Globalismo Sanitario

 Opinión 

Estimado Dr. Herdocia Pazos,

Permítame felicitarle por su artículo, que evidencia su intención de promover una reflexión crítica sobre el papel de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en las políticas sanitarias globales. Su artículo invita a reflexionar profundamente sobre el papel de la OMS en el contexto de las políticas sanitarias globales. Sin embargo, considero que su análisis no aborda el problema esencial que enfrenta la humanidad: la instrumentalización de las instituciones internacionales, como la OMS, por parte de las élites globales. Desde la perspectiva del materialismo filosófico, desarrollado por el filósofo Gustavo Bueno, resulta crucial analizar las estructuras subyacentes que moldean las dinámicas de poder dentro de estas instituciones.

La OMS, en su configuración actual, ha dejado de ser un organismo que actúa en función de un verdadero interés universal por la salud humana. Lejos de ser neutral, se ha convertido en un instrumento del poder político y económico global, un fenómeno que Gustavo Bueno describiría como la "dialéctica de clases y Estados". Es decir, no es posible analizar a la OMS sin considerar los intereses ideológicos, geopolíticos y económicos que operan sobre ella y, a través de ella, sobre las naciones soberanas. Este análisis no puede limitarse a la visión liberal-individualista que subyace a conceptos como el "bien común" o "salud universal", los cuales en la praxis actual son vaciados de contenido y utilizados como herramientas de legitimación.

La retórica de la "salud global" que promueve la OMS debe ser examinada desde una perspectiva materialista crítica. Bajo esta mirada, observamos que no estamos ante un organismo que actúe según un criterio verdaderamente sanitario o ético, sino ante una estructura subordinada al globalismo ideológico. Este globalismo, disfrazado de preocupación por el bienestar universal, busca homogenizar a las naciones, destruyendo sus identidades culturales, religiosas y políticas, en favor de un sistema de control económico y biopolítico global. La Agenda 2030, impulsada desde las Naciones Unidas, es un claro ejemplo de esta tendencia: pretende imponer estándares universales sin considerar las particularidades culturales y espirituales de las sociedades.

La distorsión del concepto de bien común

El concepto de bien común ha sido vaciado de contenido ético y trascendente, transformándose en una noción instrumentalizada por poderes globalistas que subordinan los derechos humanos y la dignidad a intereses económicos y geopolíticos. Esta distorsión se evidencia en cómo la OMS, en lugar de ser un garante de la salud universal, ha priorizado agendas de control poblacional, vacunación masiva y políticas que obedecen a intereses privados y corporativos, alineados con las élites financieras globales.Desde la perspectiva del materialismo filosófico, esta subordinación refleja una dialéctica de Estados e imperios, donde las naciones débiles o periféricas quedan reducidas a meros satélites de los poderes hegemónicos.

En este contexto, las políticas sanitarias no son neutrales. Han sido configuradas como un medio para imponer un nuevo orden mundial (lo que algunos denominan "agenda globalista"), donde los valores tradicionales, culturales y religiosos son vistos como obstáculos para la uniformidad que buscan los grandes poderes económicos. Este proceso se inserta en la lógica del materialismo histórico, donde las estructuras económicas determinan la superestructura ideológica, incluyendo las políticas de salud y las decisiones de organismos como la OMS.

El globalismo como ideología totalizante

El globalismo, entendido no solo como un proceso económico, sino como una ideología que pretende homogeneizar a las naciones bajo principios supuestamente universales, se presenta como una amenaza a las identidades nacionales y religiosas. Aquí es fundamental recuperar los principios de la teología política, especialmente desde una perspectiva cristiana, que reconoce la dignidad del ser humano como un fin en sí mismo, creado a imagen y semejanza de Dios.

La imposición de la Agenda 2030 y las políticas de organismos internacionales como la OMS representan una forma de neocolonialismo cultural. En el caso de Ecuador, cuya identidad está profundamente arraigada en la tradición católica y en los valores hispánicos, estas políticas globalistas constituyen una agresión directa a nuestra soberanía cultural. La dialéctica entre lo global y lo local muestra aquí una contradicción insalvable: mientras las naciones buscan preservar su libertad y autodeterminación, los organismos internacionales operan como instancias depredadoras que buscan uniformar el mundo bajo un modelo tecnocrático y economicista.

