De Bellorum Perpetuitate et Spe Fidei

 Reflexión

Sobre la permanencia de las guerras y la esperanza de la fe, ante la escalada militar entre Ucrania y Rusia, un conflicto que nos lleva a considerar tres ejes fundamentales: la permanencia de la guerra, la interpretación de los acontecimientos desde la fe cristiana y las implicaciones escatológicas y espirituales para la humanidad.

1. La guerra como institución permanente

La afirmación de que la guerra se ha convertido en una institución permanente de la humanidad resuena profundamente. Como señaló un sumo pontífice, la guerra parece haberse normalizado, incluso entre pueblos cristianos. Es desgarrador contemplar cómo hermanos bautizados se destruyen entre sí, mientras en Oriente otros son perseguidos y martirizados por proclamar su fe en Cristo, el "Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado". Este panorama revela la dolorosa realidad de un mundo en el que los conflictos no cesan y, sin embargo, por gracia divina, muchas regiones hispánicas han escapado de su impacto directo.

Esta situación nos desafía a reflexionar sobre nuestra vocación como cristianos: ¿estamos llamados a ser simplemente espectadores de estos horrores o a actuar como instrumentos de paz y reconciliación?

2. Rumores de guerras y esperanza escatológica

En medio de estas crisis, surgen interpretaciones apocalípticas. Algunos cristianos, especialmente en ciertas tradiciones protestantes, predicen una inminente Tercera Guerra Mundial o el fin del mundo. Sin embargo, los católicos encontramos esperanza en las palabras del Señor: "Oirán de guerras y rumores de guerras, pero no se alarmen. Esto debe suceder, pero aún no será el fin" (Mt 24,6).

La tradición apostólica, fundamento de nuestra fe, nos recuerda que la Escritura, iluminada por el magisterio y el ejemplo de la Iglesia, nos guía en tiempos de incertidumbre. Estas palabras de Cristo nos invitan a mantener la esperanza y a no ceder al pánico, recordándonos que nuestra confianza debe estar en Dios, no en las estructuras humanas que tantas veces fracasan.

3. Consecuencias de un posible holocausto nuclear

La perspectiva de una guerra nuclear entre las superpotencias no solo amenaza con un sufrimiento físico indescriptible, sino también con una crisis espiritual global. En este escenario, el martirio podría convertirse en una realidad para muchos cristianos, mientras otros, debilitados por la apostasía, se alejarían de la fe.

La creciente secularización y el alejamiento de los principios cristianos son síntomas de una humanidad que se ha desviado de su creador. Sin embargo, en lugar de desesperar, este desafío debe impulsarnos a una entrega total a Dios y a una renuncia a las falsas seguridades que los gobiernos y las estructuras políticas ofrecen.

Una llamada a la unidad y la oración

Ante la dramática escalada de conflictos que asola al mundo, solo queda una respuesta adecuada: recurrir a Dios con confianza absoluta y unirnos como Iglesia. Las palabras del salmista, "Adjutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram", nos recuerdan que nuestra ayuda viene del Señor, creador del cielo y la tierra.

Es tiempo de que cada cristiano reflexione profundamente sobre su papel en este mundo lleno de tinieblas y división. ¿Seremos capaces de ser faros de luz y esperanza? ¿De guiar a nuestros hermanos hacia la reconciliación con Dios y entre sí? Solo mediante la fe, la esperanza y la caridad podremos aspirar a transformar este mundo desgarrado en una verdadera comunión de amor.

Sin embargo, el panorama es sombrío, y el lector debe sentir el peso de este drama espiritual y humano. Si los corazones no cambian, si las naciones no se convierten, llegará el día en que estas palabras, pronunciadas hoy para la consagración de un cementerio, serán proclamadas no solo sobre parcelas de tierra, sino sobre el planeta entero:

"Omnipotens Deus, qui es custos animarum, et tutela salutis, et fides credentium, respice propitius ad nostrae servitutis officium; ut ad introitum nostrum purgetur, bene + dicatur, sancti + ficetur, et conse + cretur hoc coemeterium."

Estas palabras, que encierran la esperanza cristiana en la resurrección, resuenan ahora como un lamento sobre el destino de la humanidad. No permitamos que el mundo entero se convierta en un inmenso cementerio. Confiemos en Dios, pero también actuemos, orando y trabajando por la paz, porque solo el Señor puede purificar, bendecir y santificar nuestra historia, y solo en Él hallaremos la fuerza para evitar que este drama sea definitivo.

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