De Ordine Restituendo: Modernitatis et Ecclesiae Conflatus
Sobre la Restauración del Orden: El Conflicto entre la Modernidad y la Iglesia
Un ensayo teológico-filosófico sobre la restauración del orden cristiano frente a los desafíos de la modernidad
Introducción
La modernidad, como proceso histórico, cultural y filosófico, ha fomentado ideologías y prácticas que distorsionan el orden natural y moral enraizado en los principios cristianos. Entre estas se encuentran la normalización de la sodomía, la exacerbación de los pecados de la carne y la difusión de la llamada “teoría de género”. Estos fenómenos representan una profunda ruptura con la cosmovisión católica. Esta ruptura no es accidental, sino que surge de un rechazo sistemático de los principios metafísicos y teológicos que sustentan la sociedad cristiana.
Este ensayo aborda tres puntos clave: (1) la diferencia entre la inmoralidad de los pecados de la carne y la amoralidad de las ideologías contemporáneas; (2) la insuficiencia de estas ideologías como marco para guiar la sociedad; y (3) la necesidad de restaurar una sociedad católica a través de las familias y parroquias, combatiendo el modernismo como la herejía generativa detrás de estas desviaciones.
1. La Diferencia entre Inmoralidad y Amoralidad
Desde la perspectiva de la teología moral, la sodomía y los pecados de la carne son transgresiones contra el orden natural creado por Dios. San Pablo condena explícitamente estas pasiones desordenadas en su Carta a los Romanos (Rom 1, 26-27), denunciando actos que abandonan el uso natural del cuerpo. Santo Tomás de Aquino identifica la sodomía como un pecado contra la naturaleza porque contradice el propósito procreativo de los actos sexuales y la ley natural (Summa Theologiae, II-II, q. 154, a. 11).
Para comprender plenamente la diferencia entre inmoralidad y amoralidad, es esencial entender los conceptos filosóficos de moralidad y ética. La moralidad se refiere a los principios del bien y del mal, determinados por un orden moral objetivo, a menudo informado por la revelación divina. La ética, en cambio, es la reflexión sistemática sobre esos principios morales para discernir su aplicación en el comportamiento humano. Para el catolicismo, la moralidad está enraizada en la ley eterna de Dios, revelada a través de la ley natural y la revelación (cf. Rom 2, 14-15). En consecuencia, la reflexión ética en un contexto católico debe alinearse con las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia.
La Iglesia enseña que los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1, 27), poseen razón y libre albedrío, lo que les permite discernir la ley moral inherente a su naturaleza. La revelación mejora y aclara esta comprensión natural, asegurando que los principios morales no estén sujetos a las distorsiones del pecado o al relativismo cultural. Por esta razón, la Iglesia insiste en que la sociedad debe conformarse a la ley divina, tal como se revela en las Escrituras y la Tradición, para alcanzar la verdadera justicia y el bien común.
Mientras que los pecados de la carne son inmorales —contrarios a la ley divina y natural—, las ideologías como la “teoría de género” son amorales, ya que niegan la existencia de un marco moral objetivo. Judith Butler, una de las principales defensoras de la teoría de género, afirma que el género es un constructo social y performativo, rechazando cualquier fundamento biológico o metafísico para la identidad humana (Gender Trouble, 1990). Esta perspectiva socava las normas morales al promover un relativismo absoluto, una posición explícitamente condenada por la Iglesia (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 32).
2. La Insuficiencia de las Ideologías Contemporáneas como Marco para la Sociedad
La llamada “teoría de género” sigue siendo una hipótesis teórica sin validez como guía social. En primer lugar, es incompatible con la naturaleza humana, creada por Dios como hombre y mujer (Gen 1, 27). Esta verdad antropológica es reafirmada por el Catecismo de la Iglesia Católica, que enseña que “el hombre y la mujer fueron hechos ‘el uno para el otro’” (CIC, 371).
