Reflexión sobre la situación política, social y económica de Ecuador
Ecuador atraviesa actualmente una de las crisis más graves de las últimas décadas, marcada por una profunda inestabilidad en múltiples frentes: seguridad, economía, energía y salud pública. Este momento crítico requiere que los ciudadanos ecuatorianos reflexionen profundamente sobre el país que desean construir, partiendo del reconocimiento de nuestras fortalezas y debilidades como sociedad.
1. Crisis económica y laboral
Uno de los problemas más evidentes es la desigualdad económica y la congelación salarial. Los salarios no han aumentado significativamente en los últimos años, mientras que la inflación ha erosionado el poder adquisitivo de los trabajadores. Esto ha generado una gran presión sobre las familias ecuatorianas, que luchan día a día para sobrevivir en medio de una economía estancada. Los ecuatorianos no son un pueblo ajeno al trabajo; al contrario, se caracterizan por su dedicación y esfuerzo. Sin embargo, las condiciones actuales no permiten que este esfuerzo se vea reflejado en una mejora de la calidad de vida.
A esto se suma la crisis energética que golpea al país, afectando la productividad y dificultando aún más el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, que son el motor económico de muchas familias.
2. Inseguridad y delincuencia organizada
El aumento de la delincuencia organizada ha llevado a la sociedad ecuatoriana a vivir bajo una constante amenaza. Las calles y barrios se han convertido en territorios controlados por grupos delictivos que extorsionan a los ciudadanos bajo el manto de la "vacuna", una cuota que los ecuatorianos pagan para preservar la seguridad de sus seres queridos. Este sistema de extorsión es un reflejo de la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad pública.
La situación es crítica: el Estado ha fallado en proteger a los ciudadanos, permitiendo que la delincuencia se apodere de las calles. La corrupción y la falta de acciones concretas por parte de las autoridades han debilitado el tejido social. Hoy, Ecuador está socialmente roto, con una clara división entre quienes creen que el país puede seguir adelante con un Estado de bienestar y quienes piensan que la crisis es el resultado de un sistema desatendido durante décadas.
3. El sistema de salud: crisis estructural y falta de reformas
El sistema de salud ecuatoriano es otro ejemplo de cómo la administración pública ha fallado en su misión. Las carencias no son nuevas; estas deficiencias han existido durante los últimos 40 o 60 años. La falta de medicamentos, la infraestructura deficiente y la escasez de personal médico capacitado han sido problemas recurrentes en los distintos gobiernos. Durante mi niñez y juventud, ya se sentían estas fallas, y hoy, las condiciones no han mejorado, a pesar de las promesas políticas.
La Ley Orgánica de Carrera Sanitaria, que debía garantizar mejores condiciones laborales para los trabajadores de la salud, quedó en letra muerta. No existe un reglamento adecuado que permita su aplicación, y las jornadas extenuantes, los riesgos biológicos y los turnos rotativos no reciben el reconocimiento ni la protección que merecen. Después de la pandemia de COVID-19, que dejó a los trabajadores de la salud al borde del colapso, las autoridades permanecen en un silencio sepulcral, negándose a aplicar la ley por falta de voluntad política.
Además, el cálculo de la demanda sanitaria sigue siendo erróneo. Las proyecciones anuales de compra pública no contemplan la demanda insatisfecha, es decir, el número de pacientes que no reciben los tratamientos o exámenes que necesitan. Esto genera una falsa percepción de eficiencia y una incapacidad estructural para satisfacer las necesidades reales de la población.
4. Necesidad de una reforma integral del sistema
Para solucionar los problemas del sistema de salud, es imperativo una reforma integral. No basta con mejorar la estructura administrativa; es necesario rediseñar todo el sistema. Una opción podría ser reformar las condiciones de jubilación, permitiendo que los trabajadores se retiren a una edad más temprana con pensiones ajustadas, y que luego puedan reintegrarse al ámbito privado como generadores de empleo y promotores del desarrollo económico.
Sin embargo, esto solo será posible si los asambleístas y políticos adoptan una postura sincera y comprometida con el futuro del país. Es esencial crear políticas públicas que fortalezcan tres pilares fundamentales: salud, seguridad y educación.
5. El papel de la educación en la reconstrucción del país
La educación debe ser la piedra angular del desarrollo nacional, pero no puede estar influenciada por ideologías políticas ni resentimientos históricos. Debemos basarnos en valores tradicionales, en un civismo que fomente la unidad, no la división. La enseñanza de la historia nacional, por ejemplo, no puede seguir idealizando el pasado indígena como un paraíso utópico que nunca existió. Antes de la llegada de los españoles, las tribus indígenas de América se gobernaban por sistemas opresores, donde el sacrificio humano y la guerra eran comunes. Al mitificar esta historia, distorsionamos la realidad y fomentamos una narrativa que alimenta el conflicto en lugar de promover la reconciliación.
6. La reconciliación histórica y cultural
Es fundamental que los ecuatorianos y, en general, los pueblos hispanoamericanos reconozcamos nuestras raíces hispánicas y la importancia de la unidad. La separación de España y la fractura de los virreinatos fue uno de los mayores errores que sufrió América Latina, dividiéndonos y debilitándonos como naciones. Solo reconociendo los lazos que nos unen como hijos de la España que luchó por establecer una civilización en este continente podremos enfrentar los desafíos del presente.
La masonería y otros movimientos que buscan destruir la identidad cristiana de nuestros pueblos han debilitado el sentido de comunidad y de propósito que alguna vez nos unió. No podemos caer en la trampa del comunismo, que convierte al ser humano en una mercancía del Estado, ni en el liberalismo más extremo, que promueve la indiferencia social. Debemos apostar por un cristianismo social, donde el bien común sea el eje de nuestras acciones y donde el desarrollo y la paz sean posibles para todos los ciudadanos.
