Tercera Verdad Acerca de la Medicina en Ecuador
Opinion
Deshumanización en la Práctica Médica
A la venerable comunidad médica de Ecuador,
Dirijo estas reflexionesen la búsqueda de la verdad y la dignidad que deben acompañar nuestra noble vocación. En estos tiempos inciertos, donde la esencia de la humanidad se ve constantemente desafiada, es imperativo abordar la realidad de la deshumanización que permea nuestras prácticas médicas y que amenaza con desgastar tanto nuestras almas como la salud de aquellos a quienes hemos jurado proteger. La deshumanización en la práctica médica no es un fenómeno nuevo, sino una sombra que se cierne sobre nosotros desde tiempos inmemoriales, y que, en la actualidad, se ha acentuado por las condiciones adversas que enfrentamos en nuestro entorno laboral y social.
Es con gran pesar que observamos cómo esta deshumanización se ha convertido en un riesgo latente en el ejercicio de la medicina en nuestras tierras. Los médicos, forzados a enfrentar la inexorable realidad de la muerte y el sufrimiento, a menudo se encuentran atrapados en un dilema sombrío: la necesidad de proteger su sensibilidad emocional frente al dolor de sus pacientes. Este mecanismo de defensa, aunque comprensible, nos empuja a una desconexión que anula nuestra empatía y nos convierte en meras sombras de lo que deberíamos ser. Nos olvidamos de que somos humanos, seres sensibles capaces de sentir y de sufrir, y esta deshumanización no solo nos afecta a nosotros, sino también a quienes atendemos. Al hacerlo, creamos un ciclo vicioso que se perpetúa en cada jornada de trabajo, donde el médico se convierte en un espectador distante del sufrimiento ajeno, y donde la compasión, en lugar de ser la norma, se convierte en una rareza.
La carga emocional que soportamos a diario es pesada y, con frecuencia, se convierte en un lastre que nos consume. A medida que intentamos reprimir nuestras emociones para no sucumbir ante el sufrimiento ajeno, comenzamos a adoptar una fachada de indiferencia que no es más que una trinchera en la que nos refugiamos. Sin embargo, esta indiferencia no es la respuesta. En nuestro silencio se encuentra la raíz de nuestro dolor, ya que al convertirnos en autómatas, despojados de la calidez humana que debería ser el pilar de nuestra profesión, nos alejamos de la esencia de lo que significa ser médico. Nos hallamos, así, en una lucha constante entre el deber profesional y el deseo de sentir, una tensión que erosiona nuestra salud mental y emocional.
En nuestra lucha por sobrevivir emocionalmente, algunos de nosotros recurrimos a soluciones efímeras que, lejos de ofrecer alivio, nos sumergen en un abismo más profundo. El alcohol, el tabaco y las relaciones superficiales son prácticas que, aunque momentáneamente placenteras, nos alejan de la verdad de nuestro ser. Esta búsqueda de distracción nos lleva a olvidar que nuestra vocación no es solo un trabajo, sino un compromiso con la vida; cada paciente que atendemos es un reflejo de nuestra propia humanidad. Al perder de vista esta conexión, permitimos que nuestras emociones se marchiten y que la esencia de nuestra profesión se vea debilitada. Es crucial recordar que cada encuentro con un paciente es una oportunidad para reafirmar nuestra humanidad y nuestra compasión, y no una mera transacción de tiempo y servicios.
A medida que profundizamos en esta búsqueda de evasión, algunos médicos pueden caer en el egocentrismo, elevando su figura profesional por encima de su esencia humana. Esta actitud puede llevarnos a ver a nuestros pacientes como meros objetos, despojados de su historia y su dolor. Surge, entonces, la inquietante creencia de que los médicos son insensibles, y se alimenta un ciclo vicioso que perpetúa la deshumanización en nuestra práctica. Debemos recordar que esta imagen es una construcción errónea, forjada por la presión y el agotamiento emocional que nos abruman, y es nuestra responsabilidad desmantelar este mito a través de la empatía y la conexión genuina con aquellos que atendemos.
La feroz competencia y el ambiente hostil que a menudo encontramos en nuestros lugares de trabajo despojan a la profesión médica de su espíritu colaborativo. En lugar de unir fuerzas para ofrecer una atención de calidad, somos empujados a "empaquetar" a nuestros colegas, buscando protegernos de críticas y de la crueldad del entorno laboral. En este contexto, el compañerismo se convierte en una rareza, y las relaciones se ven marcadas por la desconfianza y la traición. La camaradería que debería ser el fundamento de nuestra práctica se erosiona, dejando un vacío en el que prosperan el resentimiento y la apatía. Es imperativo que cultivemos un entorno donde el apoyo mutuo sea la norma, donde cada médico pueda encontrar en sus colegas un refugio, y no un campo de batalla.
Frente a esta realidad, surge la pregunta fundamental: ¿vale la pena seguir luchando por nuestros derechos laborales y los de nuestros pacientes? La condición del médico general, relegado a un estatus de "interno" que debe obedecer órdenes sin cuestionar, contrasta drásticamente con la libertad que se disfruta en el sector privado. En esta última esfera, el paciente se convierte en un compañero en la toma de decisiones, y el médico se encuentra en igualdad de condiciones con los especialistas. Sin embargo, la lucha no debe ser únicamente por la mejora de nuestras condiciones laborales, sino por una transformación profunda de la cultura médica en Ecuador. Debemos abogar por un sistema que valore la humanidad de cada individuo, tanto de médicos como de pacientes, y que reconozca que la calidad de la atención médica no se mide únicamente en términos de eficiencia o resultados, sino en la capacidad de conectarnos emocionalmente con quienes atendemos.
Al mirar hacia el futuro, es nuestra responsabilidad colectiva abogar por un cambio significativo en la forma en que la medicina se practica en Ecuador. Este cambio debe incluir la promoción de la salud mental y el bienestar emocional de los profesionales, así como la creación de espacios donde se fomente el diálogo abierto sobre las experiencias vividas en la práctica médica. La educación médica debe incorporar la enseñanza de habilidades emocionales y de comunicación que preparen a los futuros médicos no solo para el desafío técnico de la medicina, sino también para la profunda conexión humana que esta exige. Que estas palabras sirvan como un llamado a la acción, un recordatorio de que en la lucha por un sistema de salud más justo y humano, nuestra humanidad es nuestra mayor fortaleza. Que podamos reavivar la llama de la compasión en nuestras corazones, y que cada acto de bondad y cada gesto de empatía se conviertan en una luz que ilumine el camino hacia un futuro en el que la medicina sea un verdadero refugio de humanidad.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones