Ex Opere Operato
Apología
El argumento de que los sacramentos son inválidos cuando los celebra un sacerdote con defectos morales es un error grave que ya fue refutado por la Iglesia hace más de mil años, y sigue siendo necesario aclararlo hoy. Entiendo la indignación que produce descubrir que un sacerdote vive en pecado, porque todos esperamos coherencia y santidad de aquellos que representan a Cristo. Sin embargo, si la validez de los sacramentos dependiera de la perfección de quien los administra, no habría sacramentos válidos en ninguna parte del mundo, porque ningún hombre es impecable, y esto no es excusa para apartarse de los medios de gracia que Cristo nos dejó.
La Iglesia Católica enseña, desde tiempos apostólicos, que los sacramentos obran ex opere operato, es decir, por la obra misma realizada, independientemente de la santidad o el pecado del sacerdote. La gracia no depende del sacerdote porque no proviene de él, sino de Cristo mismo. El ministro actúa in persona Christi, como instrumento a través del cual Cristo realiza la acción sacramental. Quien bautiza, quien perdona, quien consagra, no es el sacerdote por su propio poder, sino Cristo, que se vale del sacerdote, aun si este es un pecador.
San Agustín, uno de los más grandes santos y doctores de la Iglesia, tuvo que enfrentar esta misma postura en el siglo V durante la controversia con los donatistas. Los donatistas afirmaban que los sacramentos celebrados por sacerdotes pecadores no eran válidos. San Agustín respondió con firmeza: «Los sacramentos son de Cristo y no del hombre; su eficacia no depende de la santidad de quien los administra, sino de la fidelidad de Aquel que los instituyó». Es decir, aunque el sacerdote sea un pecador, Cristo sigue obrando, porque Él es fiel y su acción no depende de la indignidad del ministro.
Piénsalo de esta manera: ¿acaso cuando Judas predicaba y expulsaba demonios en nombre de Jesús, los milagros eran falsos porque Judas era traidor? No. Porque el poder no provenía de Judas, sino de Cristo. Del mismo modo, cuando un sacerdote celebra la Eucaristía, es Cristo quien consagra el pan y el vino, no la santidad del sacerdote. La falta de santidad personal del ministro lo afecta a él mismo, no a los fieles que reciben los sacramentos con fe.
Rechazar los sacramentos bajo el argumento de que un sacerdote es pecador implica caer en un error similar al de los donatistas, que fueron condenados como herejes por la Iglesia. ¿Por qué? Porque este razonamiento niega que Cristo es el verdadero ministro de los sacramentos y reduce la obra divina a la dignidad humana. La Iglesia es santa, no porque sus ministros sean perfectos, sino porque su fundador es santo y porque en ella actúa la gracia de Dios. Como enseñó San León Magno: «La dignidad del sacramento no queda disminuida por la indignidad del ministro».
Además, el Concilio de Trento reafirmó con autoridad que los sacramentos son válidos siempre que el sacerdote tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia y use la forma y la materia correctas. La vida personal del sacerdote, aunque escandalosa, no puede invalidar lo que Cristo mismo realiza. Dios actúa en medio de la miseria humana, y esto es parte del misterio de su amor y su fidelidad. No es el sacerdote quien salva, sino Cristo. No es el sacerdote quien perdona, sino Cristo. Si un sacerdote te entrega la Eucaristía, no te entrega su santidad o su pecado, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que son siempre santos y vivificantes.
Por lo tanto, el argumento de que no se puede creer en los sacramentos celebrados por un sacerdote indigno es un error. Es un pensamiento que viene más del escándalo humano que de la fe en Cristo y en su Iglesia. Comprendo el dolor y la decepción que puede causar el pecado de un sacerdote, pero ese pecado no es razón para apartarse de los sacramentos, porque hacerlo sería privarse a uno mismo de la gracia divina y, además, permitir que el pecado de un hombre sea causa de alejamiento de Dios.
Cristo nos enseñó a mirar más allá de los hombres y a fijar la mirada en Él. Si hoy abandonas la Misa porque el sacerdote es pecador, ¿a quién le estás haciendo daño? No al sacerdote, que dará cuentas a Dios de su vida, sino a ti mismo, porque te privas de los dones que Cristo quiere darte. Rechazar la Misa o los sacramentos por este motivo es un engaño del demonio, que busca alejarte de Dios utilizando como excusa los pecados de los hombres.
Como decía San Agustín: «Mira al Donador y no al ministro, porque si miras al ministro, puedes errar, pero si miras a Cristo, nunca errarás». Si un sacerdote es ladrón, corrupto o pecador, eso será un juicio para él, pero no puede ser una excusa para ti. Dios juzgará a cada quien según sus obras, pero a ti te pedirá cuentas de la fe y de la fidelidad a sus mandamientos. No permitas que los pecados de otros te alejen del Cuerpo de Cristo, porque en la Misa, aunque el sacerdote sea indigno, Cristo está verdaderamente presente. Él nunca falla, aunque los hombres fallen.