La Fe Católica y el Razonamiento

 Análisis

Más Allá del Sentimentalismo.

Para entender qué significa la fe para un católico, primero debemos definir qué es la fe y qué es creer. La fe, según la enseñanza de la Iglesia, es la respuesta del hombre al don de Dios. Es un acto de adhesión libre y consciente a la verdad que Dios ha revelado. Es mucho más que un simple sentimiento o una creencia ciega. La fe es razonable y está enraizada en la realidad de una verdad objetiva que Dios, en su infinita sabiduría, ha querido manifestar a la humanidad.

Creer, por tanto, no es aceptar algo sin fundamento, sino confiar en Dios, quien no puede ni engañarse ni engañarnos. Para un católico, la fe no está separada de la razón. De hecho, ambas trabajan juntas: la razón nos lleva a reconocer la existencia de Dios y la fe nos permite aceptar lo que trasciende nuestra comprensión humana. Por eso, predicar o razonar desde la fe implica reconocer que esta no es irracional, sino un medio para llegar a la verdad plena.

¿Qué es la revelación?

La revelación es el acto mediante el cual Dios se da a conocer a los hombres. Esta revelación se ha dado de manera progresiva a lo largo de la historia, desde los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento hasta llegar a su plenitud en Jesucristo, quien es la Revelación definitiva de Dios. Como enseña la Iglesia, esta revelación concluyó con la muerte del último apóstol, cerrando así el depósito de la fe.

La revelación incluye tanto la Escritura como la Tradición Apostólica, que son inseparables. Es importante aclarar que la Iglesia Católica no fundamenta su fe únicamente en la Escritura, como hacen algunas corrientes heréticas. En cambio, la Escritura refuerza lo que ya está contenido en la Tradición Apostólica, la cual incluye la Misa, el canon bíblico, los Sacramentos y la vida litúrgica de la Iglesia. Estas instituciones no son invenciones humanas, sino que han sido establecidas por Cristo y transmitidas fielmente por los apóstoles y sus sucesores.

La fe católica frente al sentimentalismo.

Una de las amenazas actuales en la Iglesia es el sentimentalismo, una postura que reduce la fe a emociones o experiencias personales. Este enfoque sentimental no es lo que la Iglesia ha propuesto desde sus inicios. La fe católica nunca ha sido una cuestión de sentir, sino de creer y vivir según la verdad revelada.

El sentimentalismo puede ser peligroso porque desvía la atención de lo esencial: la verdad objetiva de Dios y su plan de salvación. Cuando el sentimiento ocupa el lugar de la fe, la religión se convierte en algo subjetivo, moldeado por las emociones del momento. Esto abre la puerta a divisiones y errores, como ocurrió con Martín Lutero, quien basó su ruptura con la Iglesia en una interpretación personal y emocional de la Escritura.

El catolicismo, en cambio, se fundamenta en la Tradición Apostólica y en la autoridad de la Iglesia, que es garante de la verdad revelada. Esto significa que el católico no defiende su fe únicamente desde la Escritura, sino que encuentra en ella un testimonio que refuerza la creencia en la Misa, los Sacramentos y toda la vida de la Iglesia.

La Tradición Apostólica: el corazón de la fe católica.

La Misa, los Sacramentos y el canon bíblico forman parte de lo que conocemos como la Tradición Apostólica. Esta tradición es el conjunto de enseñanzas, prácticas y verdades que los apóstoles recibieron directamente de Cristo, quien las estableció de forma oral y práctica durante su vida terrenal. Estas enseñanzas fueron transmitidas fielmente por los apóstoles a la Iglesia primitiva y constituyen el corazón de la fe católica. Su valor no depende de los sentimientos ni de las emociones humanas, sino de su origen divino.

La Tradición: Instituida por Cristo y Transmitida por los Apóstoles.


Es importante entender que la Tradición Apostólica tiene un carácter primario. Cristo no dejó por escrito un manual de fe, sino que confió su mensaje a los apóstoles mediante su palabra, actos y mandato explícito de "ir y hacer discípulos a todas las naciones" (cf. Mt 28,19-20). La Tradición oral fue el primer medio de transmisión de la fe, como confirma San Pablo:

"Así que, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que os hemos enseñado de viva voz o por carta" (2 Tes 2,15).