7. El llamado a la acción política y social
Es hora de que el pueblo ecuatoriano se una en torno a un proyecto común. Los valores que hicieron grande a España y a nuestros antepasados deben ser restaurados y promovidos. Necesitamos un cambio profundo en la política pública, en la gestión del sistema de salud y en la manera en que entendemos la educación y la seguridad.
Solo cuando recuperemos la unidad y la dignidad como nación, seremos capaces de afrontar los desafíos que nos esperan. El Ecuador debe volver a ser un país donde el trabajo y el esfuerzo se vean recompensados, donde la seguridad esté garantizada y donde el sistema de salud y la educación funcionen para todos. Este es el camino hacia una verdadera reconciliación y desarrollo.
El camino hacia un Ecuador próspero y justo
Ecuador está en una encrucijada histórica, una que exige mucho más que promesas vacías o soluciones temporales. Nos encontramos ante la oportunidad —y la responsabilidad— de transformar nuestra sociedad desde sus cimientos, superando las crisis de inseguridad, salud y educación que hoy nos asfixian. Esta transformación no vendrá de soluciones fáciles ni del populismo que tan frecuentemente seduce en tiempos de desesperación, sino de un voto meditado, un voto racional que piense en el bien común y en las futuras generaciones.
El voto consciente es un acto de responsabilidad cívica y de profunda reflexión sobre el país que queremos construir. No es suficiente dejarnos llevar por ofertas políticas atractivas en el corto plazo o por discursos que apelan a las emociones sin ofrecer soluciones reales. Necesitamos líderes que comprendan los problemas estructurales que enfrentamos y estén dispuestos a emprender las reformas necesarias, incluso cuando estas no sean populares o inmediatas. Los tres pilares sobre los cuales debemos construir nuestro futuro son claros: seguridad, educación y salud.
Una seguridad sólida nos devolverá la paz y nos permitirá caminar sin miedo, vivir sin la amenaza constante de las bandas criminales y de la extorsión que hoy sufren tantos ecuatorianos. Solo cuando el Estado recupere su papel fundamental como garante del orden, cuando el sistema judicial funcione de manera imparcial y justa, podremos sentirnos seguros y protegidos. La delincuencia no es un monstruo imbatible, pero requiere un enfoque integral: atacar la raíz del problema, que está profundamente ligada a la falta de oportunidades y a la desigualdad.
Por otro lado, una educación en valores y un civismo renovado son la base para formar ciudadanos comprometidos, conscientes de su papel en la sociedad y capaces de enfrentar los desafíos del futuro. La educación debe alejarse de las ideologías que distorsionan la historia y sembrar en los jóvenes la semilla del pensamiento crítico, la responsabilidad y el respeto a los demás. Solo con generaciones educadas en la verdad y el respeto por la ley, podremos construir una sociedad más justa, cohesionada y preparada para los retos globales que se avecinan.
Y finalmente, un sistema de salud accesible y eficiente es el reflejo de una sociedad que valora a sus ciudadanos. La salud no es un lujo, es un derecho. Un pueblo sano, bien alimentado y con acceso a una atención médica de calidad es un pueblo que puede trabajar, innovar y crecer. Necesitamos un sistema de salud que sea verdaderamente funcional, no solo en el papel, sino en la práctica diaria. Esto no implica la creación de un Estado de bienestar absoluto, sino uno que garantice los derechos fundamentales sin caer en la trampa de la dependencia total.
La seguridad energética también juega un papel crucial en este proceso. Una nación no puede prosperar sin acceso a recursos confiables y sostenibles que impulsen la industria y el bienestar de sus ciudadanos. La estabilidad energética debe ser parte de una política pública que mire hacia el futuro, asegurando que la riqueza natural de Ecuador beneficie a todos, no solo a unos pocos.
Es hora de que tomemos en serio la posibilidad de un cambio profundo. El futuro de Ecuador depende de decisiones difíciles y meditadas. Un voto responsable y consciente no solo debe preguntarse qué ofrece cada candidato, sino también qué visión de país nos proponen. ¿Queremos seguir repitiendo los errores del pasado, o estamos dispuestos a construir algo mejor para las generaciones futuras?
No podemos ignorar el hecho de que, al final, un país que provee seguridad, salud y educación a sus ciudadanos es un país que puede prosperar. Pero estos pilares no se levantarán solos; requieren del compromiso de todos, desde el ciudadano de a pie hasta los líderes políticos. Un país sano y bien educado, que cuente con seguridad ciudadana y energética, es un país que puede mirar al futuro con esperanza y determinación.
Al final, la verdadera libertad no radica en la ausencia de reglas, sino en la creación de un orden justo donde cada ciudadano pueda desarrollar su vida en paz, con la certeza de que su esfuerzo será recompensado y sus derechos serán respetados. Solo así podremos construir un Ecuador en el que todos tengamos la oportunidad de prosperar, sin temor, sin violencia y con la certeza de que un futuro mejor es posible.
Este es el desafío que enfrentamos hoy. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos, como votantes, y como seres humanos comprometidos con el futuro de nuestras familias y de nuestra patria. No dejemos que el ruido del populismo nuble nuestra visión. Tomemos decisiones informadas, reflexivas y conscientes del gran poder que el voto nos otorga. Porque solo a través de un ejercicio responsable de nuestra democracia podremos transformar a Ecuador en el país que todos soñamos.
Galo Guillermo Farfán Cano.