Los doce discípulos...

 Una breve reflexión 

En una pequeña anécdota del Evangelio según Mateo, encontramos a Jesús y sus discípulos enfrentando el tema del pago del impuesto del Templo. En un momento que parece sacado de una historia de aventuras, Jesús le dice a Pedro que vaya a pescar y saque una moneda de la boca del primer pez que atrape. Este acto tiene un propósito práctico: pagar el tributo por ambos. 

Ahora, si nos detenemos a reflexionar sobre esto y nos dejamos llevar por un pensamiento un poco más juguetón, podemos imaginar a Pedro, un hombre ya maduro, sonriendo con cierto alivio mientras saca la moneda del pez. Pero ¿qué pasa con los otros discípulos? Según la costumbre de la época, solo los mayores de 19 años pagaban ese impuesto. Entonces, si solo Jesús y Pedro estaban sujetos a esta obligación, ¿podemos inferir que los demás discípulos eran adolescentes? 

Pensemos en ello: un grupo de jóvenes de entre 12 y 19 años, llenos de energía y curiosidad, siguiendo a un hombre que, con toda la sabiduría de sus treintas, les enseñaba sobre el amor, la fe y la vida. Imaginemos a estos jóvenes, quizás bromeando entre ellos, discutiendo sobre quién tendría la mejor historia que contar al regresar a casa. Jesús, con su calma y paciencia, sonreiría al verlos crecer no solo en número sino en comprensión espiritual.

Esta imagen nos lleva a ver a los discípulos no solo como figuras solemnes en pinturas religiosas, sino como chicos con sueños, miedos y esperanzas, bajo la guía de un maestro que entendía el poder de la juventud. Es tierno pensar que los cimientos de una fe que ha perdurado por milenios podrían haberse forjado en el espíritu vibrante y la esperanza ingenua de un grupo de adolescentes, liderados por el amor y la sabiduría de Jesús. 

En última instancia, esta pequeña anécdota, vista a través de una lente más ligera y humana, nos recuerda que la historia de la fe cristiana está llena de momentos cotidianos y maravillosos, que pueden ser tanto mágicos como profundamente humanos.

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