
responsabilidad. La repetición de actos obedientes fortalece la voluntad y
la capacidad de discernir el bien.
La obediencia como
escuela de libertad y amor
La obediencia no anula
la libertad, sino que la orienta hacia su fin último. Según la Iglesia,
la verdadera libertad consiste en elegir el bien, no en seguir impulsos
egoístas. Los padres, al exigir obediencia, enseñan a sus hijos a trascender el
capricho momentáneo y a alinear su voluntad con valores objetivos.
- Ejemplo
de Cristo: Jesús, al obedecer al Padre hasta la muerte, mostró que la
obediencia es un acto de amor y entrega, no de opresión. Los padres imitan
este modelo cuando guían a sus hijos con amor, explicando el "porqué"
de las normas y fomentando una adhesión consciente.
- Educación
en la virtud: La obediencia se perfecciona cuando se internaliza como
un acto reflexivo. En la pubertad, los motivos para obedecer deben
coincidir con los valores que los jóvenes empiezan a comprender, pasando
de la autoridad externa a la convicción interna.
La obediencia como
protección y camino hacia la madurez
Los niños, al carecer de
madurez racional plena, necesitan límites claros para evitar daños físicos,
emocionales o espirituales. La obediencia actúa como un escudo que
los protege de decisiones prematuras y los prepara para asumir
responsabilidades progresivas.
- Doctrina
de Santo Tomás: La obediencia evita el "exceso"
(rebelión) y el "defecto" (sumisión ciega), situándose en
un justo medio virtuoso. Los padres deben equilibrar la firmeza con la
flexibilidad, evitando órdenes que contradigan la moral o la justicia.
- Psicología
práctica: Establecer horarios, normas coherentes y explicar las
consecuencias de las acciones ayuda a los niños a internalizar la
obediencia como un hábito operativo bueno, no como un mero cumplimiento
externo.
La obediencia como
antídoto contra el individualismo moderno
En una cultura que
idolatra la autonomía absoluta y desconfía de las autoridades, la obediencia se
presenta como un acto contracultural que restaura el sentido
de comunidad y trascendencia.
- Crítica
al materialismo filosófico: La Escuela de Oviedo (Gustavo Bueno)
rechaza la visión roussoniana de la educación, pues reduce al niño a un
individuo autónomo, ignorando que su formación depende de estructuras
sociales y valores transmitidos. La obediencia, en este marco, es un deber
que integra al niño en un sistema de saberes y tradiciones.
- Testimonio
de coherencia: Los padres que viven la obediencia a Dios (cumpliendo
mandamientos, participando en misa) se convierten en modelos creíbles. La
coherencia entre el decir y el hacer convierte la obediencia en un acto de
amor imitable, no en una imposición vacía.
La obediencia como
camino de santidad y comunión con Dios
Para la fe católica, la
obediencia no es solo un deber terrenal, sino un medio de unión con la
voluntad divina. Los padres, al enseñar a obedecer, preparan a sus hijos
para discernir y seguir la voz de Dios en su vida adulta.
- Teología
de la obediencia: Se vincula la obediencia filial con la obediencia a
Cristo, recordando que "por la obediencia de uno solo todos serán
justificados" (Romanos 5,19). Educar en la obediencia es, por
tanto, participar en la obra redentora.
- Espiritualidad
práctica: Rezar en familia, asistir a misa y practicar obras de
caridad son formas de ejercitar la obediencia como respuesta al amor de
Dios. Estos actos, repetidos con intencionalidad, forjan un carácter capaz
de elegir el bien incluso en ausencia de los padres.
2do. La libertad
según la Iglesia Católica y su relación con la educación en la fe
La Iglesia Católica
entiende la libertad no como una mera capacidad de elección arbitraria, sino
como un don orientado hacia el bien objetivo, que permite al ser
humano alcanzar su plenitud espiritual y moral. Este concepto de libertad,
radicalmente distinto del individualismo moderno, fundamenta por qué los padres
no solo pueden, sino que deben guiar —incluso "obligar"— a sus hijos
en prácticas como asistir a misa, siempre que sea un acto de amor y
responsabilidad. A continuación, se desarrolla este contraargumento en tres
ejes:
La libertad como
camino hacia la verdad y el bien
Para la Iglesia, la
libertad no es la ausencia de restricciones, sino la capacidad de elegir
lo que conduce a la salvación y la virtud. Esto se enmarca en una visión
teleológica: la libertad humana está ordenada a un fin último, que es la unión
con Dios.
