Sexta Verdad sobre la Medicina en Ecuador
Opinión
La sexta verdad sobre la medicina en Ecuador revela la profunda crisis en la formación de los profesionales de la salud, en la que muchos que se gradúan en medicina enfrentan un sistema que ha sido mal diseñado y que no se ha reajustado adecuadamente para proporcionar la atención que la población requiere. A lo largo de la carrera, estos estudiantes experimentan una serie de realidades que contrastan de manera alarmante con las expectativas que se tienen de ellos. Este sistema educativo, en lugar de preparar a los médicos para el ejercicio efectivo de su profesión, los predispone a sufrir falencias en su formación y en la aplicación de procedimientos críticos. Se da prioridad al análisis de contexto y texto en lugar de a la enseñanza de lo que verdaderamente debe saber un médico para ejercer como médico general en el país.
La presión para formar especialistas se traduce en una producción acelerada de médicos que carecen de la experiencia práctica y de la formación integral necesaria para enfrentar los desafíos de la atención médica. Esta situación se agrava por el maltrato institucionalizado que se experimenta tanto dentro de las universidades como en los procesos de formación en instituciones públicas y privadas, donde el médico es considerado como mera mano de obra. Aunque no se niega la importancia de este rol, es crucial recordar que la dignidad del médico y del personal de salud, incluyendo enfermeros y tecnólogos, debe ser preservada y respetada.
Dentro de esta estructura, se presenta una jerarquización que, aunque se fundamenta en las funciones específicas de cada rol, muchas veces desconoce la formación académica y profesional de todos los implicados. Tanto médicos como enfermeros son licenciados y poseen un título de tercer nivel, lo que les confiere la misma dignidad profesional. Sin embargo, la percepción de que el médico ocupa un escalón superior, debido a su capacidad para realizar diagnósticos y prescribir tratamientos, crea una dinámica donde el trabajo en equipo se ve comprometido. La enfermera, siendo fundamental en la aplicación de la medicina y en la observación y ajuste de tratamientos, a menudo es relegada a un segundo plano en la toma de decisiones, a pesar de su crucial rol en la atención al paciente.
Frente a esta realidad, muchos profesionales de la salud, cansados de la falta de oportunidades y del menosprecio por su trabajo, consideran la posibilidad de emigrar en busca de mejores condiciones laborales. La escasez de especialidades y la insuficiencia de empleo, junto con la sensación de que su labor es menospreciada y mal remunerada, fomentan la frustración. En un contexto donde se espera que un médico cobre honorarios irrisorios, como cinco o diez dólares por consulta, el equilibrio entre vocación y dignidad profesional se vuelve insostenible. Este tipo de exigencias, donde se espera que el médico dedique más tiempo del estipulado por una consulta adecuada, deteriora la relación médico-paciente, impidiendo que se establezca una conexión real y profunda que es esencial para una atención de calidad.
La realidad es que las consultas, en lugar de extenderse a los treinta o sesenta minutos que se requieren para un examen exhaustivo y una atención centrada en el paciente, se limitan a diez o quince minutos, dejando poco espacio para el diagnóstico adecuado y el seguimiento efectivo de las condiciones de salud. En esta dinámica, el médico de cabecera, que debería ser un pilar fundamental en la atención continua y en el acompañamiento del paciente a lo largo de su vida, se ha convertido en un concepto casi extinto. Pocos pacientes cuentan con un médico de confianza que conozca su historia clínica y la de su familia, lo que limita la posibilidad de ofrecer una atención integral y personalizada.
La migración hacia el exterior se convierte en una opción atractiva, pues muchos médicos perciben que no hay un futuro viable en su país. La presión por convertirse en especialista ha generado una falsa expectativa de que la única salida de la pobreza y la frustración profesional reside en obtener un título de cuarto nivel. En el pasado, el médico general podía garantizar un nivel de vida digno; sin embargo, la realidad actual impone costos elevados para acceder a la educación de cuarto nivel y una creciente competencia en el mercado laboral que obstaculiza el avance profesional.
Este panorama sombrío es un llamado a la acción. Es esencial que la comunidad médica y las autoridades pertinentes trabajen en conjunto para rediseñar un sistema educativo que valore adecuadamente todas las especialidades y que reconozca la dignidad de cada profesional de la salud. Solo a través de esta transformación podremos restaurar la confianza en nuestra profesión y asegurar que todos los médicos, sin importar su nivel de especialización, sean valorados por su contribución vital al bienestar de la población. La inversión en la educación y la mejora de las condiciones laborales no solo beneficiará a los profesionales de la salud, sino que también tendrá un impacto significativo en la calidad de atención que reciben los ciudadanos ecuatorianos. La esperanza de un futuro más prometedor para la medicina en Ecuador radica en nuestra capacidad para unirnos y abogar por un sistema de salud que respete y valore a todos sus integrantes.