Est fundamentale confirmare dignitatem humanam

 En respuesta a la Declaración Dignitas Infinita

Es fundamental afirmar que la dignidad humana, entendida a través del Evangelio y la tradición de la Iglesia, trasciende cualquier análisis meramente secular. La dignidad de cada persona refleja el amor infinito de Dios y se basa en el hecho de que somos creados a imagen y semejanza de Dios.

Desde una perspectiva teológica, la dignidad humana emana de la Dignidad Infinita de Dios mismo. El ser humano, creado por y para el amor, lleva consigo una dignidad intrínseca que proviene de su relación con su Creador. Esta dignidad no está sujeta a circunstancias terrenales y va más allá de características como la capacidad de razonamiento.

Es esencial comprender que la dignidad humana no puede ser limitada por ningún factor terrenal, ya que se funda en la dignidad misma de Dios. Reconocer y proteger la dignidad de cada persona es honrar la grandeza divina presente en cada ser humano.

Por tanto, al abordar la cuestión de la dignidad humana, es imperativo tener en cuenta su dimensión trascendente y su conexión intrínseca con la dignidad divina. Solo al apreciar plenamente esta realidad espiritual podemos promover y proteger adecuadamente la dignidad humana en todas sus manifestaciones.

El aborto es un tema de grave preocupación moral para la Iglesia católica, que sostiene firmemente el valor inviolable de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Esta enseñanza se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad intrínseca de cada ser humano, que es el fundamento irrenunciable para la protección de la vida en todas sus etapas.

El Papa san Juan Pablo II expresó claramente la gravedad del aborto, destacando que se trata de una eliminación deliberada e injusta de un ser humano en la fase inicial de su existencia. La aceptación generalizada del aborto refleja una crisis moral, evidenciando una incapacidad creciente para discernir entre el bien y el mal, especialmente en lo concerniente al derecho fundamental a la vida.

En el contexto actual, se observa una tendencia a utilizar términos ambiguos como "interrupción del embarazo" para suavizar la realidad y la gravedad del aborto. Sin embargo, ninguna manipulación lingüística puede alterar la naturaleza intrínseca del acto: la eliminación directa de una vida humana. Los niños no nacidos son los más vulnerables e inocentes, y se busca negarles su dignidad humana al permitir que se les prive de la vida bajo el pretexto de la conveniencia o los derechos individuales.

La defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de todos los derechos humanos, ya que sostiene la convicción de que cada ser humano es sagrado e inviolable, en todas las circunstancias y etapas de su desarrollo. En el compromiso de defender la vida, la Iglesia encuentra un ejemplo inspirador en santos como Teresa de Calcuta, cuya valiente defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural resuena como un llamado a la responsabilidad y la compasión hacia los más indefensos entre nosotros.

En un mundo donde se socava la dignidad de la vida humana, es imperativo mirar con valentía la verdad y resistir cualquier tentación de compromiso ético o autoengaño que justifique la pérdida de vidas inocentes. Es fundamental que la sociedad, guiada por principios morales sólidos, reafirme el valor inviolable de cada vida humana, reconociendo que la defensa de la vida por nacer es esencial para la protección de todos los derechos humanos.

La aceptación del aborto representa una seria amenaza para la integridad moral de la sociedad y la dignidad intrínseca de cada persona, llamándonos a un firme compromiso con la verdad y el respeto por la vida en todas sus manifestaciones. En la enseñanza de la Iglesia Católica, la dignidad inherente de cada ser humano es un principio fundamental que guía nuestra comprensión de la vida y la ética.

Desde este enfoque, abordar temas contemporáneos como la maternidad subrogada, la eutanasia, la teoría de género y la violencia digital se convierte en una tarea crucial para preservar la integridad y el respeto a la vida humana en todas sus etapas y circunstancias. La maternidad subrogada, aunque pueda presentarse como una solución para algunos, plantea desafíos éticos significativos. El Papa Francisco ha enfatizado que ningún niño debe ser reducido a un objeto comercial, y que la maternidad subrogada menoscaba la dignidad tanto de la mujer como del niño involucrado.

La vida humana, en su esencia, es un don sagrado que no debe ser objeto de contratos mercantiles ni explotación material. En cuanto a la eutanasia y el suicidio asistido, la Iglesia reafirma el valor intrínseco de cada vida humana, incluso en circunstancias de sufrimiento o enfermedad. El sufrimiento no disminuye la dignidad de una persona; por el contrario, puede ser una oportunidad para expresar la compasión y el cuidado mutuo.