- Catecismo
de la Iglesia Católica (CIC 1731): "La libertad es el poder de
obrar o no obrar, de hacer esto o aquello… para alcanzar la perfección
propia de un ser espiritual".
Esto implica que la
libertad auténtica no es neutral, sino que se ejerce en consonancia con la
verdad revelada y la ley natural.
- Veritatis
Splendor (Juan Pablo II, 1993): "La libertad humana no es solo
la elección de un acto concreto, sino la orientación de la propia
existencia hacia el Bien Supremo".
Obligar a un niño a
asistir a misa no es coartar su libertad, sino educar su voluntad para
que, al madurar, pueda elegir libremente el bien que ya ha experimentado.
La obediencia como
ejercicio de libertad responsable
La Iglesia enseña que la
obediencia a las autoridades legítimas —como los padres— es una virtud
que perfecciona la libertad, no la anula. Esto se fundamenta en:
- La
analogía entre la obediencia humana y la obediencia de Cristo: Jesucristo,
siendo libre, se sometió al Padre hasta la muerte (Filipenses 2,8). Del
mismo modo, los hijos están llamados a obedecer a sus padres como un acto
de amor y confianza, no de sumisión ciega.
- La
pedagogía divina: En el Antiguo Testamento, Dios impuso mandamientos a
Israel no para oprimirlo, sino para enseñarle a vivir en libertad
(Deuteronomio 30,19-20). Los padres, al exigir obediencia, imitan este
modelo: guían al niño hacia hábitos que lo liberarán de la esclavitud del
pecado y el capricho.
La libertad frente
al individualismo moderno
El argumento de no
obligar al niño a ir a misa suele basarse en una visión secularizada de la
libertad, reducida a autonomía sin límites. La Iglesia rechaza esta
postura por:
- Negar
la naturaleza social del hombre: El ser humano no se realiza en el
aislamiento, sino en comunidad. La misa, como acto comunitario, forma al
niño en la conciencia de pertenecer al Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12,27).
- Ignorar
la fragilidad humana: El niño, debido al pecado original, tiene una
voluntad debilitada y una razón oscurecida (CIC 405). Por ello, necesita
ser guiado hacia la luz de la fe, igual que un ciego necesita un lazarillo
para evitar caer en un precipicio.
- Ejemplo
de los santos: Santa Mónica lloró y oró durante años por la conversión
de su hijo Agustín, quien, aunque rechazó la fe en su juventud, finalmente
abrazó la libertad verdadera al someterse a Dios. Esto muestra que la
insistencia de los padres no es opresión, sino perseverancia en el
amor.
CONCLUSIONES
La obediencia, como
virtud, no busca anular la voluntad del niño, sino elevarla hacia su
perfección. Al igual que un atleta entrena su cuerpo para alcanzar la
excelencia, el hijo ejercita la obediencia para dominar sus impulsos, cultivar
la libertad responsable y alinearse con el bien objetivo. Los padres, al apelar
a esta virtud, no imponen, sino que guían hacia la plenitud humana y
espiritual, cumpliendo su misión de primeros educadores en el plan de Dios.
Para la Iglesia, la
libertad no es un derecho a elegir cualquier cosa, sino un don
para elegir lo correcto. Obligar a un niño a asistir a misa no
viola su libertad, sino que la educa, preparándolo para ejercerla con
responsabilidad cuando alcance la madurez. Como enseñó San Agustín: "Ama
y haz lo que quieras" (In epistulam Ioannis ad Parthos,
7,8). Es decir, si el amor a Dios y al prójimo orienta la voluntad, las
acciones serán libres y santas. Los padres, al guiar a sus hijos en la fe, no
los someten, sino que los inician en el arte de vivir en libertad.
El argumento de que
"obligar a un hijo a ir a misa coacciona su libertad y lo traumatiza"
parte de una premisa reduccionista y subjetiva, que generaliza experiencias
personales como si fueran universales. La realidad es que no todas las situaciones
son iguales: mientras algunos pueden recordar la asistencia a misa como una
imposición vacía, otros la viven como un acto de amor que los arraigó en la fe.
La clave está en cómo se ejerce esa autoridad: no como un
despliegue de poder arbitrario, sino como una guía hacia el bien objetivo,
fundamentada en el amor y la responsabilidad.