En segundo lugar, la teoría de género no puede proporcionar un marco normativo coherente. Si el género es simplemente un constructo social, ¿qué criterios objetivos pueden guiar la vida individual o colectiva? El relativismo inherente a esta ideología conduce al caos social y moral. El Papa Francisco ha criticado la ideología de género como una “colonización ideológica” que ataca a la familia y distorsiona la dignidad humana (Amoris Laetitia, n. 56).
3. Restaurando una Sociedad Católica a través de Familias y Parroquias
Frente a la disolución moral promovida por el modernismo y sus ideologías, la Iglesia debe enfocarse en la restauración de la sociedad católica. Esta misión comienza con las familias, las “iglesias domésticas” (Lumen Gentium, n. 11), y se extiende a las parroquias como comunidades de familias unidas en el culto debido a Dios.
La restauración de la sociedad requiere no solo la fortaleza familiar, sino también un retorno a la tradición y las enseñanzas morales del cristianismo. La tolerancia, a menudo mal entendida como una virtud, debe ser reexaminada. Teológica y filosóficamente, la tolerancia no es una virtud, sino un valor, ya que las virtudes corresponden a disposiciones habituales hacia el bien, según lo definido por la ley natural y divina. La verdadera virtud, como la justicia y la caridad, está arraigada en la ley eterna de Dios, mientras que la tolerancia se limita a soportar lo imperfecto o pecaminoso por prudencia o caridad. Como enseña San Agustín: “Debemos odiar el pecado, pero amar al pecador” (cf. Mt 5, 44).
Históricamente, las sociedades cristianas toleraron el pecado hasta cierto punto, pero no las herejías, que fracturaban el orden social y espiritual. Es imperativo, entonces, que desde el Romano Pontífice hasta los obispos y párrocos se alineen no con agendas ideológicas o políticas, sino con la verdad revelada y la Sagrada Tradición. Solo así podrán reeducar a la sociedad y reconquistar las naciones y sus gobernantes para Cristo.
4. El Modernismo como Herejía Generativa
El modernismo, condenado por el Papa San Pío X en su encíclica Pascendi Dominici Gregis (1907), genera ideologías destructivas y fracturas dentro de la Iglesia. A diferencia de los esfuerzos evangelizadores integradores del Imperio Español, que buscaban elevar y cristianizar a los pueblos, el modernismo ha engendrado ideologías como el capitalismo, el libertinaje y el colectivismo socialista, que deshumanizan al hombre al desconectarlo de su dignidad divina.
Capitalismo, con su individualismo extremo, eleva el éxito material sobre el bien común, fomentando una cultura de avaricia y alienación. Libertinaje, por su parte, socava los límites morales, destruyendo el tejido social. El colectivismo, en su versión socialista o comunista, anula la dignidad individual, subordinándola a una masa sin rostro. Estas ideologías niegan la verdad de que el hombre, hecho a imagen de Dios (Gen 1, 27), es señor de la creación, llamado a vivir en comunión con su Creador y con sus semejantes.
El contraste con el Imperio Español, que evangelizó y unió a los pueblos bajo un marco cristiano, evidencia cómo los modelos que rechazan la ley divina conducen a la disolución social y moral. El modernismo, como herejía generativa, perpetúa este ciclo de errores, alimentando divisiones y caos.
Conclusiones
La disolución del orden natural y moral es un síntoma de la herejía modernista, que genera ideologías contrarias a la dignidad humana.
La restauración de una sociedad cristiana requiere que familias y parroquias sean centros de formación moral y espiritual, alineadas con la Sagrada Tradición.
La Iglesia debe liderar con claridad doctrinal y autoridad moral, resistiendo las agendas ideológicas que fragmentan a los fieles.
Solo al conformar la sociedad a la ley divina se puede alcanzar la verdadera libertad y dignidad humana, reconquistando las naciones para Cristo.