La OMS como herramienta de control

Desde el materialismo filosófico, podemos analizar a la OMS como un mito político que ha sido instrumentalizado para legitimar un poder transnacional bajo la fachada de la salud pública. Este mito se sustenta en lo que Gustavo Bueno denomina la retórica del "humanitarismo", que sirve para ocultar los verdaderos intereses que operan detrás de sus políticas. Un ejemplo claro de esto es la relación de la OMS con las grandes farmacéuticas, que, bajo la excusa de salvar vidas, han promovido campañas de vacunación y tratamientos que benefician exclusivamente a sus intereses corporativos, sin considerar las necesidades reales de las naciones pobres o en desarrollo.

La decisión de Donald Trump de retirar a los Estados Unidos de la OMS no puede ser vista como un acto de mera rebeldía, sino como un intento de romper con esta estructura de poder hegemónico. Trump entendió que la OMS no actúa como un organismo imparcial, sino como un brazo ejecutor de una agenda que pone en riesgo los valores fundamentales de la libertad, la soberanía y la dignidad de los pueblos.

Fundamentos filosóficos y teológicos de la resistencia

Frente a esta realidad, es crucial recuperar los principios de la ley natural y la teología moral, que reconocen la supremacía del bien común auténtico, basado en la justicia, la verdad y la defensa de la dignidad humana. La imposición de políticas globalistas que desconocen la diversidad cultural y religiosa de las naciones no solo es un acto de soberbia política, sino también una violación de los principios éticos que deberían regir el orden internacional.

Si retomamos los ideales de la Revolución Francesa —libertad, igualdad y fraternidad—, podemos ver cómo estos principios han sido tergiversados por el globalismo contemporáneo. La libertad, entendida como autodeterminación, ha sido sustituida por una libertad falsa, que en realidad es dependencia de las naciones frente a organismos internacionales. La igualdad ha sido reducida a un igualitarismo abstracto que ignora las diferencias culturales y religiosas. Y la fraternidad, que debería unir a los pueblos en un respeto mutuo, ha sido reemplazada por una uniformidad impuesta.

Conclusión 

Es hora de alzar la mirada y desandar los caminos de una fe ciega en los organismos que, con estandartes de "bien común", han olvidado que la salud no puede ser tirana, ni la ciencia esclava de intereses ajenos. La Organización Mundial de la Salud, que nació para ser faro y guía, parece haberse convertido en un coloso que, con voz autoritaria, dicta mandatos que desdibujan las soberanías y olvidan las particularidades de los pueblos. ¿Qué ocurre cuando el rigor científico cede ante el peso de los intereses políticos y económicos? ¿Cuando el manto de la universalidad encubre un proyecto de homogenización global que borra identidades y raíces?

El caso que plantea el Dr. Herdocia nos llama a repensar no solo a la OMS, sino a todas las estructuras internacionales que, como titanes, pretenden imponer su voluntad bajo la fachada de lo "universal". ¿Es legítimo que una institución, por muy global que sea, actúe como juez y verdugo, decidiendo desde la distancia lo que cada nación debe asumir, sin atender a su esencia ni a su voz? Ecuador, al igual que otras naciones del mundo, enfrenta un dilema: preservar su identidad, su soberanía y su derecho a decidir, o someterse a los dictados de quienes, en nombre de la salud global, olvidan que el arte médico se funda en la ciencia, pero también en la humanidad.

Hoy, más que nunca, necesitamos un balance crítico que distinga lo noble de lo corrupto, lo útil de lo abusivo, lo universal de lo uniformador. Si la OMS desea sobrevivir a los desafíos que enfrenta, debe redescubrir su vocación original: ser un puente entre las naciones, no una muralla que imponga agendas ajenas. La salud no puede ser el caballo de Troya del autoritarismo, ni la medicina la excusa para el control. 

Que estas palabras sirvan como una invitación a la reflexión, un llamado a no claudicar frente a los gigantes de hoy. No podemos renunciar a nuestra identidad en nombre de una supuesta modernidad, ni permitir que los valores universales sean distorsionados por el prisma de intereses económicos o ideológicos. Solo en la resistencia crítica, en la firmeza de nuestras raíces y en la búsqueda de un verdadero equilibrio entre cooperación y soberanía, hallaremos la respuesta que garantice el bienestar de nuestras naciones sin sacrificar su esencia.

Galo Guillermo Farfán Cano. MD.

Populares