Mea intentio homiliae laicalis

 Reflexión

En las lecturas de hoy, el apóstol Pablo les recuerda a los Corintios el Evangelio que les había anunciado, es decir, el mensaje de que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Pablo también les habla de las apariciones del Señor resucitado a Cefas, a los Doce, a más de quinientos hermanos juntos, a Santiago y finalmente a él mismo. Estas apariciones son una prueba de la resurrección de Jesús y de la verdad del Evangelio.

En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el camino, la verdad y la vida, y afirma que nadie va al Padre sino por Él. Felipe le pide que les muestre al Padre, y Jesús le responde que quien lo ha visto a Él ha visto al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él. Jesús también promete que aquellos que creen en Él harán las mismas obras que Él y aún mayores, y que si piden algo en su nombre, Él lo hará para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

La lectura y el evangelio de hoy nos recuerdan la importancia de la resurrección de Cristo como la piedra angular de nuestra fe cristiana. La resurrección de Cristo es la fuente de nuestra esperanza y nuestra garantía de vida eterna. La fe en la resurrección también nos llama a seguir a Jesús y a vivir nuestras vidas de acuerdo con sus enseñanzas y su ejemplo. Jesús es el camino que nos lleva al Padre, la verdad que nos libera y la vida que nos da plenitud. Siguiendo a Jesús y confiando en Él, podemos hacer grandes obras en su nombre y ser instrumentos de su amor y su gracia en el mundo.

Las lecturas de hoy nos invitan a renovar nuestra fe en la resurrección de Cristo y a seguir a Jesús como nuestro camino, verdad y vida. Que el Señor nos dé la gracia y la fuerza para vivir según sus enseñanzas y para ser sus testigos en el mundo.

Hermanos y hermanas en Cristo, hoy celebramos la fiesta de San Felipe y Santiago, dos de los apóstoles elegidos por el mismo Jesucristo para llevar su mensaje al mundo. En la lectura de la carta de San Pablo a los Corintios, escuchamos el anuncio del Evangelio que él les había predicado, el mismo mensaje que estos dos apóstoles valientes habían llevado a los corazones de los hombres y mujeres de su tiempo.

El Evangelio que escuchamos hoy es un recordatorio de que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. No hay otro camino para llegar al Padre que no sea a través de Él. En un mundo donde se nos ofrece tantos caminos diferentes y se nos dice que todas las verdades son igualmente válidas, la verdad del Evangelio puede parecer un tanto exclusiva. Pero la verdad es que Jesús es la única fuente de salvación, y nuestra tarea como cristianos es llevar su mensaje a un mundo que tanto lo necesita.

Felipe le pidió a Jesús que le mostrara al Padre, y Jesús le recordó que Él mismo era la imagen del Padre en la tierra. El mensaje de Jesús no es simplemente un conjunto de ideas o teorías abstractas; es una persona, una persona que nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Nuestro trabajo como cristianos es conocerlo mejor y hacerlo conocido a los demás.

San Felipe y Santiago nos dan el ejemplo de cómo hacer precisamente eso. Ellos llevaron el mensaje de Jesús a lugares lejanos y desconocidos, a personas que nunca antes habían oído hablar de Él. Lo hicieron con valentía y convicción, confiando en que la verdad del Evangelio era suficiente para cambiar los corazones y las mentes de las personas. Su ejemplo nos llama a hacer lo mismo, a salir de nuestra zona de confort y llevar el mensaje de Jesús a quienes lo necesitan.

Las lecturas de hoy nos hablan de la verdad de la fe cristiana y de la presencia viva de Jesucristo en nuestras vidas. San Pablo nos recuerda que el Evangelio que hemos recibido nos está salvando, si nos mantenemos en la palabra que se nos ha anunciado. La muerte y resurrección de Cristo son el centro de nuestra fe, y su presencia sigue viva entre nosotros.

Jesús mismo nos dice en el Evangelio que Él es el camino, la verdad y la vida, y que nadie va al Padre sino por Él. Si lo conocemos a Él, conocemos al Padre, y Él mismo nos muestra la presencia del Padre en el mundo. Pero a veces nos podemos sentir alejados de esta verdad, y nuestros corazones pueden estar dormidos y apagados.

Por eso, en esta fiesta de San Felipe y Santiago, recordamos a estos dos apóstoles que, como muchos otros, recibieron el fuego del Espíritu Santo en Pentecostés y se encendieron para proclamar la Buena Nueva de Jesucristo. El fuego del Espíritu Santo es ese fuego nuevo de la Pascua que se enciende en nuestros corazones y nos llena de la luz del Viejo Pascual, símbolo de Cristo resucitado.

Que esta fiesta nos inspire a pedir la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, para que nos encienda y nos lleve a ser testigos vivos de la verdad del Evangelio. Que podamos llevar la luz de Cristo a todos los que nos rodean, y que nuestra fe sea siempre fuerte y verdadera, porque sabemos que Jesucristo vive en nosotros y nos da la fuerza para seguir adelante.