La obligación de
los padres ante la Ley Divina
La Iglesia enseña que
los padres tienen el deber grave de educar a sus hijos en la fe (CIC
2221-2226). Esto incluye enseñarles a santificar las fiestas, como lo establece
el tercer mandamiento (Éxodo 20;8). Si un niño menor de 14 años —edad en la
que, según el Código de Derecho Canónico (Can. 97), no se le considera
plenamente responsable de sus actos— se niega a ir a misa, los padres no
solo pueden, sino que deben ejercer su autoridad para cumplir con este
mandato.
- La
misa no es una opción, sino un deber: El sacrificio eucarístico es el
culmen de la vida cristiana, donde Cristo se ofrece por nuestra salvación.
Permitir que un niño omita la misa por capricho sería negarle el acceso a
este bien espiritual supremo y, además, constituiría una desobediencia a
la Ley Divina por parte de los padres.
- El
pecado de omisión: Si los padres, por condescender con la voluntad
inmadura del niño, dejan de llevarlo a misa, incurren en una falta grave.
Como afirma San Pablo: "El que sabe hacer el bien y no lo
hace, comete pecado" (Santiago 4,17).
La libertad no es
autonomía absoluta, sino orientación al bien
La Iglesia entiende la
libertad no como un derecho a elegir cualquier cosa, sino como la capacidad
de elegir lo que nos acerca a Dios. Un niño menor de 14 años, cuya
voluntad está marcada por la inmadurez y la concupiscencia (tendencia al
pecado), no puede discernir plenamente el bien espiritual. Por eso, los padres
deben actuar como "custodios" de su libertad, guiándolo hasta que
alcance la madurez para ejercerla responsablemente.
- Ejemplo
de Cristo: Jesús no negoció con la voluntad humana cuando dijo: "Dejen
que los niños vengan a mí" (Mateo 19,14). Los padres, al
llevar a sus hijos a misa —incluso si protestan—, imitan este gesto de
amor, poniendo el bien eterno del niño por encima de sus deseos
momentáneos.
- La
costumbre como formación del carácter: Asistir a misa desde la
infancia no es un "rito vacío", sino un hábito que forja el
alma. Como explica Aristóteles, las virtudes se adquieren repitiendo actos
buenos. La misa dominical, practicada con coherencia, educa al niño en la
gratitud, la adoración y el sentido de comunidad.
Distinción entre
menores y mayores de 14 años
El Código de Derecho
Canónico (Can. 97) establece que, a partir de los 14 años, el fiel adquiere
mayor responsabilidad sobre sus actos. Sin embargo, esto no exime a los padres
de seguir orientando a sus hijos, aunque ya no puedan "obligarlos" del
mismo modo.
- Menores
de 14 años: Los padres tienen la obligación de exigir la asistencia a
misa, explicando su significado y dando testimonio de vida. La autoridad
aquí es un acto de caridad, no de opresión.
- Mayores
de 14 años: Si el hijo, habiendo sido formado en la fe, decide
apostatar o rechazar la misa, el pecado recae sobre él (CIC 2092). Los
padres deben seguir invitándolo con amor, pero sin forzarlo, confiando en
que la semilla plantada dará fruto en el momento oportuno (cf. 1 Corintios
3,6).
¿Y el trauma? Una
crítica a la generalización
Afirmar que
"obligar a ir a misa traumatiza" es proyectar experiencias subjetivas
en realidades diversas. El trauma no surge de la práctica religiosa en sí, sino
de cómo se vive:
- Si
los padres asisten a misa con resentimiento, transmitirán esa actitud al
niño.
- Si,
por el contrario, la misa se vive con alegría, coherencia y explicación
del sentido profundo de los ritos, el niño aprenderá a amarla, incluso si
al inicio hay resistencia.
La verdadera injusticia no es "obligar", sino fallar en transmitir el amor a Cristo Eucaristía.
Amor y firmeza, no
condescendencia
Los padres católicos están llamados a imitar a Abraham, quien no dudó en ofrecer a Isaac porque confiaba en que Dios proveería (Génesis 22). Del mismo modo, al "ofrecer" a sus hijos en la misa dominical —aun frente a su resistencia—, los padres los entregan al Dios que los ama infinitamente. La obediencia no es tiranía, sino un acto de fe: creer que, al guiar al niño hacia la Eucaristía, lo están guiando hacia su plenitud. Como escribió San Juan Bosco: "Educar es cosa del corazón" y solo se llega a él mediante la constancia en el amor.
La misa no es una opción, sino el corazón de la vida cristiana. Quienes abandonan esta práctica, tarde o temprano, abandonan la fe. Por eso, más que ceder al capricho infantil, los padres deben amar con fortaleza, sabiendo que su deber es cooperar con la gracia para la salvación de sus hijos.