La muerte no debe ser provocada ni buscada como una solución, sino que el respeto por la vida debe ser incondicional y fundamental en nuestra ética y legislación. En relación con la teoría de género, la Iglesia subraya la importancia de reconocer la diferencia sexual como parte del plan divino para la humanidad. La identidad sexual y la complementariedad entre hombre y mujer son dones que reflejan la belleza y la dignidad de la creación.

Cualquier ideología que niegue estas diferencias o promueva una concepción individualista del cuerpo humano está en desacuerdo con la verdad sobre la persona. Finalmente, frente a la creciente violencia digital y el uso irresponsable de la tecnología, la Iglesia invita a un enfoque ético que respete la integridad y la dignidad de cada persona.

La comunicación digital debe promover la verdad, la solidaridad y el respeto mutuo, en lugar de fomentar la explotación, la alienación y la deshumanización. La dignidad humana debe ser el principio rector en todas nuestras interacciones, tanto en línea como fuera de línea.

El concubinato es una situación en la que dos personas viven juntas en una relación marital sin estar legalmente casadas. Desde la perspectiva de la Iglesia católica, el concubinato es contrario al sacramento del matrimonio, que establece un compromiso público y permanente entre un hombre y una mujer. La doctrina católica sostiene que el matrimonio es una institución sagrada destinada a la unión de los cónyuges en el amor, la fidelidad y el servicio mutuo, y que el concubinato socava esta visión al no comprometerse con el vínculo matrimonial en su plenitud. La cohabitación fuera del matrimonio puede dar lugar a una serie de problemas morales y espirituales, incluyendo la erosión del sentido de compromiso, la falta de estabilidad para la crianza de los hijos y la violación del orden moral establecido por Dios para la vida conyugal.

En cuanto a la sodomía, la enseñanza católica considera que los actos homosexuales son contrarios al plan divino para la sexualidad humana, que está destinada a la unión complementaria entre un hombre y una mujer en el matrimonio. La Iglesia sostiene que el uso desordenado de la sexualidad, incluyendo la sodomía, contradice la ley natural y el diseño original de Dios para la procreación y el amor conyugal.

La doctrina católica enseña que todas las personas, incluidas aquellas que experimentan atracciones homosexuales, son llamadas a vivir en la castidad y a respetar la dignidad inherente a su condición como hijos de Dios. En cuanto al adulterio, la Iglesia católica considera el adulterio como un pecado grave que viola el vínculo sagrado del matrimonio.

El adulterio implica la infidelidad conyugal y puede tener consecuencias devastadoras para las personas y las familias involucradas. La enseñanza católica subraya la importancia del compromiso matrimonial y la fidelidad mutua entre los esposos como parte del plan divino para el amor y la unidad conyugal. La reconciliación y el perdón son fundamentales para sanar las heridas causadas por el adulterio, pero la Iglesia también enfatiza la necesidad de proteger y promover la santidad del matrimonio como un sacramento indisoluble.

La misión de la Iglesia, como cuerpo mistico de Cristo, trasciende las normas seculares y se centra en proclamar la ley divina y el llamado a la santidad. La dignidad infinita otorgada por Dios a cada persona es afectada por el pecado, que debilita y desfigura esa dignidad. La Iglesia, a través del dicasterio de la doctrina de la fe, tiene la responsabilidad de anunciar con claridad la verdad sobre el pecado y sus consecuencias, no para emular declaraciones de derechos humanos, sino para despertar conciencias, invitar al arrepentimiento y guiar a las almas hacia la conversión y la santidad.

Es esencial para la Iglesia proclamar la verdad sobre la dignidad humana y el impacto del pecado en ella. El mal del pecado no puede ser ignorado ni trivializado, pues afecta la relación del ser humano con Dios y con sus semejantes. La ley divina, reflejada en la enseñanza de la Iglesia, busca restaurar la dignidad perdida, llamando a todos a una vida de conversión y santidad, en conformidad con el plan de Dios para la humanidad. Este mandato de llevar la verdad de la ley divina al mundo no busca imponerse, sino iluminar los corazones y las mentes, invitando al cambio y a la búsqueda de la verdadera felicidad en la comunión con Dios.

Que la Iglesia proclame con valentía y claridad la verdad sobre la dignidad humana, el pecado y la necesidad de conversión, es esencial para el cumplimiento de su misión en el mundo. Este llamado no busca condenar, sino ofrecer el camino hacia la vida plena en Cristo, quien restaura y eleva la dignidad perdida por el pecado. Que la luz de la verdad divina brille en medio de las tinieblas del mundo, invitando a todos a acoger el don de la gracia y a caminar hacia la santidad, es la misión fundamental de la Iglesia como instrumento de salvación y esperanza para la humanidad.

Galo Farfán Cano

Laico

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