En la lectura de hoy, el apóstol Pablo les recuerda el Evangelio que él les había anunciado y que ellos habían aceptado. Les dice que si se mantienen en la palabra que se les ha predicado, estarán siendo salvados. Y esa palabra es la Buena Nueva de que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras.

Esta es la fe que nos fue transmitida por los apóstoles y que ha sido conservada en la Iglesia a lo largo de los siglos. Pero para que esta fe no sea sólo una teoría, sino que se convierta en una experiencia viva, necesitamos el fuego del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es la llama que enciende el fuego de la fe en nuestros corazones dormidos. Es el que nos hace experimentar la presencia de Cristo en nuestras vidas y nos capacita para hacer obras aún mayores que las que hizo Jesús en su tiempo en la tierra.

En este tiempo de Pascua, celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte y su resurrección. La luz del cirio pascual es un símbolo de esa victoria, que nos llena de esperanza y nos invita a ser portadores de esa luz al mundo.

Que el fuego nuevo de la Pascua encienda en nosotros el deseo de vivir en la fe, guiados por el Espíritu Santo, y nos permita llevar esa luz al mundo, para que todos puedan conocer la verdad y la vida que se encuentran en Jesucristo.

Es cierto que muchas veces dejamos que el pecado, los problemas de la vida, el trabajo y nuestras pasiones nos apaguen y nos dejen en la oscuridad. La luz de Cristo puede parecer lejana o difícil de alcanzar cuando estamos en esa situación, pero es importante recordar que siempre está presente y dispuesto a iluminarnos y llenarnos de su amor y gracia.

Es como el fuego que encendemos en la Pascua, simbolizando la luz de Cristo que ilumina nuestra vida. Si no lo cuidamos, el fuego se apaga y nos quedamos en la oscuridad. Lo mismo sucede con nuestra fe, si no la cuidamos y la nutrimos, puede apagarse y dejarnos en la oscuridad.

Pero podemos encender ese fuego del Espíritu Santo en nuestros corazones dormidos y permitir que la luz de Cristo brille en nosotros. Podemos hacerlo a través de la oración, la lectura de la Biblia, la participación en la comunidad cristiana y el servicio a los demás.

Así que hoy, en esta fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago, recordemos su valentía y entrega en la predicación del Evangelio y pidamos su intercesión para que el fuego de la fe arda en nuestros corazones y nos permita ser testigos de la luz de Cristo en el mundo. Que su ejemplo nos inspire a salir de la oscuridad y caminar en la luz de la verdad y el amor de Cristo.

Hermanos y hermanas. Vivimos en un mundo que a menudo parece estar en guerra consigo mismo. La violencia y el odio parecen estar en todas partes, y es fácil sentirse desanimado y desesperado ante la situación actual. Pero no debemos permitir que estas circunstancias nos hagan perder de vista la verdad y la belleza del evangelio.

En este tiempo de Pascua, debemos recordar que la victoria ya ha sido ganada. Cristo ha vencido al pecado y a la muerte, y nos ha dado el don del Espíritu Santo para que podamos vivir una vida plena y abundante. Pero muchas veces permitimos que nuestras pasiones y pecados apaguen el fuego del Espíritu en nuestros corazones, y nos dejamos llevar por la oscuridad en lugar de seguir la luz.

Además, es importante reconocer que la apostasía no solo se encuentra en lugares lejanos, sino también en nuestro propio mundo occidental. Muchos han abandonado la fe y se han alejado de la verdad de Cristo, mientras otros utilizan nuestros principios para justificar la violencia y la opresión. Debemos estar atentos y ser valientes para defender la verdad y el amor de Cristo en un mundo que a menudo se opone a ellos.

Así que, hermanos y hermanas, en este tiempo de Pascua, dejemos que el fuego del Espíritu Santo encienda nuestros corazones y nos guíe en nuestro camino. No permitamos que la oscuridad nos domine, sino que sigamos la luz de Cristo con valentía y determinación, y recordemos siempre que la victoria ya ha sido ganada.

Hoy hemos reflexionado sobre la importancia de encender el fuego del Espíritu Santo en nuestros corazones y mantenerlo encendido. También hemos reconocido la apostasía y la falta de fe que rodea nuestra sociedad, y cómo muchos buscan respuestas en la lógica y la razón en lugar de en la fe y la divinidad.

Es importante recordar que la fe es un salto al vacío, no de la razón, el pragmatismo o la emoción, sino un salto de la divinidad hacia nosotros. Debemos esforzarnos por mantener encendido ese fuego de la fe y estar siempre abiertos a la gracia de Dios.

Así que, amigos míos, recuerden que estamos en la presencia del Dios vivo y verdadero. Y que Él nos ha creado para ser santos, para ser héroes, para ser santos y héroes en este mundo. Que Dios los bendiga y guarde siempre.

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