Del voto roto al cetro hispánico: Poema crítico contra la partidocracia y llamado a la restauración de los fueros
Opinión
"Versos contra la demagogia, el caudillismo y el mito democrático"
La democracia es un mercado de espejos rotos
donde los caudillos venden reflejos de pueblo.
"¡Votad!", gritan, mientras sus manos
tejen leyes como telarañas para cazar privilegios.
En la Asamblea no hay sabios, hay contadores:
suman votos, restan derechos, multiplican mentiras.
Aristóteles murmura desde su nicho de mármol:
"¿Dónde está la virtud que daba peso al número?"
El gobernante debe ser un sabio, no un cálculo numérico,
la justicia no se mide en votos, sino en la bondad del alma,
y la política no es un teatro de intereses egoístas,
sino un ejercicio de la virtud hacia el bien común.
Santo Tomás responde con un suspiro de tinta:
"Cuando el poder olvida el bien común,
la política se convierte en un juego de tahúres,
y la ley, que debiera ser guía moral,
se transforma en un mero instrumento de opresión."
Al maestro le dieron un lápiz sin grafito,
al gendarme, un arma cargada de deudas,
al sanitario, una jeringa vacía de esperanza,
al soldado, una bandera manchada de pactos.
Mientras, en palacios de cristal y acero,
los politiquillos reparten el país en tajadas:
un pedazo para el banquero, otro para el lobista,
y al pueblo, migajas envueltas en himnos.
¿Dónde quedó el honor de servir?
Lo ahogaron en pozos de ambición,
lo vendieron en contratos sin luz,
cuando la política debe ser el arte de la justicia,
el arte de servir a los más vulnerables,
y no a los opulentos que corrompen el alma de la nación.
Nos dijeron que la urna nos haría soberanos,
pero solo somos siervos de una nueva casta.
"Mayoría", repiten, mientras firman decretos
que encadenan ríos, montañas, escuelas y hospitales
a los intereses de los mismos de siempre.
La Constitución ya no es escudo, es un arma
que esgrimen los déspotas de corbata
para justificar su saqueo con tinta legal.
¿Libres?
Libres como el cóndor enjaulado en el escudo,
como el Guayas entubado en tuberías de mentira.
Propongo un rey que no sea dueño, sino juez,
no caudillo, sino símbolo de unidad eterna.
Un monarca que jure sobre la Cruz y los fueros:
respetar al maestro, al gendarme, al soldado,
al médico que lucha en hospitales sin muros.
Que su cetro no sea espada, sino balanza,
y su trono, no de oro, sino de raíces andinas.
La Federación Hispánica no es sueño muerto:
fue Quito, Guayaquil, Cuenca y sus reinos,
unidos no por cadenas, sino por el bien claro.
No hubo "tiranía" en el Rey que juró proteger,
sino en los que hoy venden patria a precio de dólar.
La leyenda negra fue sombra de envidia:
mientras aquí levantamos universidades y altares,
otros escribían calumnias con tinta de rencor.
El monarca no es verdugo, es primer servidor,
vigía que impide que los oligarcas y vividores
conviertan la Asamblea en su burdel personal.
Su poder no nace del voto, nace del tiempo,
de la tierra que grita: "¡Basta de farsantes!".
En sintonía con estos que son el final:
Que vuelva el Rey, no como sombra, sino como cetro,
como Isabel y Fernando, que alzaron España
no para servir a banqueros de seda,
sino para hundir la espada en la gula de los oligarcas
y tender la capa real sobre el huérfano, la viuda,
y el labriego que ara la tierra con manos de Evangelio.
Que su trono no sea lujo, sino escudo:
contra el latifundista que envenena el Yasuní,
contra el mercader que vende hospitales al extranjero,
contra el juez que cambia sentencias por monedas de Judas.
Que gobierne, sí, pero como antaño:
forjando leyes en el yunque de la justicia,
no en el burdel de los pactos partidistas.
Que su corona no brille por oro,
sino por el sudor del panadero,
por la sangre del soldado en la frontera,
por la tiza del maestro en el aula cual lumbrera.
¡Que el monarca sea látigo contra los usureros!
¡Que su firma sea sello en las Leyes de Indias renovadas,
donde el trabajador cristiano
—indígena, mestizo, montubio, negro y mulato—
vea su sudor convertido en obras para el bien de todos, no en limosnas!
Bajo su manto, ni logias masónicas ni ONGs traidoras
tejerán su red de mentiras;
el Rey jurará ante Cristo, Los Evangelios y la Cruz,
que su poder no es suyo, sino préstamo del cielo,
y devolverá cada año, en audiencia pública,
cuentas claras al pueblo que le dio el mandato.
Galo Guillermo Farfán Cano,
Médico. Guayaquil, Ecuador.
La tiranía no llega siempre con tanques, a veces lo hace con banderas rojas y discursos sobre el "pueblo".