La Escritura surge como una tradición secundaria dentro de la gran Tradición Apostólica. Fue escrita como respuesta a necesidades específicas de la Iglesia primitiva, incluyendo la lucha contra herejías como la de los nicolaítas y los movimientos gnósticos. Los gnósticos, en particular, buscaban fusionar elementos de la enseñanza cristiana con filosofías paganas o gentiles, lo que distorsionaba la verdadera fe.

Gentiles, Paganos y el Contexto de la Herejía.

El término "gentil" originalmente designaba a las personas de las naciones no judías (gentes en latín), es decir, aquellos que no formaban parte del pueblo de Israel ni compartían su fe en el Dios único. Sin embargo, con el tiempo, debido a la diversidad de creencias religiosas entre los gentiles, el término evolucionó y se asoció con lo "pagano", refiriéndose a aquellos que seguían religiones politeístas o prácticas alejadas del monoteísmo judeocristiano.

Los movimientos gnósticos surgieron cuando ciertos gentiles que abrazaban superficialmente el cristianismo intentaron combinarlo con ideas filosóficas de su mundo, como el platonismo o el misticismo oriental. Estas corrientes desviaban el mensaje cristiano, negando la humanidad plena de Cristo, su sacrificio en la cruz o incluso la necesidad de los sacramentos. En respuesta, los apóstoles y sus sucesores comenzaron a sistematizar la enseñanza escrita, consolidando el canon bíblico como una herramienta para proteger la fe de tales distorsiones.

La Misa y los Sacramentos: Corazón de la Tradición.

La Misa, instituida por Cristo en la Última Cena, no es una mera conmemoración simbólica, sino la actualización real y perpetua de su sacrificio en el Calvario. Esto está fundamentado en las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19). En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace presente de manera mística y real, un misterio que la Iglesia ha protegido a lo largo de los siglos contra las corrientes que intentan reducirlo a un mero acto simbólico.

De manera similar, los Sacramentos no son simples ritos externos, sino signos eficaces de la gracia, establecidos por Cristo y confiados a la Iglesia. Cada sacramento es una acción visible que confiere una gracia invisible, una realidad profundamente arraigada en la Tradición Apostólica y que trasciende las meras apariencias.

La Escritura y la Tradición: Una Relación Indisoluble.

La Escritura, aunque fundamental, no puede interpretarse de manera aislada. No se escribió para reemplazar la Tradición, sino como un complemento para reforzarla. Sin la Tradición Apostólica, la Escritura carece de un marco adecuado para su interpretación, lo que explica las múltiples divisiones que han surgido entre aquellos que la abordan desde una perspectiva personal o aislada.

La Iglesia Católica enseña que ambas, Escritura y Tradición, provienen de la misma fuente divina y son igualmente necesarias para conocer y vivir la fe. La Misa, los Sacramentos y toda la vida de la Iglesia tienen su fundamento en esta Tradición, que, a diferencia del sentimentalismo o de las invenciones humanas, permanece firme en su origen divino y en su transmisión fiel a través de los siglos.

Crítica al sentimentalismo en la Iglesia.

El sentimentalismo que ha invadido ciertos sectores de la Iglesia es contrario a esta visión integral de la fe. Este enfoque sentimental tiende a minimizar la importancia de la doctrina, la liturgia y la tradición en favor de una experiencia religiosa más "accesible" o "emocional". Sin embargo, esta no es la fe que la Iglesia ha enseñado desde los apóstoles.


La fe católica es un acto de la voluntad iluminado por la razón, sostenido por la gracia de Dios y fundamentado en la verdad revelada. No depende de cómo nos sintamos, sino de lo que Dios ha hecho y continúa haciendo por nosotros. En este sentido, es legítimo criticar cualquier forma de sentimentalismo que desvirtúe esta verdad o que intente reemplazarla por emociones pasajeras.

Conclusión.

El católico vive su fe no como un cúmulo de emociones, sino como una adhesión racional, libre y amorosa a la verdad de Dios. Esta fe está anclada en la Tradición Apostólica, que incluye la Misa, los Sacramentos y la Escritura, todos ellos instituidos por Cristo. Frente al sentimentalismo que amenaza con diluir la fe, los católicos debemos recordar que nuestra misión es proclamar la verdad en su totalidad, con razón y fe unidas, siempre firmes en la esperanza de la salvación.

Galo Guillermo Farfán Cano
Laico de la Santa Romana Iglesia

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